CULTURA

Las rarezas de Marlon Brando

Para Marilyn Monroe fue el hombre más seductor que conoció. Para críticos y el público, uno de los mayores actores de la historia del cine. Un ser genial y estrafalario.

No era necesario –ni posible– dirigirlo. Bastaba con poner la cámara delante y dejar que fuera adonde su inspiración lo llevara. Cuando Francis Ford Coppola, en El padrino, le puso en el regazo un gato, Marlon Brando lo acarició como si llevara toda la vida siendo un mafioso tierno con su animal de compañía. Ese hipnotismo también lo ejercía sobre la cámara, ya que todos los planos lo favorecían. Su interpretación de Vito Corleone le valió el Óscar al mejor actor. No era el primero de su vida, en 1955 ya lo había ganado por Nido de ratas. Pero aquel 27 de marzo de 1973, Brando le pidió a una apache, Sacheen Littlefeather, que fuera a la ceremonia a rechazar la estatuilla, o se la dieran a ella, ya que los indios en Estados Unidos merecían un reconocimiento por haberlos despojado de sus tierras, y la industria cinematográfica presentaba como hazaña lo que había sido saqueo. Su solidaridad con los pueblos aborígenes no se limitó solo a ese episodio hollywoodense que la prensa de entonces calificó de “verdadero escándalo”. También donó a los indios una de sus fincas más grandes para que se asentaran allí.

Marlon Brando conoció la Polinesia en 1960, ya que iba a ser una de las locaciones de Motín a bordo. Dijo: “No creo en el paraíso del más allá, sino en el de más acá: está en Tahití”. Allí conoció a Tarita Teriipaia, que sería su tercera mujer y con la cual tendría dos hijos. En esa isla invirtió una fortuna en obras que nunca se terminarían: una escuela secundaria, un instituto de enseñanza de Biología Marina y un cine lujoso. En un documental se ve a uno de sus hijos enseñando los edificios desiertos que él financió y que la muerte no le permitió completar. Tenía una profunda vocación docente, y le gustaba dar charlas a estudiantes de teatro para compartir sus experiencias. Entre sus alumnos estuvieron Sean Penn y Robin Williams, quienes siempre recuerdan los inesperados métodos de enseñanza de Marlon Brando. En un seminario de diez encuentros titulado “Mentir para vivir”, les exigió a todos sus estudiantes que improvisaran sus parlamentos con personas elegidas en la calle al azar.

Estaba siempre inventando cosas, creando patentes, ideó un sistema de ahorro de agua marina para un hotel de Bora Bora. Y, a su pesar, seduciendo mujeres. “No se puede ser más guapo, más imprevisible e impertinente”, dijo alguna vez Marilyn Monroe. Su nariz aguileña no fue un don recibido de la naturaleza, sino resultado de una pelea callejera, en la que le partieron el tabique que nunca pudo ser recompuesto. Toda su vida fue rebelde e impredecible, del colegio secundario lo echaron por andar en moto, con una chica en el asiento trasero, por los pasillos de la escuela. Cuando su padre, para corregir su continua indisciplina, lo inscribió en la academia militar de Minnesota, lo expulsaron por “desobediencia a las autoridades”.

Cuando Coppola firmó contrato con Brando para Apocalypse now, estaba seguro de que no había un actor más indicado para el papel de Kurtz que él. Sabía que la crítica del mundo se iba a poner a los pies del gran Marlon. Y fue así. Pero Marlon Brando se puso a su antojo en la piel del personaje, desobedeciendo todas las intuiciones del director. Coppola imaginaba un personaje de no más de 90 kilos, Brando apareció pesando alrededor de 130. Coppola creó a un personaje de melena desgreñada, Brando se presentó completamente rapado. Coppola había trabajado minuciosamente en los monólogos que diría el actor, Brando solo dijo lo que en ese momento el personaje le pedía decir. La bronca incontenible del director, con los años, se convirtió en admiración ilimitada. “Nadie podría haber dicho como él: El horror, el horror”, reconoció Coppola.

Un buen estafador

El propio Marlon Brando, que en 1943 se había ido a vivir con una de sus hermanas para probar suerte en el teatro, reflexionó alguna vez: “Si no hubiera tenido la suerte de ser actor, no estoy muy seguro sobre cuál hubiera sido mi oficio. Asumo que probablemente me hubiera convertido en un estafador. Un buen estafador se la pasa mintiendo, y es alguien que expresa pensamientos e ideas que no tienen nada que ver con lo que realmente siente”.

A pesar de que, para ganarse la vida, tuvo que encadenar una infinita sucesión de empleos (desde lavaplatos hasta ascensorista en una de las grandes cadenas de supermercados) mientras aguardaba su oportunidad de consagrarse en el cine, lo cierto es que Brando no estafó a nadie cuando nos hizo creer a todos que es uno de los más grandes actores que dio el cine en toda su historia.

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