El hombre que revolucionó la ciencia contemporánea
Albert Einstein fue el físico más importante de toda la historia, sus teorías tardaron mucho tiempo en comprenderse e hicieron que nuestra percepción de la realidad no fuera la misma.
A los 26 años, Albert Einstein cambió para siempre el mundo de la física enojando a buena parte de los “puristas” científicos. Sus biógrafos lo llaman el Año Milagroso, pues en 1905 no solo publicó su teoría general de la relatividad, donde postulaba el principio de equivalencia de las leyes científicas en cualquier experimento y el carácter absoluto de la velocidad de la luz —el único factor que no se rendía a la relatividad—, sino que también publicó cuatro trabajos más, que están entre los diez más importantes de la historia de la física.
Einstein hizo sus estudios elementales en Munich. Después se trasladó a Suiza y estudió en la Escuela Politécnica y en la Universidad de Zurich, mientras se ganaba la vida dando clases de física y matemáticas. En 1902, consiguió empleo en la Oficina Federal de la Propiedad Intelectual en Berna; no era un puesto bien retribuido, pero le aseguraba la estabilidad económica, suficiente para afrontar la posibilidad de mantener una familia, y en ese año contrajo matrimonio. A esa altura, cuando su destino parecía enmarcarse en la estabilidad de un empleo mediocre, le escribió una carta a uno de sus más íntimos amigos, en la que para muchos está cifrada la génesis de su cuantiosa obra: “Te prometo cuatro artículos...”
La epístola resultaría ser portadora de algunas de las nuevas teorías más significativas en la historia de la ciencia, pero su carácter trascendental quedaba oculto por un tono bromista muy típico de su autor. Al fin y al cabo, este se dirigía a su amigo llamándolo “ballena congelada”, disculpándose por escribirle una carta que no era sino una “cháchara insustancial”. Lo que no le había revelado a su amigo aún, debido a que todavía no se le había ocurrido, era que, aquel mismo año, iba a redactar un quinto artículo donde postularía una relación entre energía y masa. De ahí surgiría la ecuación más conocida de toda la física: E=mc2.
Fruto de sus reflexiones, en 1905, publicó en la revista alemana Annalen der Physik tres artículos que conmocionaron al mundo científico: el primero de estos artículos contenía la teoría detallada del movimiento browniano de las moléculas y suministraba una teoría que fue decisiva para la interpretación de los fenómenos térmicos; en otro explicaba las leyes del efecto fotoeléctrico basándose en la teoría de los “quanta” que, por entonces, acababa de iniciar Max Planck. Sin embargo, el artículo que tuvo más resonancia se ocupaba de resolver los resultados paradójicos del experimento de Michelson y Morley, y venía a ser el esbozo de su teoría general de la relatividad.
A propósito del científico alemán, el físico teórico argentino, Jose Edelstein, afirmó: “Dio la vuelta a toda la ciencia como si fuera un calcetín. Es la figura más importante de la historia de la física. Inventó algo nuevo, preguntarse qué pasaría sí..., una pregunta que, antes de él, no existía en la ciencia, que era laboratorio, modelos, teorías, comprobaciones. Todo empezó con una pregunta, si yo viajara a la velocidad de la luz, cómo la vería. Einstein se hacía ese tipo de preguntas constantemente, lo que le permitió encontrar inconsistencias tremendas en la física. Fue uno de los más grandes creativos de la historia de la humanidad, alguien que cuando apostaba lo hacía con todo y tuvo éxitos tremendos y errores garrafales”.
En sus últimos años, Einstein estuvo obsesionado por encontrar las fórmulas que unificaran matemáticamente los campos electromagnético y gravitatorio, pero la cuestión no pudo, ni ha podido aún, resolverse satisfactoriamente. Como afirmó alguna vez el escritor Abelardo Castillo, aunque no haya un límite preciso entre la locura y la normalidad, y los psiquiatras se hayan rebanado los sesos para establecer ese límite, si entendemos por locos a hombres como Nietzsche, Artaud, Nerval o el propio Einstein, en vez de estar cayendo en la excepción, casi pensamos en la generalidad, pues la dimensión de estos nombres hace pensar que la norma es que en las mentes maestras se dé la locura.