cultura

El recuerdo de una gesta popular ocurrida en el Hipódromo de La Plata

Fue en el año 1955, cuando una espontánea manifestación popular se enfrentó a una dictadura militar.

El 16 de junio de 1955, el gobierno peronista había organizado un desagravio al general San Martín ―a quien consideraba injuriado por los manifestantes de la marcha de Corpus Christi que había quemado una bandera argentina― a realizarse a través de aviones Gloster Meteor que volarían sobre la Plaza de Mayo. Pero, en lugar de las esperadas acrobacias aéreas, surcaron el cielo de Buenos Aires aviones navales, provenientes de las bases de Punta de Indio y Ezeiza, que descargan bombas sobre la Casa Rosada y la plaza histórica, con el propósito de asesinar a Perón. Las primeras bombas cayeron a pocos metros de la Pirámide. Sobre la Casa Rosada cayeron en total 29 bombas, de entre cincuenta y cien kilos cada una. Otra de ellas destrozó un trolebús repleto de pasajeros. Según los diarios de la época hubo 373 muertos y 600 heridos. Según Felipe Pigna, fue el peor ataque terrorista de la historia argentina: “Sus autores eran supuestamente respetables militares y civiles que se frotaban las manos imaginándose el triunfo de un golpe militar que devolvería a la negrada, a los cabecitas, a los lugares de los que nunca, según ellos entendían, debieron haber salido”.

Este hecho inédito en la historia mundial –militares bombardeando a su propia población-, prefiguró lo que vendría poco tiempo después: la engañosamente llamada Revolución Libertadora. En la mañana del 20 de septiembre de 1955, el General Perón solicitó asilo político a la embajada paraguaya. Tres días después, juró el usurpador de la presidencia, el general Eduardo Lonardi. Ernesto Sábato recuerda así esos días: “Aquella noche de setiembre del 55, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala (de una casona de Salta) la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi como las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Muchos millones de desposeídos y de trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes, duros y sombríos. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizados en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta”.

Las grandes mayorías populares violentamente desalojadas de la escena política, con su líder desterrado, sus organizaciones intervenidas, sus ideas prohibidas, sus luchas desarticulas y sus conquistas obreras lentamente pisoteadas; manifestaron su rebeldía de diferentes maneras. Algunos militares nacionalistas se alzaron en armas contra la dictadura y terminaron fusilados. Otras protestas fueron pacíficas, y se llevaron a cabo en escenarios impensados, como el Hipódromo de La Plata.

El antecedente había sido en el Hipódromo de San Isidro, en ocasión de una visita del Almirante Isaac Rojas que provocó una fuerte silbatina, acallada a los pocos minutos cuando aviones de la Marina de Guerra comenzaron a realizar vuelos rasantes sobre la tribuna. Más decidida fue la protesta popular en el Hipódromo de La Plata. A los pocos meses del golpe, antes de un clásico, bajó la gente de la popular a las pistas y empezó a gritar: “¡Viva Perón!”. La policía no podía contenerlos, los manifestantes crecían imparablemente. Los sacaron a tiros. Recordaba Osvaldo Bayer: “Había una decisión y un coraje civil que en pocos aspectos de la historia argentina se había mostrado, salvo en las luchas obreras anarquistas” .

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