cultura

Marcos Zucker, desde el teatro de revista a los clásicos

En sus 75 años de trayectoria demostró que tenía una gran ductilidad, pudiendo pasar desde la comicidad televisiva a los grandes dramas teatrales.

"Yo soy tan porteño que nací a la vuelta de la casa de Carlitos Gardel, a una cuadra del Mercado del Abasto”, se ufanaba Marcos Zucker, nacido el 15 de febrero de 1921, de padres inmigrantes polacos, provenientes de Lodz, y dedicados a la tejeduría. Vivía en un conventillo en la calle Zelaya, y a los 4 años ya salía durante los seis días de carnaval con la murga que habían formado los barrenderos. Se subió por primera vez a un escenario a los seis años, como integrante de la compañía de Angelina Pagano - junto a Angel Magaña e Irma Córdoba-en una obra de Arturo Capdevila, en la que le tocó interpretar al Rey de los Enanos. Salía de un foso vestido con camisa y pantalón blancos, y una larga barba. Fue en el Teatro Ideal, al lado del cabaret Chantecler. Fue un viaje de ida. Lo único que soñaba desde entonces era en seguir subiendo a escena, ya sea para hacer teatro o cantar tangos –“Garufa”, era su caballito de batalla, y fue por eso que lo llamaban “El pibe garufa”-, era su manera de aportar a una familia de nueve hermanos. Ganaba 30 pesos mensuales: “Como nosotros éramos de muy humilde origen mis padres aprovechaban hasta el último centavo”.

Cuando comenzó a hacer teatro sus ídolos eran Pepe Arias, Florencio Parravicini y, sobre todo, Enrique Muiño: “Recuerdo haber visto, Así es la vida, 20 días seguidos, en el Teatro Nacional. Era tanta la emoción que después me iba al camarín y le besaba las manos a Muiño”. Trabajó con todas las grandes figuras del teatro de revista porteño, desde Adolfo Stray hasta Alberto Olmedo. Ganó mucho dinero. Y perdió mucho dinero, sobre todo, en las carreras de caballos: “Voy mucho al hipódromo. No me gusta otro tipo de juego, ni la ruleta ni los naipes”.

Cuando celebró sus 75 años de actuación, dijo: “Me resulta imposible imaginar una vida sin teatro. Si naciera de nuevo haría de mi vida la misma puesta en escena y si el teatro no existiera, lo inventaría”. Recordaba con mucha alegría los años que van desde 1951 a 1965, en los que estrenó con Narciso Ibañez Menta, La muerte de un viajante, y, con Luisa Vehil, La alondra, de Jean Anouilh, bajo la dirección de Jean-Louis Barrault. También hizo el protagónico de El violinista sobre el tejado, que montó en Chile durante siete temporadas. Tomó el gusto por el teatro clásico, el que pone en el centro los grandes dramas humanos. Pero la necesidad de sobrevivir y mantener una familia, lo llevó a no hacerle asco a las propuestas pasatistas de teatro o televisivas.

De sus experiencias televisivas, las que me conforme lo había dejado, fueron el ciclo De corazón, emitido por Canal 13, y en los que tuvo como compañeros a Ana María Picchio y Víctor Laplace; su interpretación del ingenuo jubilado polaco en La tuerca; su sufrido papel en El Contra de Juan Carlos Calabró, y el programa Compromiso. En cine participó de películas como Corazón, La cigarra no es un bicho, El crack y Angel, la diva y yo.

En 1997 fue distinguido con el título de Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, dos años después recibió un galardón del Instituto Nacional de Teatro, en reconocimiento a su trayectoria artística. Uno de sus hijos, Marcos Ricardo, fue uno de los treinta mil desaparecidos de la última dictadura. Su recuerdo lo obsesionaba: “Si al menos supiera dónde está su cuerpo. Se lo llevaron y como si no devolverlo no fuera suficiente, encima no sé si está en el río, en el campo o en un distrito militar. Hice todo lo que estuvo a mi alcance para encontrarlo. Intenté hablar con Videla, Suárez Mason, Viola, que me mandaban decir que me quedara tranquilo. ¿Cómo hace uno para quedarse tranquilo cuando te sacan parte de tu propio cuerpo?”. Fue a ver al nuncio apostólico. Se arrodilló, imploró con el corazón en carne viva. Pasó un tiempo y recuperó a su hijo. Lo ayudó a irse al exterior. Pero volvió desde España junto a otras 16 personas, tan jóvenes como él, en ese desesperado intento guerrillero llamado “la contraofensiva”, del cual otra hija de Marcos, Cristina Zucker, dejaría memoria en el libro “El tren de la victoria”.

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