cultura

Enrique Cadícamo, entre el arrabal y París

Sus tangos describen con fuerza una época. Algunos de ellos están en la memoria de todos e integran definitivamente el acervo popular.

Su padre era mayordomo de una estancia entre Luján y General Rodriguez. Allí nació Enrique Domingo Cadícamo -hijo número diez- el 15 de julio de 1900. Cuando tenía ocho años, la familia se mudó a Flores, donde había, en palabras de él, “muchachos que no habré de olvidar, porque ellos están dentro de los recuerdos míos”. Le gustaba el fútbol, era un buen wing izquierdo. En la época de Luis Angel Firpo quería ser boxeador y, al igual que el Toro de las Pampas, tener su pelea del siglo. Pero algo conspiraba contra su vocación deportiva: su afición al cabaret. La vida nocturna era un remolino que lo tragaba: “La atracción de todo lugar al margen de la gente que tiene una rutina. Yo concurrí a muchos de ellos, por el baile y por amistad con la mayoría de las orquestas importantes de aquel entonces. Tibidabo, Marabú, Chantecler, Empíre, por citar algunos”.

De su andar por las orillas de la madrugada, por los sitios donde la noche se decide en un golpe de dados, nacieron algunos de sus tangos más célebres: Che papusa, oí, Compadrón, Anclao en París, Muñeca brava, Nostalgia, La casita de mis viejos, Los mareados, Madame Ivonne, Pa que bailen los muchachos y Nieblas del Riachuelo. Su dupla con Juan Carlos Cobián fue uno de los grandes momentos en la historia del tango: “Juntos estuvimos en Río de Janeiro, como un año y medio en Nueva York haciendo bohemia -una bohemia de sangre azul, la llamó Cátulo Castillo-”. Se hicieron amigos en la época en que Cobián estaba haciendo la conscripción, y los días de franco iba al Tibidabo, un cabaret de la calle Corrientes donde Cadícamo desplegaba su seducción de poeta.

Pompas de jabón fue el primero de los veintitrés tangos que le grabó Carlos Gardel. Se conocieron en el hall de un teatro: “Lo único que recuerdo es que yo lo miraba como si fuera un ser de otro planeta. Me palmeó la espalda y desde ese día fuimos amigos”. En 1931, mientras Cadícamo disfrutaba unos días de bohemia en Barcelona, escribió en tres horas Anclao en París, le hizo llegar la letra a Gardel, que por entonces estaba en Niza, y de inmediato se la dio a su guitarrista Guillermo Barbieri para que se encargara de la música.

Enrique Cadícamo consideraba que su mayor creación era Nostalgia, un tango estrenado en 1935, compuesto para una comedia musical: “En vísperas del estreno, al empresario al oírla no le gustó del todo, dijo: Muchachos, cambien de la obra ese tango; no gustará al público. Al día siguiente lo reemplazaron por El cantor de Buenos Aires. No pasó gran cosa con él. Poco tiempo después, Cobián debutó con una orquesta en cuyo repertorio se incluía Nostalgia. El tango fue un éxito, tenían que interpretarlo hasta tres veces seguidas. El cantor Charlo estaba por entonces en su apogeo y actuaba en la muy escuchada Radio Belgrano. Cuando escuchó el tango lo aprendió casi automáticamente. Estrenó el tango en la radio y se convirtió en un éxito definitivo”.

En la mesa trasnochadora de un café -de la que formaban parte José Razzano, Homero Manzi, Carlos de la Púa y Enrique Santos Discépolo-, Aníbal Troilo le hizo una seña a Enrique Cadícamo. Hicieron un aparte. Pichuco le tarareó un tango que estaba componiendo, le pidió que compusiera una letra. En el resto de la noche, Cadícamo se repetía mentalmente los compases que Troilo le había susurrado. Al llegar a su casa, escribió de un tirón la letra de Garúa.

En el suplemento Testigos del siglo: el tango nacional y popular, Enrique Cadícamo expresaba su visión en relación a los cambios producidos en el género a través de los años: “Lo que hoy se escucha como tango nada tiene que ver con las melodías y el espíritu que tenía hace cuatro o cinco décadas. El tango es un sentimiento que no tiene nada que ver con las fantasías de un arreglador que hace o deshace una composición según su gusto o los pedidos de los directores de una discográfica”.

Manuscritos dormidos

En una entrevista que en los años 60 le hizo el poeta Paco Urondo, dijo Cadícamo, premonitoriamente: “También yo un día me cansaré de apretar la estilográfica engañadora; y a los que vengan les interesará saber de qué locura estaban impregnados los días de ayer, de qué modo interpretábamos la vieja enfermedad del hombre: el amor”. Pensaba en los que vendrían, en los poetas que seguirían enriqueciendo la empeñosa tradición del tango: “Hemos trabajado para preparar la llegada de otros autores que, sin cansancio, elegirán las semillas más fértiles”. Este hombre que vivió casi entero el siglo veinte, se fue el 3 de diciembre de 1999. Dejó muchos manuscritos dormidos en los cajones de su armario y un montón de tangos dando vueltas en la memoria de los argentinos.

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