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La actriz que trabajó con Gardel y fue Ciudadana Ilustre de La Plata

Iris Marga es una actriz nacida en Italia que debutó en Montevideo e hizo toda su carrera en nuestro país, con una fuerte relación con nuestra ciudad signada por el cariño recíproco.

"Tenemos que unir en nuestros espectáculos una jerarquía estética junto con una acción de difusión cultural: entretener instruyendo. Esa es la vieja fórmula que aplicamos”, dijo la actriz Iris Marga cuando, a comienzos de los años 70, asumió como directora del Teatro Municipal San Martín. Eso es lo que procuró hacer durante toda su vida artística, con resulta­dos dispares pero con profunda vocación profesional.

María Iris Elda Rosmunda Pauri Bonetti nació en Umbría, Italia, el 18 de enero de 1901, en medio de un terremoto. “Sei natta en la cuna della civiltá etrusca”, le decía su mamá. Su padre era un play boy, de tez aceitunada, nacido en El Cairo; su madre, una maestra que le enseñó a leer y a hablar en francés e inglés. Llegó a la Argentina cuando tenía 4 años. La primera vez que se subió al escenario fue a los 19, en el Teatro Solís de Montevideo, parodiando el tango Mi noche triste, en un homenaje a Florencio Parravicini. Fue una de las estrellas indiscutidas de la revista porteña de los años 20, admirada por Carlos Gardel, quien la hizo trabajar con él en el Empire.

Su nombre, Iris, era de origen griego, al igual que el de su padre, que se llamaba Apolo. Puesta a evocar cuál era el recuerdo más lejano de su vocación teatral, recordaba la fascinación con que veía a su padre armar la escenografía para un espectáculo español montado en la avenida de Mayo. A mi madre nunca le gustó que ella se dedicara a la comedia, hubiera preferido que Iris cantara en el Colón. Fue lo único en que contrarió a su madre. En 1926 Iris Marga inauguró teatro Maipo con La Moderna Scheherezade. Fue un éxito descomunal, hacían cuatro funciones los días hábiles y 7 los fines de semana y feriados. Empezaban a las 14:45 y terminaban a la una de la mañana. Encima estaba el “suplicado”; esa era la forma en que se denominaba al cartelito que aparecía en la pizarra “suplicando” a los actores y actrices que se quedaran a ensayar toda la noche para la obra siguiente: “Eso de suplicar era un modo de decir quien no se quedaba a los ensayos, corría peligro de perder su trabajo. En aquella época no existía la férrea entidad gremial que es hoy la Asociación de Actores. Hasta recuerdo que una vez nos encerraron en el teatro para que no saliéramos. A pesar de eso, yo estaba encantada de ser lo que era, una cómica, con todas las grandezas y las limitaciones de esa condición”.

Armando Discépolo fue quien la convenció de que dejara de ser vedette para convertirse en actriz. La contrató para que pusiera en escena una de sus obras en sección vermouth y tres nocturnas. En los años treinta trabajó con uno de los mayores dramaturgos del siglo veinte, Luigi Pirandell, en la obra Cuando se es alguien, montada en el Teatro Odeón: “Recuerdo su sonrisa de Mefistófeles cordial, aceptando mi empeñosa interpretación de sus criaturas. Lo que más claro quedó en mí de su mensaje fue que la vida que el actor vive en el escenario no trascurre en una sala, un castillo, un bosque, sino en el teatro, durante esa función concreta”. Fue uno de los períodos más ricos de su vida, diez años ininterrumpidos haciendo clásicos universales en el Teatro Nacional Cervantes.

Atesoraba con delicado orgullo ciertos recuerdos: el trato con Leopoldo Marechal cuando preparó una versión de Electra que ella llevó a un escenario, su amistad con Carlos Gardel, y lo que consideraba su mejor trabajo, la Celestina: “esa vieja tremenda que creó Fernando de Rojas sacándola de la vida misma, con su mezcla de astucia e ingenuidad, sabiduría y maldad, callada rebeldía social y alcahuetería”. En 1950 integró la comisión directiva del Ateneo Cultural Eva Perón, creado a instancias de Evita para que las actrices pudieran tener un ámbito donde juntar fuerzas para hacer reclamos profesionales y de género.

Actuó numerosas veces en la ciudad de La Plata, y muchas veces venía sin excusas de trabajo, solo para reencontrarse con amigos o perderse en las diagonales. El 13 de septiembre de 1991, el Concejo Deliberante de nuestra ciudad la declaró ciudadana ilustre en “reconocimiento de la ciudadanía platense a sus grandes expresiones artísticas”. Cinco años después murió en la ciudad de Buenos Aires.

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