Cultura

Ingmar Bergman, el director que reinventó el cine

Desde su primer guión, Suplicio, hasta Saraband, la última de sus películas hecha a sus 85 años, llevó a la pantalla todos los ángeles y demonios que habitan la condición humana.

Nació en Upsala, una ciudad a 78 kilómetros de Estocolmo, el 14 de julio de 1918. Era hijo de un pastor luterano, quien le transmitió preocupaciones metafísicas que alimentarían su obra cinematográfica: la muerte y el dilema del suicidio, la soledad, la culpa, la pregunta sobre Dios seguida por el silencio y el vacío, la complejidad de las relaciones humanas.

Su mayor mérito es haber construido un estilo absolutamente personal y fácilmente reconocible en la dramaticidad de los encuadres, el trabajo de cámara, la expresividad de la luz, la elección de los escenarios, el papel jugado por el sonido, la densidad de los diálogos y la estructura de sus relatos.

Juventud divino tesoro, de 1949, es la película que desató la “bergmanmanía” rioplatense: es la que convirtió a la simple mención del director como signo de distinción intelectual y carnet de pertenencia a una élite culta e informada. Fue permanente materia de debate en mesas redondas.

Con la comedia Sonrisas de una noche de verano, de 1955, obtuvo su primer premio internacional en Cannes y lo hizo brillar ante los ojos de la crítica europea. Una película que impuso algo así como “un antes y un después” de Bergman. La película está contada en dos partes bien diferenciadas: una primera, donde presenta a los personajes y sus relaciones entre sí con una sutil ambigüedad, y una segunda mitad, donde los refugia en un castillo y se acerca a un tono de comedia que justifica el título de la película.

Hay cierto consenso en señalar a El séptimo sello como su obra mayor. Contiene escenas como la larga partida de ajedrez del cruzado con la Muerte, la procesión de los flagelantes, y la danza macabra final, que difícilmente pueda olvidar aquel que haya visto la película. Bergman solía citar con frecuencia a O'Neil: “Todo arte dramático carece de interés si no se trata de las relaciones del hombre con Dios”. Aunque la pregunta central de la película es por Dios, la respuesta de Bergman es profundamente humana.

Casi siempre contaba sus historias desde el punto de vista de personajes femeninos. Por eso son tan memorables las actrices que actuaron en sus películas. Decía Francois Truffaut a propósito de Bergman: “Se le nota que no disfruta si no está rodeado de actrices. No llegaremos a ver nunca una película de Bergman sin mujeres. Me lo imagino más femenino que feminista porque, en sus films, las mujeres no están contempladas desde el punto de vista masculino sino que están estudiadas con una complicidad total”. La crítica ha señalado que pocos directores han utilizado al máximo la capacidad de transmisión emocional de sus elencos, como si fueran orquestas capaces de dar todos los acordes necesarios.

Muchas de sus películas dejan en el espectador una persistente sensación de agobio, obligan a una profunda introspección. Hay en su obra una desgarrada visión de la imposibilidad de conocimiento del otro y de lo otro. Bergman dijo alguna vez que muchas escenas de sus películas están basadas en pesadillas personales. Esa es la impresión que dejan muchas escenas: pesadillas personales que no fueron pasadas en limpio. Se dirá que los sueños tienen valor solo para el que los sueña: nada hay más aburrido que escuchar un sueño ajeno. Pero ese sueño, cuando es contado por un gran artista, cobra universalidad.

Woody Allen retrató así a Ingmar Bergman: “En un nivel se encuentra la generalidad de los realizadores que proveen al público de un buen y sólido entretenimiento año tras año. Por sobre ellos están los artistas que hacen films más profundos, más personales, más originales, más excitantes. Y finalmente, por sobre todos ellos, está Ingmar Bergman, quien es probablemente el más grande realizador, más allá de toda consideración, desde la invención de la cámara.”

Bergman ha confesado más de una vez que sus obras fueron para él una forma de exorcismo: “Una forma de expurgarme de mis propios demonios”, dijo. Además comentó que el cine lo salvó, no sabemos exactamente de qué y quizás no importe. Pero al ver sus películas sentimos que a nosotros también, de una manera misteriosa, nos han salvado.

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