El creador del pancho doble: “Desde muy chico quise ser inventor”
A la salida de un boliche, Jonathan Atilio Cacciapuoti tuve la primera de dos iluminaciones: el pan de pancho doble y el superpancho simple con canaleta.
Estaba ahí, delante de nuestras narices. Pero nadie lo vio. O nadie lo concretó. Rodeado de los sonidos diarios de Choolf, su fábrica en Villa Adelina, Jonathan Atilio Cacciapuoti reconstruye el camino que lo condujo desde sus dos iluminaciones a la concreción de sus inventos más preciados: el pan de pancho doble y el súper pancho simple con canaleta. “Más que hacia afuera, fue un crecimiento interno muy fuerte”, dice. “Principalmente, fue creer en mí. Desde muy chico quise ser inventor. Escribir canciones, hacer pinturas, los panes de panchos. Esa es mi tarea, mi propósito”, asegura.
Mucho antes de concentrarse complemente en la labor de Choolf, Cacciapuoti trabajó en los miles de oficios que atraviesan tantos jóvenes del conurbano bonaerense. Desde la música callejera hasta la colocación de membranas, pasando por talleres mecánicos, peluquerías y, por supuesto, el rubro gastronómico. Una noche, a la salida de un boliche en Costa Salguero, decidió que quería comer dos salchichas pero no llenarse con la miga. Pidió sus dos embutidos en un solo pan pero el panchero se negó rotundamente. Una idea comenzó a crecer en su interior.
“Tenía una novia en La Plata, así que empecé a viajar muy seguido hasta allá”, recuerda. “Me tomaba el tren hasta Retiro y de ahí seguía en el Costera. Un día estaba volviendo muerto de hambre y me pedí dos panchos con una coca. Era prácticamente imposible subirme al tren y sentarme a comer eso. Ahí me cayó la ficha: fue una foto instantánea. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer ni por dónde había que arrancar, pero en este siglo siempre se puede arrancar googleando. Puse ¿cómo registrar una idea?”.
Así, mientras comenzaba un largo camino de conocimiento pasando por panaderías y metalúrgicas, seguía cambiando de trabajos. A través de un contacto, se integró al plantel de vendedores de panchos para una edición del festival Lollapallooza. Cacciapuoti, dice, quería estar ahí. Ver con sus propios ojos un puesto trabajando a destajo y vendiendo entre 20.000 y 30.000 panchos durante un solo fin de semana. “Cansado y con un poco de ansiedad, me fui a tomar agua atrás del puesto”, recuerda. “Entonces veo a cuatro o cinco chicos que solo habían sido contratados para cortar los panes. Se lastimaban la mano, rompían los panes. Era una locura. Pasó ese fin de semana y el lunes fui a registrar la idea: el pancho de superpancho con canaleta”.
Acompañado por la familia Gerding (el padre Walter y sus dos hijos: Agustín y Jerónimo), Cacciapuoti logró montar los pilares ejecutivos de su sueño. La historia de su invento se volvió viral en las redes sociales, llegó a los portales de Estados Unidos y alcanzó las páginas de revistas como Forbes. “Fue un camino largo y arduo: la cuestión era creer que se puede vivir de una idea”, dice. “Sufrí mucho, porque todo el mundo me decía que era un vago. Todos los que opinaban tenía laburos que no le gustaban. Yo no quería eso: quería materializar mi idea, ponerle mi fuego. Hay que ponerse el norte e ir detrás de eso, aunque en el medio van a pasar un montón de cosas. Uno no va a comandar ese viaje. Hay que a acomodar el espíritu. El gran aprendizaje es que, si estás muy rígido, te vas a pegar flor de palo. No va a ocurrir como vos querés: va a ocurrir de la mejor manera”, aconsejó.