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Los revolucionarios astronautas africanos

En la década del 60 se desarrolló en Zambia un episodio de gran originalidad que cambió la historia del continente africano.

En 1964, la NASA y el Programa Espacial Soviético recibieron sendas cartas enviadas desde la remota Zambia, en las cuales se sostenía que los hombres de raza negra estaban más capacitados que los blancos para viajar al espacio y ofrecía sus conocimientos a cambio de combustible para su programa. En ese momento, Zambia recién había declarado su independencia de Inglaterra y abandonado su nombre colonial; su flamante presidente, Kenneth Kaúnda, era un maestro de escuela que predicaba la “neutralidad positiva” en la guerra fría y que gobernó ese país durante veintisiete años.

El excéntrico director del programa espacial se llamaba Edward Nkoloso, quien aceptó abrir las puertas de su cuartel para la cobertura de la prensa internacional y mostró cómo entrenaba a sus doce astronautas. Allí, por ejemplo, los ponía a rodar colina abajo en barriles vacíos de combustible para que se acostumbrasen a la falta de gravedad en el espacio; para propulsar sus cohetes Nkoloso sugería combinar oxígeno líquido y querosén. “Algunas de nuestras ideas están muy por delante de los estadounidenses y los rusos y, en estos días, no dejaré que nadie vea mis planes de cohetes”, sostuvo durante los reportajes.

Dos años antes, ante 35.000 personas, en el estadio de fútbol de la Universidad de Rice, en Houston, John F. Kennedy había dicho: “Hemos decidido ir a la Luna. Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer lo demás, no porque sean metas fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque ese desafío es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, uno que no queremos posponer, y uno que intentaremos ganar, al igual que los otros”. Los africanos aseguraban que iban a realizar esa proeza antes que los norteamericanos. Los conservadores británicos salieron a execrar la política de “dar independencia” a los países africanos. El programa fue discontinuado sin pena ni gloria en 1969 por falta de fondos.

Nkoloso era profesor de ciencias naturales en Lusaka, la ciudad más poblada del país y su capital. De niño recibió las cicatrices faciales que serían uno de sus rasgos más llamativos y en la segunda guerra había sido reclutado por los británicos y enviado al frente de Birmania. Acumuló tales conocimientos durante la guerra que, cuando volvió del frente, solicitó a las autoridades coloniales permiso para abrir una escuela. Se lo negaron; la abrió igual. Se la cerraron. Y se volvió entonces maestro itinerante. Encabezaría diversos actos de “desobediencia civil” y las autoridades, finalmente, lo atraparon y encerraron, junto a toda su familia.

La jactancia de este personaje atrabiliario era inusual, por decir lo menos: para aquella fecha, la población de Zambia alcanzaba los 3,6 millones de habitantes, menos de un 0,5% de su población tenía educación primaria completa y los graduados de la universidad apenas se acercaban al centenar. Pero este profesor tenía grandes sueños, como crear un sistema de lanzamiento inspirado en las catapultas para ubicar a sus llamados “afronautas” contracción de “astronautas” y “africanos” en el espacio

Se afirmó entonces que Nkoloso no había quedado bien luego de las palizas recibidas en prisión. Los rumores crecieron exponencialmente cuando se confirmó su nombramiento como Ministro de Asuntos Espaciales y más aún cuando anunció la creación del Programa Espacial. Sin embargo, cualquier habitante de Zambia hoy sabe que Nkoloso no era el tonto del pueblo en esta historia, sino que aceptó hacer el rol que le propuso el presidente Kaúnda porque ambos sabían que la prensa extranjera diría luego de entrevistarlo: “Este hombre no está en sus cabales”.

El tiempo develó la verdad: en las instalaciones del Programa Espacial no se formaban astronautas para viajar a Marte, sino que eran campos de entrenamiento para militantes de los movimientos revolucionarios de liberación de los países vecinos que aún estaban bajo el yugo colonial: Angola, Mozambique y Rhodesia del Sur. El plan era inventarle un camuflaje a la operación y poner en marcha la usina anticolonialista más grande de África Central. La mascarada del espacio que inventó Nkoloso funcionó a la perfección desde que la prensa comenzó a difundirlo, vociferando despiadadamente la ridiculez que ocurría en Zambia. A partir de entonces nadie tomó en serio lo que ocurría en aquel cuartel de entrenamiento y se le dejó de prestar atención. Así consiguieron la independencia la mayoría de los países de dicha región.

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