cultura

El recuerdo de un sabio platense

Alejandro Korn es considerado uno de los cinco sabios de nuestra ciudad, tal como lo corroboran los cinco bustos que se hallan en el paseo del Bosque.

Su hija Inés recordaba así a Alejandro Korn: “Gran lector. Nunca lo vi sin un libro en la mano. Como que se acostaba con las primeras luces del día, se levantaba tarde y después del almuerzo se paseaba por el patio entre sus plantas y flores”. Korn desdeñaba el lujo y la ostentación; no tuvo fortuna y con lo poco que logró reunir construyó una casona sobre la calle 60 entre 8 y 9, en la ciudad que tanto amó y por cuyas calles arboladas y tranquilas gustaba dar largas caminatas. Quienes lo trataron afirman que jamás tuvo cuentas en el banco y lo que ganaba, primero con su profesión y luego con la cátedra, lo invertía casi enteramente en la compra de libros.

En la mayoría de sus cartas no faltaba el rasgo de buen humor o la salida chistosa, que constituían perfiles de su cotidiana personalidad. En ese sentido, Inés rememoraba: “Sonrío a solas cuando recuerdo cómo, haciendo un alto en sus tareas, nos pedía una taza de café y una copita de pizco, el aguardiente peruano. Luego de paladearlo y disponiéndose otra vez al trabajo me decía: Hija, ahora me siento otro hombre, y añadía, con ese gesto tan suyo en la comisura de los labios y un destello apicarado en los ojos azules, golpeándose suavemente el pecho con la mano: ¿Y a este otro hombre, hija, no le convidas también con una copita de pisco?”.

Su padre, Carlos Adolfo Korn, se había criado en una familia de militares y como todo varón primogénito debió ingresar a la escuela militar. No obstante, su negativa a reprimir una huelga de trabajadores textiles le valió un consejo de guerra y la degradación de su rango como militar prusiano. Luego, estudió medicina en Zurich, donde se enamoró de María Verena Meyer y juntos emigraron a la Argentina, donde se casaron y se radicaron en la provincia de Buenos Aires. Así, Alejandro nació en el partido San Vicente -en una localidad que después de muerto llevaría su nombre-, el 3 de mayo de 1860, y fue el primogénito de ocho hermanos.

Korn egresó de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires en 1893, carrera que costeó con traducciones de novelas y biografías del alemán, y dedicó a sus padres la tesis doctoral “Locura y crimen”. Luego de trabajar como médico rural en la localidad de Ranchos -donde se casó con María Cristina Villafañe-, se trasladó a Tolosa, y pronto logró desempeñarse como médico de la policía local. Luego de nueve años, en los cuales fundó la Sociedad Médica de la Plata, el 2 de noviembre de 1897, fue puesto al frente del hospital provincial de alienados Melchor Romero.

En paralelo a sus tareas médicas, Alejandro Korn había desarrollado su pasión por la escritura y la filosofía, e iniciado su camino en la vida universitaria. De joven había escrito numerosos poemas y novelas y, de a poco, logró construir un pensamiento que lo destacó como uno de los principales pensadores de la libertad y la conciencia, en la transición que pondría fin al dominio positivista. Por entonces, ejerció la docencia en el Colegio Nacional de La Plata y en 1903 fue vicerrector de la Universidad de nuestra ciudad, durante el mandato de Dardo Rocha.

Fue uno de los abanderados del movimiento reformista impulsado por los estudiantes en 1918, su estrecho vínculo con los grupos de jóvenes universitarios le permitió que, una vez iniciado el proceso de la Reforma Universitaria, fuera propuesto para el cargo de decano de la Facultad de Filosofía y Letras, responsabilidad a la que accedió en 1918, cuando por primera vez en la historia de América Latina votaron los estudiantes. Korn -quien además había incursionado en la política local platense, llegando a ser en 1894 diputado provincial por la recién nacida UCR-, expuso en su primer discurso como máxima autoridad facultativa los conceptos centrales del original pensamiento que había elaborado. Por entonces, solía decir: “El cambio de rumbo se impone; un nuevo ritmo pasa por el alma humana y la estremece”. Murió en nuestra ciudad el 9 de octubre de 1936, dejando una estela cuyo fulgor el tiempo no ha logrado apagar.

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