Cultura

Leila Guerriero y La otra guerra

En su libro más reciente, una de las cronistas de nuestro país con más fama internacional cuenta la historia del cementerio de las islas Malvinas donde fueron enterrados los combatientes argentinos.

Desde que en 2005 publicó Los suicidas del fin del mundo –una investigación sobre una serie de suicidios que conmovieron a la pequeña localidad de Las Heras, en Santa Cruz–, Leila Guerriero se afirmó como una pe­riodista que escribe con un amplio dominio de los recursos literarios. En 2010 ganó el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano, creada por Gabriel García Márquez, y en 2019 recibió el Premio Internacional de Periodismo Ma­nuel Vázquez Montalbán. Su último libro, La otra guerra, investiga algunas de las dolorosas consecuencias del conflicto de Malvinas.

—Vos eras una adolescente cuando ocurrió la guerra de Malvinas, ¿qué recuerdos tenés de esos días?

—Yo iba al colegio secundario y recuerdo, sobre todo, el primer día después de la declaración de la guerra en el colegio. Teníamos clase de Historia y, en medio de todo el triunfalismo de mucha gente que estaba celebrando una guerra, la profesora se plantó y nos dijo: “Hoy no vamos a seguir con el programa, vamos a hablar de por qué es una locura que Argentina e Inglaterra hayan entrado en guerra”. Después recuerdo todo el clima de época: el temor, la incertidumbre, los programas ómnibus de la televisión en torno a la donación de cosas de la gente común para enviar a los soldados. El miedo general que teníamos todos; muchos de nuestros padres eran jóvenes en ese momento y, en caso de que fuera un conflicto extendido, creo que muchos de noso­tros pensábamos la posibilidad de que tuvieran que ir ellos a la guerra. Todo eso en un clima que de por sí era opresivo y muy gris instalado por la dictadura que ya llevaba muchos años.

—¿Cuáles fueron los mayores ­desafíos que te planteó la escritura del libro?

—Creo que la estructura fue muy complicada. Tenía mucho material y al plantear la estructura fue muy difícil poner un contexto, llevar al lector a aquel momento, desmenuzar el relato oficial por un lado y la actuación de la sociedad civil por el otro; entrelazar los distintos relatos de la guerra entre sí y sumarle todos los conflictos que surgieron con las distintas asociaciones de excombatientes y de caídos en Malvinas; tratar de que se entendiera cuál era el motivo por el cual algunas de estas asociaciones se oponían a la identificación de los cuerpos de los caídos en la guerra, que estaban en el cementerio de Darwin en Malvinas.

—El desafío de ser claro y, a la vez, no reduccionista.

—Podría no entenderse y parecer un sinsentido que gente que tiene a sus familiares caídos en el Atlántico Sur se oponga a la identificación de los restos. Dicho así suena ilógica, se trataba de explicar los sucesos y contar todas las tramas que, a lo largo de los años, habían contribuido ( con malentendidos, manipulación de la información, etc.) a que eso sucediera.

—¿Cuál fue el papel del Estado en ese conflicto?

—El Estado estuvo ausente durante décadas. El Estado no había ­aparecido en su momento para notificar presencialmente de la muerte de los caídos, no dio ­información acerca de cómo habían sido esas muertes, no hubo un reconocimiento oficial concreto a cada uno de los familiares ni se sabía dónde estaban viviendo esos familiares.

La ayuda menos esperada

Como contracara de la persistente ausencia del Estado, Leila Guerriero señala en La otra guerra el pa­pel fundamental que jugaron dos ingleses en la cuestión pos-Malvinas: Geoffrey Cardozo y Roger Waters.

“Es muy paradójico. Geoffrey Cardozo fue el oficial inglés que, en su momento, cuando recién terminó el conflicto de Malvinas, llegó a las islas con la misión de dar apoyo a la tropa inglesa en el mo­mento de la desmovilización, la vuelta a casa, etc. Llegó allí y se encontró con un panorama impensado: los cuerpos de los soldados argentinos caídos estaban dispersos, enterrados en diversos sitios. Entonces consultó a sus superiores qué hacer y le dijeron que la tarea humanitaria era darles una sepultura. Documentó todo de manera minuciosa, indican­do dónde había encontrado cada cuerpo, dónde estaba enterrado ese cuerpo que había encontrado, y dónde estaban enterrados. En cuanto a Roger Waters, a él le interesaba mucho el tema porque te­nía a su padre caído y no identificado en la Segunda Guerra Mundial, y se ofreció a colaborar con los ex­combatientes para que se investigara esa cuestión, y fue lo que le planteó a la entonces presidenta Cris­tina Fernández de Kirchner en el encuentro que tuvieron”, relató la autora.

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