Cultura

El origen desconocido de una expresión de uso corriente

Una ocurrencia de Francisco de Quevedo le costó al poeta malquistarse con el todopoderoso conde Duque de Olivares.

Con la expulsión de los moros –afectos al agua y a la higiene–, España se caracterizó por sus mugres. La inexistencia de retretes provocaba que las familias llenasen orinales cuyos contenidos se arrojaban a la calle por las ventanas con solo prevenir: “¡Agua va!”.

Tampoco existían en la capital española mingitorios públicos, y las paredes eran el único sucedáneo. Al respecto, una ocurrencia de Francisco de Quevedo le costó al poeta malquistarse con el todopoderoso conde Duque de Olivares. Quevedo se había servido siempre del mismo portal de una residencia céntrica como mingitorio. Harto, el dueño de casa, para impedir que los paseantes aliviasen sus urgencias sobre el umbral, pintó una cruz. Quevedo, sin atender al símbolo religioso, orinó tranquilamente según su costumbre. Al otro día encontró un cartel: “¡Donde se ponen cruces no se mea!”, a lo que el poeta respondió colgando otro: “¡Donde se mea no se ponen cruces!”. Al duque el chiste no le hizo gracia. Sería un nuevo punto en contra en una suma que habría de enviar finalmente a la cárcel al autor de El buscón. El humor siempre fue subversivo.

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