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Entrevista a Julián Axat sobre el poeta que inventó la palabra genocidio

Raphael Lemkin fue un extraordinario jurista polaco que escribió poemas reunidos por un escritor platense quien los hizo publicar en libro.

El platense Julián Axat es poeta y jurista, al igual que el polaco Raphael Lemkin, un abogado que emigró a los Estados Unidos con una valija llena de documentos que probaban los crímenes del nazismo. Gracias a su obstinación se estableció la Convención sobre el Genocidio -neologismo acuñado por él-. Axat es el responsable que se haya reunido los poemas dispersos de este curioso personaje polaco de vida novelesca, en un libro titulado Genocidio.

—¿Cuál es el alcance del concepto “genocidio” acuñado por Raphael Lemkin?

—El concepto fue definido por el jurista Raphael Lemkin, luego de concluida la segunda guerra mundial, con el fin de calificar las matanzas cometidas por el Nazismo en los campos de concentración. En 1944 Lemkin escribe un libro en el que dice que esos hechos no podían ser considerados como crímenes comunes o -acaso- crímenes de guerra. Para él era necesario construir con un nuevo concepto que abarcara la magnitud y sistematicidad junto a la intención de destruir un grupo nacional, étnico, racial o religioso. A Lemkin le mataron a toda la familia, y fue eliminada por ser judía, no por estar en el bando enemigo. Él logró escapar, y en la definición escribe también su historia. El concepto fue adoptado finalmente en la Convención aprobada en la ONU en 1948, y es el gran logro de Lemkin que llega hasta hoy. Cuando hablamos de genocidio debemos recordar a Lemkin y a su lucha por las palabras.

—¿De qué manera se imbricaron su condición de jurista y de poeta?

—Para que toda la comunidad internacional aceptara que en la palabra “genocidio” estuviera encerrado un tipo de fenómeno criminal complejo, Lemkin tuvo que hacer un convencimiento de tipo poético. Con esto me refiero a la lucha por una definición lingüística precisa, sobre el modo de ver las características del Mal como búsqueda hermenéutica.

—¿Cuáles son las características más salientes de su poesía?

—Hay registros biográficos que dan cuenta del amor de Lemkin por la literatura, especialmente por la poesía. En su autobiografía (totalmente extraoficial) publicada en España en 2012 habla de R. M. Rilke y de Jaim Bialik, como poetas que siempre lo marcaron. Por eso en los poemas hallados de Lemkin hay cierta reminiscencia a esas influencias. Su lengua materna cede ante el inglés en el que intenta esbozos de pensamiento-sonetos con rima (Thoughts in Rhyme/ Pensamiento rimado), en el que escribe sobre el desgarro, su familia, el exilio, etc.

—¿La audacia que tuvo para la conceptualización jurídica se trasluce también en su poesía?

—Su obra jurídica y su legado como defensor de la humanidad trasciende claramente estos esbozos literarios que ahora fueron hallados, y que en todo caso, dan cuenta que eran aspectos de su inspiración que acicateaban su personalidad. Pero claramente no dejan de ser un material más de tipo lateral, que sirve para entender con mayor profundidad una trayectoria en el mundo de los derechos humanos.

—¿Cómo fue la tarea de reunir su dispersa obra poética?

—Todo nació de la lectura de la novela que escribió Philippe Sands (Calle Este-Oeste, Anagrama, 2016) en la que se hablaba de los poemas escritos por Lemkin en los últimos años de su vida, allí solo se transcriben dos de esos poemas. Entonces me puse a investigar el tema, consulté varios archivos, la biblioteca pública de Nueva York, y a especialistas. Nadie sabía a ciencia cierta sobre ese material. Después me topé con una nota publicada en el periódico El Atlantic que transcribía el poema “genocidio” publicado por Lemkin en vida, en un diario Israelí. Finalmente el propio Philippe Sands me terminó de dar las últimas pistas, hasta que di con el resto del material.

—¿No publicó los poemas en su momento por desinterés editorial o por deliberada decisión de mantenerlos ocultos?

—Lemkin tuvo problemas para publicar su autobiografía. Discutió hasta último momento con varios editores que se la rechazaron, luego falleció en 1959. Recién en 2012, gracias al trabajo de Donna-Lee Frieze, profesora de la Universidad de Deakin (Australia), la rescató de la Biblioteca Pública de Nueva York, donde estaba archivada. Los mecanografiados poéticos están mencionados en esa autobiografía, pero no son parte del corpus. Las poesías quedaron en manos de su última amiga y secretaria, Nancy Steinson, que los dio a conocer a algunas personas.

—¿Por qué su final transcurrió en la más extrema soledad y pobreza?

—Tanto la autobiografía, como la novela de Sands muestran a un Lemkin ya fuera del sistema universitario en los últimos años de su vida, corriendo a salto de mata sin importarle mucho las cuestiones materiales de existencia, preocupado únicamente en incidir en las instancias internacionales. Él sabía que el genocidio es un fenómeno que retorna tarde o temprano, y que no se circunscribe solo al nazismo; para evitarlo hay que buscar formas de prevenirlo. En ese trayecto muchos le cerraron puertas, no lo escucharon, lo dejaron solo…

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