La insólita historia de un militar japonés

Se escondió cuando su país fue invadido por los Estados Unidos. Durante treinta años estuvo dentro de una cueva sin enterarse que la guerra había terminado.

Quien vive en aislamiento deseando integrarse a los demás, quien en razón de los cambios de las horas del día, del clima, de las relaciones personales, querría sin más ver un brazo cualquiera al que poder

agarrarse no aguantaría mucho tiempo sin una ventana a la calle. Pero lo que sucedió con el sargento del ejército imperial japonés, Shoichi Yokoi, revela una rareza de comportamiento a la que cuesta encontrarle comparación en la historia humana. El 24 de enero de 1972 fue encontrado luego de permanecer escondido durante 28 años.

Algunos historiadores sostienen que la Segunda Guerra Mundial podía haberse evitado, o al menos retrasado, si se hubiera restablecido la economía anterior a la guerra como un próspero sistema mundial de crecimiento. Sin embargo, después de que en los años centrales del decenio de 1920 parecían superadas las perturbaciones de la posguerra, la economía mundial se sumergió en una de sus crisis más dramáticas. Y esa debacle fue la base sobre la cual se instalaron en el poder, tanto en Alemania como en Japón, las fuerzas políticas del militarismo y la extrema derecha, decididas a conseguir la ruptura del status quo mediante el enfrentamiento militar.

Entre los destinados a sobrevivir a semejante catástrofe se encontraba Yokoi, criado en una aldea agrícola cerca de la ciudad de Nahoya en el centro de Japón, y que antes de ingresar al antiguo ejército imperial se había dedicado a la sastrería enfrentándose a quienes intentaban robar al negocio familiar.

Su primer destino fue la 29ª división de infantería acantonada en Manchuria, un estado títere ubicado al noreste de China y que comprendía parte de Mongolia.

Tenía 26 años cuando Yokoi fue reclutado por el emperador Hirohito, y en 1941 fue enviado a pelear en la Segunda Guerra Mundial. Como lema, a todos los soldados se les había enseñado que la rendición era el peor destino posible. Ser capturado era considerado deshonroso y la única opción era ganar o morir. Durante el conflicto, Japón invadió Guam, que era territorio estadounidense, y en febrero de 1943 Yokoi fue enviado a la isla. No obstante, un

año más tarde, los estadounidenses regresaron a Guam para recuperarla y ese mismo año la guerra terminó, cuando las fuerzas japonesas se rindieron ante las estadounidenses.

Lo cierto es que la mayor parte de los 22.000 soldados nipones de Guam fallecieron en la toma de la isla en manos de las tropas aliadas. Pero el destino de Yokoi continuaría de una manera insólita. Tras el final de la batalla de Guam, el 10 de agosto de 1944, este sargento, junto con otros diez soldados se internaron en la jungla hasta las cuevas de las colinas. Allí permaneció escondido durante la ocupación norteamericana, convencido de la continuación de la guerra.

Cuando soltaron sobre la isla panfletos anunciando el final de la guerra, siete de los diez soldados que huyeron con él decidieron entregarse; los otros lo creyeron una maniobra y se quedaron con Yokoi. Los tres que permanecieron con él fueron muriendo a lo largo de los años, hasta que en 1964 se quedó solo. Aquella noche del 24 de enero de 1972, los aldeanos Jesús Dueños y Manuel de Gracia revisaban unas trampas camaroneras y lo divisaron; creyéndolo un ladrón, lo atraparon y lo entregaron a las autoridades. Al conocerse la noticia, Yokoi se transformó en una celebridad.

El espíritu japonés

“Seguí viviendo por el bien del emperador y creyendo en el emperador y en el espíritu japonés”, declararía años más tarde. Finalmente murió en 1997, a los 82 años, y fue enterrado en la misma tumba que las autoridades del ejército japonés habían puesto con su nombre en 1955.

Una vez más, la realidad imitó la ficción. En 1938, el Gordo y el Flaco habían hecho un cortometraje en el que Stan Laurel se queda a cargo de una trinchera hasta que un piloto le avisa que la guerra ha terminado hace veinte años.

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