cultura
La gitana que enamora con su voz
Concha Buika empezó en Las Vegas imitando a Tina Turner y terminó convirtiéndose en una de las voces más auténticas de España.
Concha Buika nació en Palma de Mallorca, hija de intelectuales inmigrantes que huían de Guinea Ecuatorial. Al respecto, dijo: “Mi madre no era ni siquiera de pueblo, sino de tribu, y mi padre era exiliado político. Era escritor y trabajaba en un banco, y cuando yo tenía nueve años se fue de casa para no volver”. Su padre quería que descubriera la verdad de su origen, haciéndole ver, a ella y a sus hermanos, la serie Raíces: “Fue una cosa muy cómica. Nosotros estábamos durmiendo, porque la serie se exhibía en el horario de protección al menor. Pero mi padre entró todo exaltado a nuestra habitación, y nos hizo despertarnos, nos llevó al living, y nos echó todo un discurso. Ahora veréis lo que son los blancos, nos decía. En esta vida, aunque hagáis amigos, tened siempre en cuenta las imágenes que vais a ver ahora”.
Creció en un entorno de gitanos de las islas Baleares. Probó suerte en Las Vegas. Ganaba bien. Trabajó en los casinos The Luxor, Harrah’s y Gold Coast imitando a Tina Turner y The Supremes: “Nunca había estado en un lugar tan deshumanizado. Vivía en un barrio en el que mi vecina estaba embarazada de gemelos y vendía crack. Y los tiroteos en mi barrio eran continuos. No entendía nada del entorno, absolutamente nada. Todo era como un sueño de Kafka. Pero era un mal sueño del que uno puede disfrutar”. De regreso a España, le propusieron grabar un disco de hip hop. No era lo suyo y ya estaba empezando a olvidarse de quién era. Decidió irse a África, con su guitarra y su hijo.
A Chavela Vargas le insistieron tanto que tenía que escucharla que al final fue. En la Residencia de Estudiantes de Madrid fue que conoció a esa mujer menuda, de piel azabache, dientes separados, ojos grandes y, sobre todo, el fruto extraño de esa voz que se abría a capella en la hechizante interpretación de Ojos verdes. Ese día, se acercó a Concha Buika para invitarla a compartir el escenario del teatro Albéniz, donde cantaría esa misma noche. “Es mi hija negra”, dijo Chavela. Concha Buika aprendió de Chavela Vargas que hay que temerle a la soledad, y ella enfrenta la soledad cantando descalza sobre los escenarios rancheras, boleros, flamenco o tangos, en un estilo macerado en su personalidad única.
A los 50 años se propuso ser una promesa del jazz, y se declara fanática de Billie Holliday, Pat Metheny y John Coltrane. Siente que es la música la que la eligió a ella. Desde su álbum debut –titulado sencillamente con su nombre–, en la que se la ve con su pelo envuelto en un turbante, se advierte a alguien que pone siempre la música por delante.
Ama el tango, en particular Nostalgias, de Cadícamo y Cobián: “Lo aprendí de mi madre, que lo bailaba africano. Cuando llegó a España, mi madre no entendía de tribus urbanas ni de nada, así que todo lo oía por igual. Así nos enseñó, que no había diferencia entre unas cosas y las otras. ¿Sabes? Notas musicales, sostenidos, bemoles, mil años de historia y tu propia capacidad de redención. Y de contarlo, ¿no?”.
Le gusta que su música circule por internet, sin límites: “Sé que mi discográfica me va a matar, pero no puedo negar quién soy: quien pueda comprar los discos, que los compre, pero quien no pueda comprarlos, que también tenga la posibilidad de disfrutarlos”. Tiene tatuados en su hombro izquierdo los nombres de su bisabuela, su abuela, su tía, su madre, sus hermanas y sus sobrinas. Estrafalariamente, se declara trifásica, tridimensional y trisexual –durante un tiempo convivió con el padre de su hijo y con su pareja lesbiana, África–: “Yo creo que la verdad está en la piel y no en los conceptos. Somos muy valientes a la hora de teorizar al respecto, pero no nos damos cuenta de que con esas teorías nos estamos encerrando. Es muy peligroso esto de que te pregunten cómo eres, y que el tipo salte y diga que yo soy así y asá. ¿Y tú qué sabes cómo eres? Estás viviendo, así que ya verás”. Cuando Concha Buika se sube a un escenario se convierte en una deidad africana, que se mueve con infinita libertad y el mismo desprejuicio que su variadísimo repertorio. Los que la ven confirman lo que sabían desde que la escucharon por primera vez: esa mujer nació para cantar.