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El hombre que nos hizo descubrir Egipto

Se llamó Jean Francois Champollion, fue un historiador que desató una auténtica “egiptomanía”, cuando Napoleón invadió esos territorios.

A mediados de 1790, el librero Jacques Champollion, radicado en un pueblito del sudeste de Francia, cuando los médicos se habían declarado incapaces de hacer algo para salvar a su mujer, acudió a un curandero. Este le recetó algunos de sus pintorescos remedios, que permitieron a la enferma abandonar la cama tres días después, y le anunció que daría a luz un niño, que sería famoso y cuya fama perduraría por el resto de los siglos.

En la madrugada del día de nochebuena de aquel año, el niño nació. El médico, después de reconocer al pequeño, vio con asombro que tenía la córnea amarilla, característica propia de los orientales y que, en un ciudadano de Europa central, significaba una verdadera particularidad. Además, presentaba una tez muy oscura, casi de color pardo y todos los rasgos de su rostro eran visiblemente orientales. Veinte años más tarde, aún llevaría el mote de “El egipcio”. Aquel niño, a los dieciséis años, proyectó el primer mapa histórico de Egipto y más tarde se convertiría en el hombre que primero descifró la escritura jeroglífica del país de los faraones. Su nombre era Jean Francois Champollion.

Vivió muy austeramente porque sus ideales lo volvieron sospechoso al Imperio e indeseable a los borbones restaurados, hasta que al fin logró imponer la fuerza de su genio, aunque muriese prematuramente. El próximo 27 de septiembre se cumplirán 201 años de la vuelta a la vida de la cultura faraónica; esa fecha se celebra el acontecimiento que cambió para siempre nuestros conocimientos sobre el antiguo Egipto a través de los hallazgos de este erudito francés, que logró dar con la clave que encerraba los grandes secretos que cubrían los templos y tumbas milenarias, y que consiguió darle voz a una de las civilizaciones más trascendentes en la historia de la humanidad.

En el año 394 d. C. se grabó, en los muros del templo de la isla de File, la última inscripción en lengua jeroglífica. El triunfo del cristianismo y la prohibición de los ritos paganos en todo el Imperio romano por parte de Teodosio I condujeron al olvido la milenaria escritura y con ella a toda una civilización, que no tendría voz prácticamente durante los mil quinientos años siguientes. Sin embargo, siglos después, los viajeros que recorrían el país del Nilo creían que aquellas ilegibles inscripciones grabadas en los viejos monumentos en ruinas eran pictogramas, signos que representaban ideas o conceptos, pero que de ningún modo podían reflejar los sonidos de un lenguaje hablado. Sin embargo, en 1799, tuvo lugar el hallazgo que lo cambiaría todo. Ese año, en la localidad de Rosetta, ubicada en el delta del Nilo, soldados franceses del ejército de Napoleón hallaron una enorme piedra con inscripciones en una de sus caras, dividida en tres registros. Se trataba de un decreto promulgado por Ptolomeo V en 196 a. C. Uno de los registros estaba escrito en un lenguaje perfectamente conocido por los historiadores, el griego. Los otros dos estaban escritos en demótico, la última fase cursiva de la escritura egipcia, derivada del hierático, y el último eran signos unidos en un jeroglífico.

A raíz del hallazgo, fueron muchos los eruditos de varias nacionalidades que intentaron descifrar este monumento para sonsacar sus secretos. Entre todos ellos destacó Champollion, quien estaba convencido de que conocimiento del copto era la clave para lograr el desciframiento de la antigua escritura faraónica. “Quiero saber el egipcio como el francés —afirmaba Champollion—. El copto lo hablo yo solo, ya que nadie me entendería”.

Durante años, instalado en su hogar de Grenoble, Champollion estudió incansablemente una de las cien copias de la piedra que habían mandado a imprimir Napoleón. Comparando el texto demótico egipcio con el texto griego que tradujo al copto, esperó encontrar no solo su significado, sino también el valor fonético de las palabras y caracteres egipcios. Así descubrió que algunas grafías y sonidos del copto se correspondían con algunos de los signos de la piedra de Rosetta y pudo llegar a la definición de la escritura jeroglífica: “Es un sistema complejo, una escritura que es a un tiempo figurativa, simbólica y fonética en un mismo texto, en una misma frase y, debería decir, casi en una misma palabra”.

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