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La insólita historia de algunos cuadros famosos

Algunas obras maestras que admiramos en los principales museos del mundo tuvieron nacimientos muy curiosos y algunos de los detalles que presentan son debidos al azar.

En 1642, Rembrandt recibió el encargo de pintar un retrato de los oficiales de la Compañía de Milicias del capitán Benning Cock. En lugar de agruparlos alrededor de una mesa de festín —el banquete resplandeciente del siglo XVII—, Rembrandt los presentó cuando dejaban el cuartel al mediodía para prestar servicio en los muros de la ciudad. Esto le proporcionó una oportunidad para mostrar su virtuosidad manejando luces y sombras, porque el sol (entonces en su cenit) serviría de mancha de luz que iluminase a aquellos oficiales que habían abandonado ya el edificio, mientras que quienes todavía no se hallaban protegidos por el amplio portalón se movían en una densa neblina de oscuridad.

El cuadro sobrevive. No en su tamaño original, porque era demasiado grande para el salón al que estaba destinado y, aquellos guerreros, consideraron que lo mejor era cortar parte de él y quemar lo que “sobraba”. Nunca consultaron al artista y, como resultado de aquel vandalismo, el resto del cuadro quedó completamente descentrado. Entonces lo colgaron en un salón que se calentaba por medio de un gran brasero de turba. El humo del carbón cubrió toda la pintura con una espesa capa de tizne hasta que se volvió tan oscura que el público creyó que era una salida en la oscuridad. De allí el curioso nombre de La guardia nocturna que se dio a un cuadro que fue pintado con el sol en todo su esplendor.

En La adoración de los magos, de Diego Velázquez, “todas las figuras, excepto quizás el San José, son retratos queriéndose ver en el rey de edad madura, a Pacheco; en el rey moro, a Velázquez, y en la Virgen a su mujer, Juana Pacheco”, tal como se lee en un autorretrato de Pacheco recientemente hallado. Es considerada una de las obras maestras del pintor sevillano. Además de ser una imagen religiosa, se la considera en una celebración de la propia familia del pintor.

En algunos de los principales museos del mundo, hay cuadros con efectos de luz maravillosos: en el Museo del Prado hay una Adoración a los reyes magos, atribuido por unos a Tiziano y por otros a Polidoro, donde se ve el sol en el fondo y, sin embargo, las figuras proyectan la sombra como si la recibiesen de frente.

La misma circunstancia puede observar cualquier espectador en el cuadro Noli me tangere, de Julio Romano: Cristo y la Magdalena aparecen iluminados de frente y por la izquierda, a pesar de que se vislumbra que la aurora se va a despuntar por la derecha del fondo.

Una de las obras más deliciosas y, al mismo tiempo, rotunda en su coherencia artística, es la Madonna de Correggio, bautizada comúnmente como La Zingarella. El curioso sobrenombre fue dado por el mismo pueblo al observar el carácter profano de esta a que parece formar parte del universo gitano. Se trata de un retrato de tres cuartos de una joven que lleva la cabeza cubierta y que nos contempla fijamente, casi como si quisiera revelar algo a través del silencio pictórico. Actualmente, figura en la pinacoteca de Nápoles.

La Maddonna de San Sixto, que Rafael comenzó en 1516 y que luego figuró en el Museo de Dresde, presenta la particularidad de que el papa Sixto IV aparece con seis dedos en la mano derecha, pintados con tal delicadeza que la inmensa mayoría de los espectadores que la contemplan no perciben semejante anomalía. En la Edad Media, era creencia muy arraigada que quien tenía un dedo más disfrutaba de un sexto sentido, que consistía en poder descifrar los sueños proféticos. Tal vez por ese motivo el eximio pintor, no tan lejano a las costumbres para sentirse libre de sus errores, colocó seis dedos en la mano derecha de Sixto IV, y otros tantos en el pie izquierdo de San José en otro de sus cuadros, Los desposarios de la Virgen.

Por iniciativa del rey Carlos IV de España, fueron condenados al fuego varios cuadros a raíz de los desnudos femeninos. Entre dichas obras figuraban El juicio de París, Diana y Calixto y La Fortuna de Pedro Pablo Rubens. En la nochebuena de 1734, por un incendio provocado en el Alcazar de Madrid, se perdieron para siempre cuadros de Leonardo, Rafael y Tiziano.

Historias falsificadas

En enero de 1868 se descubrió en Madrid la primera falsificación de sellos de Correos de España. La descubrió un aguador a quien un cliente había confiado una carta para que la enviase al correo. El hombre reparó que la nariz de la reina Isabel II era más corta en aquel sello que en otros. Se lo hizo notar al dueño del estanco y allí comenzaron las averiguaciones. Un minucioso examen permitió apreciar a los expertos otras diferencias. El gobierno dispuso que no se diese curso a la correspondencia franqueada con sellos falsos y que las cartas que lo fuesen pasaran al Juzgado para exigir responsabilidades a los que las enviaban. Como resultado, cundió el pánico y disminuyó la venta de sellos: por fortuna, la emisión falsificada debió ser reducida y los falsificadores no se atrevieron a lanzarla del todo al mercado. Finalmente, renació la calma.

En la fabricación de cuadros de pintores antiguos, tiene una gran importancia el regaliz. A esas tablas o lienzos falsificados se les da, luego de pintados, una mano de siena con un poco de aceite de linaza; así se consigue oscurecer las figuras y dar al cuadro un tono viejo. Pero con esto no basta: se echa regaliz machacado en un almirez, se cuece con un poco de agua, hasta que quede de color café. Este labor es conocido por cuantos se dedican a la comercialización de cuadros antiguos y saben que la mixtificación se nota pasando un dedo húmedo por el lienzo, ya que el regaliz con la humedad se desprende, y los falsificadores, para evitar verse descubiertos, barnizan sus obras después de todas las operaciones reseñadas.

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