cultura

Las hermanas vedettes que marcaron una época

Norma y Mimí Pons comenzaron en el teatro de revistas, actuaron con algunos de los mayores capocómicos de nuestro país y cosecharon suspiros masculinos durante décadas.

Esther Palmira y Norma Delia Orizi eran dos hermanas rosarinas que, desde fines de la década del sesenta espabilaron la noche porteña paseando sus cimbreantes figuras en los escenarios de la calle Corrientes. Solían escaparse juntas del colegio –Norma era cinco años mayor– para ver en vivo los programas que se hacían en LT 2, de Rosario. Hasta que finalmente las contrataron para hacer un radioteatro, El ­conventillo de la paloma: Norma hacía la 12 Pesos; Esther, la Paloma. Pero quisieron comprobar si es ­verdad que Dios atiende su central telefónica a 300 kilómetros de Rosario y se radicaron en Buenos Aires. Sin embargo, antes pasaron muchas cosas.

El mundo del espectáculo las había seducido desde temprano, quizás desde que su madre las llevó al cine teatro Olimpo para ver una obra en que Juan Carlos Thorry quería estrangular a Blanquita Amaro, en una escena que las hermanas repetirían cientos de veces en el comedor de la casa familiar, ante los gritos de una madre que, en fondo, ya estaba resignada. Esther tocaba el piano –llegó a ser profesora–, en tanto que a Norma le gustaba cantar. Hacían un dúo con invariables conciertos diarios. Antes de irse a la cama, Norma se cepillaba interminablemente el pelo mientras cantaba y Esther, frente al botiquín del baño ensayaba cientos de gestos, desde distintos ángulos, buscando el mohín exacto para repetir los parlamentos que le había escuchado a Zully Moreno en una película: “Ya no me interesan tus joyas, pagué un precio demasiado alto por ellas”. Pero Esther estaba dispuesta a pagar un precio muy alto, incluso, irse lejos de la casa familiar. Como aquella vez que Narciso Ibáñez Serrador, hijo de Narciso Ibáñez Menta, subyugado por la belleza de esa chica, quiso llevarla a España para convertirla en una estrella.

Pasaron la infancia yendo a un colegio religioso. Cuando una de las monjas preguntó a las alumnas qué iban a ser cuando fueran grandes, Norma se levantó en el último banco y dijo: “Artista o monja, hermanita”. Cuando cumplió 15 años, tachó la segunda opción. Esther, que en todo le hacía caso, no necesito que nadie le hiciera alguna pregunta: su hermana también había respondido por ella.

El 21 de septiembre de 1962, la municipalidad de Rosario organizó un concurso de belleza con fines benéficos. Norma fue primera princesa; Esther, reina. Esa noche la madre estuvo contenta porque la realeza durmiera en su casa. A la mañana siguiente les entregó un sobre con plata suficiente como para probar suerte en Buenos Aires.

Cuando llegaron por primera vez a la estación Retiro, no sabían qué iban a hacer con sus vidas. Esther le dijo a su hermana: “¿Sabés, Norma? Estoy segura de que vamos a conquistar Buenos Aires”. Esther, que ya entonces se había convertido en Mimí, modelaba las creaciones de Paco Jamandreu, el diseñador de modas que había sido amigo de Eva Perón. Lamés, crepes de China, terciopelos, tules recamados en estrás, organzas encofradas, todo lucía inmejorablemente cuando lo mostraba Mimí en las pasarelas. Un día, el director de televisión Pancho Guerrero dijo: “Cuando esta chica desfila, ¿a quién le importa la moda? Debería ser vedette”. Al poco tiempo, en la cartelera del teatro Maipo estaban anunciadas “Las Hermanitas Pons”. En enero de 1966, en ese mis­mo teatro, Norma Pons debutó como cantante de tangos, junto a Jorge Sobral. Sabía que las sandalias de tacos altos y transparentes que le había regalado la madre le traerían suerte. Ese mismo año, ambas se presentaron en un casting en canal 13 y comenzaron a actuar en el programa Los trabajos de José Marrone. Luego vendrían Pepe Biondi y Luis Sandrini.

Norma Pons hizo una carrera de actriz que, en los ochenta, la llevaría a compartir escenario con China Zorrilla en Fin de semana y ganar, en 1996, el premio Martín Fierro por su participación en el programa televisivo de Antonio Gasalla, además de trabajar en cine junto a Cipe Lincovsky, Fidel Pintos y Javier Portales, entre otros, ganando el Premio Cóndor de Plata por la película Sotto Voce, en la que actuó junto a Lito Cruz y Patricio Contreras.

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