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Escritores ricos, pobres y estafados

Los que se dedican a la literatura tienen una suerte azarosa, algunos han pasado tremendas penurias económicas otros han amasado fortunas.

Ernest Hemingway escribió, en 1931, en sus Consejos a mi hijo: “Nunca te cases con las putas, nunca pagues a un chantajista, nunca vayas con la ley, nunca confíes en un editor, o dormirás sobre la paja”. En ese sentido, el autor más estafado de los años de plomo ha sido el puntilloso Alejandro Lanusse, según cuenta el editor Arturo Peña Lillo en sus Memorias de papel, a propósito de un libro que publicó la Editorial Lasserre arrancó como best seller: Mi testimonio. “El manejo de dicho libro fue tan escandaloso —escribió Peña Lillo— como delictivo. El gerente en su afán de exprimir al máximo el negocio, estafó a cuantos participaron: desde los papeleros, distribuidores e imprenteros al mismo autor. De ahí en más desapareció Lasserre”.

El consejo del autor de El viejo y el mar para su hijo Bumby se aplicó para todos los editores del mundo. Por lo general, el autor gana el diez por ciento del precio de tapa de un libro pagadero cada cuatro a once meses. Sin indexación ni costo de vida. No obstante, hay una elite del dieciséis por ciento y en Europa se pudo alcanzar el veinticinco, como Herman Hesse en Alemania y Céline en Francia. George Simenon, que llegó a vender más ejemplares que la Biblia, compartía el cincuenta por ciento de los beneficios con su editor. Por su parte, en 1981, al firmar contrato con Brugera de España para la publicación de Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez exigió que todas las víctimas de la editorial cobraran al mismo tiempo que él.

Uno de los primeros autores que ganó un dineral con su imaginación, y la ayuda de unos cuantos colaboradores nunca reconocidos, fue Alejandro Dumas. El padre y después el hijo compraron castillos, mujeres y sirvientes con sus heroicos mosqueteros y sus inolvidables damas de camelias. Pero los Dumas eran profesionales singulares: convirtieron a su ávido editor en socio minoritario. Nunca sabremos si por su extraña manera de dar forma a sus obras, la autoría de sus libros no está del todo clara, o por el color de su piel, lo cierto es que en la sociedad de la época se lo conocía como “El negro de los negros”.

Entre los más infelices de los escritores fundamentales está Frank Kafka. La oficina donde trabajaba para ganarse la vida le quitaba lo mejor de su tiempo y de su ánimo. Siegfried Unseld, actual director de la Suhrkamp de Alemania, supone que Kurt Wolff, el editor de Kafka, ha sido el responsable de que la humanidad solo haya heredado obras inconclusas. El 27 de julio de 1917, Kafka escribía a Wolff para decirle que tenía la esperanza de dejar su empleo y mudarse a Berlín. “Me angustia —a mí o a ese funcionario que llevo dentro, lo que para el caso es lo mismo— ese tiempo futuro; solo espero que usted, estimado señor Wolff, no me abandone del todo, suponiendo, naturalmente, que yo merezca su apoyo. Una palabra suya sobre este tema, en este momento, significaría mucho para mí en toda esta incertidumbre presente y futura”. Wolff le respondió: “Apenas hay dos o tres escritores con los que me une un lazo apasionadamente fuerte como con usted y su obra”.

Lo cierto es que Kafka nunca recibió los ingresos mínimos por su obra, que era lo que necesitaba para salir de su encierro. Wolff publicó Consideración, un verdadero fracaso que solo vendió 258 ejemplares en su primer año y no apostó por el oficinista de Praga. En 1922, avergonzado por su propia mezquindad e intrigado por el silencio de Kafka, que le había hablado de La metamorfosis, quiso acercarse al escritor y le mandó de regalo un paquete de libros “como expresión de nuestra voluntad de desagravio”. La última correspondencia es una carta de Kafka, enviada el último día de 1923, seis meses antes de su muerte: “¿ Serían ustedes tan amables de investigar lo que ha sucedido con el paquete? Les saluda atentamente, F. Kafka”.

Uno de los autores contemporáneos más ricos es James Patterson, autor de novelas de suspenso, creador del personaje del FBI Alex Cross. En 2018 publicó en coautoría con Bill Clinton, El presidente ha desaparecido. La fortuna de este escritor se estima en 750 millones de dólares.

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