CULTURA

Ingrid Bergman, los secretos de una leyenda

Tres Óscar y cinco Globos de Oro dan la medida del reconocimiento recibido por esta actriz sueca de inolvidable belleza e indiscutido talento.

Ingrid Bergman tenía 12 años cuando su padre murió, ya había perdido a su madre diez años atrás. Esa tarde, que no olvidaría nunca en su vida, puso sus pertenencias en una valija y se fue a vivir con su tía. Pero el nuevo hogar duró muy poco. Su tía falleció a los tres meses de haberla adoptado. Fue una iluminación, supo que la vida era eso: estar siempre de paso. Se fue a vivir con otro de sus tíos. Ya había tomado la decisión más importante de su vida: al terminar la escuela secundaria entró a estudiar en The Royal Dramatic Theatre School de Estocolmo.

Esta mujer liberada, ambigua y con incansable ambición debutó cinematográficamente en El conde del puente del monje (1935), dirigida por Edvin Adolphson. El día que entró por primera vez a los estudios de Fribergs Filmbyra gozó de una felicidad hasta el momento ignorada: “Era como pisar tierra santa. Todo el mundo hablaba de teatro y películas”. Había sido su primera vez, pero su destino ya estaba marcado y nadie se hubiese animado a contradecirla.

Solo unos pocos íntimos supieron que se marchaba de la ciudad. Su amiga Mollie fue la única en acompañarla al aeropuerto de Bromma. Primero voló a Londres y luego se dirigió a la fábrica de sueños de Hollywood. La primera noche en Estados Unidos, un hombre en la mesa de un bar le advirtió con sorna: “Nunca serás actriz, eres muy alta”. Ella, lejos de indignarse, se dijo a sí misma: “Está claro que el imbécil no me conoce”.

En 1937, Ingrid Bergman contrajo matrimonio con Petter Lindström, su gran amor hasta entonces, y el que sería el padre de su primera hija. Él era un afamado odontólogo y ella estaba convirtiéndose en una de las actrices suecas de mayor proyección. Se trasladaron a Hollywood para que la artista rodase la nueva versión de la película Intermezzo, de Gustaf Molander. No obstante, su papel más importante llegaría a finales de 1942, cuando protagonizó, junto a Humphrey Bogart, Casablanca, de Michael Curtiz.

Alguna vez Alfred Hitchcock señaló, a propósito del carácter de la actriz: “El problema de Ingrid Bergman era que solo quería hacer obras maestras”. Ese impulso soñador la llevó a escribir una de las cartas más recordadas de la historia del cine: “Querido Sr. Rossellini: he visto sus cintas Roma, ciudad abierta y Paisá, y las he disfrutado mucho. Si usted necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, que no entiende mucho de francés y que en italiano solo puede decir ti amo, estoy lista para viajar y hacer un filme con usted”. La respuesta del director italiano llegó de inmediato, afirmando que él también había soñado en rodar una película con ella y que, desde ese momento, dedicaría todos sus esfuerzos para que se hiciera posible.

En 1943 fue nominada por primera vez al Óscar, por su papel en Por quién doblan las campanas, protagónico al que llegó gracias a las gestiones del autor del libro, Ernest Hemingway, quien pensó que ella era perfecta para el papel de la joven española María. Ella, por su origen nórdico, temía no poder hacer el papel de una manera convincente. Se encontraron en San Francisco: “Ingrid, si tú no actúas, la película no se hace”, le dijo el escritor. La película se convirtió en el mayor éxito cinematográfico del año.

Se alzaría con el Óscar al año siguiente, gracias a su protagónico en Luz que agoniza, en la que interpreta el papel de una cantante de ópera. Hacia 1948, la actriz había intentado separarse de Petter Lindström, pero este le negó el divorcio. Ella acababa de mudarse a Italia para actuar bajo las órdenes de Roberto Rossellini, en la película Stromboli. Poco después, Bergman quedó embarazada del director italiano y aquel affaire cobró repercusión planetaria.

En sus últimos años, la carrera teatral de Ingrid Bergman le dio más satisfacciones que la cinematográfica. Aunque en 1974 había obtenido su tercer Óscar, esta vez como actriz secundaria, lentamente ya había comenzado a despedirse de la pantalla grande. A finales de los 70 le diagnosticaron un cáncer que, sin embargo, no le impidió aparecer en su último trabajo de cine, Sonata de otoño, dirigida por uno de sus más queridos amigos, Ingmar ­Bergman. Murió el 29 de agosto de 1982, el mismo día que cumplió 67 años.

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