cultura

La madre del teatro independiente

La actriz y directora Alejandra Boero, en la década del cuarenta, fundó las bases de lo que sería el teatro alternativo en nuestro país.

Fue hija única, nacida el 9 de diciembre de 1918 en Buenos Aire con el nombre de Liria Ofelia Alejandra Digiamo Viera, pero que tomaría el apellido materno –Boero– cuando tomó la decisión más importante de su vida: dedicarse al teatro. En su casa existía un gran interés por la cultura, su padre era profesor universitario y, desde muy chica, estuvo estimulada a formarse en música, danza y literatura, con un nivel de exigencia muy alto. Tuvo la suerte de que todo eso coincidió con su vocación. Esa vocación que descubrió cuando iba con su madre a ver a Pepe Arios, Marcos Kaplan, Mario Fortuna y todos los grandes del teatro de revistas.

Empezó a hacer teatro en La Máscara, un teatro que tenía una sala muy chica en Moreno 1033, a dos cuadras de su casa. Era el año 1942. Allí había obreros autodidactas, gente que estaba haciendo muy duramente el camino hacia una cultura más amplia y sólida. Descubrió un mundo. Se enganchó en eso y no se desenganchó más. Actuó en más de sesenta obras de autores tan variados como Sófocles, Carlos Gorostiza, Ben Johnson, Roberto Arlt y Bertolt Brecht. Leyó el método Stanislavsky en inglés, cuando aún no se conocía en nuestro país, y fue una de sus mayores difusoras. En 1970 estrenó en nuestro país uno de los mayores clásicos teatrales contemporáneos: Madre coraje, dirigida por Jorge Hacker.

La gente que se formaba en el teatro independiente tenía un conocimiento total del hecho teatral. Hacían todas las tareas, conocían los nombres de todas las cosas del escenario, de toda la atrecería como cualquier obrero. Para ella hacer teatro no era solo subirse a un escenario a la espera del aplauso del público, sino conocer hasta el último tornillo del tablado. Creía profundamente en el trabajo cooperativo y lo demostró creando los primeros elencos del llamado teatro independiente. Con ese esfuerzo solidario, abrió dos salas de teatro en Buenos Aires: Lorange y Planeta. Con el tiempo fundaría dos teatros más.

Alejandra Boero no creía en los modismos de las élites culturales, sino en el idioma del pueblo. Su gran apuesta era proponer al público común un teatro exigente, que obligara a pensar y a sentir la realidad desde ángulos novedosos. Tenía una gran capacidad didáctica y una generosa tendencia a compartir sus experiencias, atributos que la condujeron a la docencia durante más de cincuenta años. Creó su propia escuela de arte dramático Andamio 90, a fin de profundizar en la formación profesional y ética a actores, actrices y docentes; entidad que luego su hijo –Alejandro Samek– transformaría en instituto privado incorporado a la enseñanza oficial. Crear la escuela no fue fácil: le costó tres hipotecas y un riñón. Tenía ahorrados 50.000 dólares, podía emplearlos para una intervención quirúrgica indispensable o terminar la construcción de esa obra con la que tanto había soñado. Decidió no ir al quirófano. Eran los años 90, época de farandulización extrema y tendencia a esa extraña compulsión que se resumía en la expresión “deme dos”. En ese marco, Alejandra Boero se propuso “insertar a las nuevas generaciones en el movimiento cultural, a través de una actitud paralela que permita abordar la búsqueda y la experimentación”. Insólitamente, ganó esa pulseada: sus clases estaban llenas de jóvenes. Compartía con todo el mundo su felicidad: “los jóvenes me explican el mundo en que vivo”. Fue declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 1996, y la ristra de premios que colgaba de las paredes de su casa eran interminables: Premio María Guerrero a la trayectoria, ACE de oro, Premio Podestá, Konex, y fue integrante del Consejo Directivo del Instituto Internacional del Teatro de la Unesco.

El 4 de mayo de 2006, a los 87 años, murió esta mujer que decía ser millonaria “porque siempre elegí lo que me hizo feliz”. La última vez que subió a un escenario fue para hacer con su amiga, María Rosa Gallo, en el año 2001, El cerco de Leningrado, una obra del valenciano José Sanchís Sinisterra. Una obra en la que dos actrices están dispuestas a todo para defender un teatro que está a punto de ser demolido. Alejandra Boero cumplió el cometido de ese personaje: mantener al teatro en pie.

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