El esclavo que inventó el molino de viento
Un esclavo de Persia, durante el reinado de Omar Ibn-Al-Jarab, en el siglo VII, inventó el molino de viento que permitió dar de comer a millones.
Todo comenzó en Sijistán, Persia, siete siglos después de Cristo. Allí vivía Abu Lulua, un esclavo que decía que el viento podía ser amigo de los hombres y que tenía una manera de demostrarlo. Tanto corrieron esos dichos del esclavo que el Califa lo hizo llevar a su palacio. Abu Lulua explicó: se podía fabricar con adobe una torre cuadrangular, con una hendidura vertical para que pasara el viento moviendo unas aspas de mimbre que girarían sobre un eje, y que, presionando sobre una gran piedra, procedería a moler el grano. El Califa encontró lógica en esas palabras y, toda esa región que hoy conocemos como Irán, se fue llenando de molinos de viento.
A finales del siglo XII, los molinos de viento se extendieron por Europa. Llegaron a ese continente como parte del botín de las Cruzadas en Tierra Santa. Si bien los europeos fueron cambiando los diseños originales, el fin era el mismo: construir fuente de energía capaz de producir una gran cantidad de alimento. El nuevo diseño consistía en casetas apoyadas en postes de madera y una rueda dentada que engranaba en otra, lo que propiciaba el movimiento de la rueda del molino, mejorando así los mecanismos de transmisión. Otro cambio consistió en que el molino podía girar en cualquier dirección permitiéndole valerse de todos los vientos. Los molinos no solo se erigían en campos y colinas, sino también en castillos y fortalezas.
Los molinos de viento fueron superadores de los de agua, que necesitaban un río con bastante caudal para hacerlos funcionar. Y, a pesar de que numerosas poblaciones nacieron a la orilla de grandes ríos, muchos asentamientos se formaron en lugares lejanos a los cursos fluviales. Los molinos de viento producían la energía suficiente para drenar las tierras de los Países Bajos situadas por debajo del nivel del mar. Durante siglos los holandeses dependieron de los molinos y se estima que hacia el siglo diecinueve habían construido unos 9.000 molinos. En la actualidad, todos los molinos levantados en ese país son considerados monumentos nacionales.
En la Edad Media aparecieron los molinos de torre. Construcciones en piedra con tejado cónico. Este tipo de molino proliferó en toda la zona mediterránea, desde Europa hasta China. En el sigo dieciocho, el ingeniero escocés Andrew Meikkle de Dunbar, incorporó a los molinos una suerte de persianas, las cuales, activadas por un resorte, podían regular la abertura conforme la intensidad del aire, a fin de aumentar su rendimiento. Para 1760 los molinos de viento contaban con reguladores automáticos que controlaban la velocidad de rotación, ajustando el nivel de inclinación de las aspas para conseguir la máxima fuerza según la velocidad del viento y, a su vez, hacer girar las aspas de la forma más favorable. Una vez establecidos los modernos aerogeneradores, con pocas palas, pero muchos más eficientes que los molinos originales, no se han agregado mayores innovaciones ni sofisticadas tecnologías, la premisa sigue siendo la misma de hace catorce siglos: aprovechar el viento para producir energía.
El Quijote inmortalizó a los molinos de viento al señalarle a Sancho Panza esos “desaforados gigantes” alzados en las estepas castellanas, que el ingenioso hidalgo se atrevió a desafiar como parte de su empresa justiciera. El molino de viento sentó las bases del aprovechamiento racional de la energía eólica y tiene en nuestra época una valoración muy positiva porque contribuye a la conservación del medio ambiente. El molino es un antecesor de las turbinas eólicas, mecanismos de grandes dimensiones que, con sus tres brazos, suplen parte de la energía renovable que el hombre consume en la actualidad. Todavía hoy, los molinos de viento son proveedores de energía en lugares a los que no ha llegado la electricidad y se utilizan, por ejemplo, para llenar los pozos de agua en los que abreva el ganado, recordando a los trenes que, en la conquista del Oeste norteamericano, el silbato de cada parada anunciaba la presencia de un molino de viento que proveía agua para las calderas de las máquinas de vapor.