Mario Arteca, el asombro de escribir

Es uno de los poetas platenses más prolíficos, elegido por Viggo Mortensen para una antología publicada en su editorial.

Mario Arteca nació en La Plata en 1960.​ Periodista radial, gráfico y además poe­ta, es re­conocido como uno de los más sutiles miembros del grupo de la generación de los 90 argentina, antologizada​ por el actor y escritor Viggo Mortensen
en su editorial. En diálogo con diario Hoy, contó detalles de su carrera e influencias.

—¿Cuáles fueron los escritores que te acercaron a lo que hoy considerás poesía?

—Si bien, cuando era adolescente, el encuentro con la poesía de Neruda fue importante, por su vocabulario, por ese afán totalizador de crear y describir un mundo, no fue hasta que me topé con Eugenio Montale, en una clase de Literatura Italiana en la facultad, donde percibí que ahí había algo que no intuía, y que desconocía completamente. Después vinieron varios más: Gelman, al que lo leía sólo por revistas o libros donde aparecían sus poemas, mal editados, pero no podía conseguir sus libros porque estaba prohibido por la dictadura. A la par, el cubano José Kozer, del que soy amigo hace veinte años, una especie de Ezra Pound latinoamericano, y más tarde Paul Celan (ese fue un golpe de nocaut).

—¿Cuáles fueron los poetas que abrieron camino en la poesía argentina?

—Ahí puede caber una opinión objetiva y otra subjetiva. Objetivamente, Borges es ineludible (no sólo en poesía), ya que le dio un soporte de alto rendimiento estético al habla tanto culterana como oral, cotidiana. Sin duda, también, pero en otro andarivel no menos exigente, Juan Gelman. Más allá de su propia poesía, que tiene picos altísimos, Gelman aporta con su trabajo una lectura radial de su propia influencia.

—¿Cómo describirías tu itinerario poético?

—Todo fue y es bastante extraño, si hablamos de mi trayectoria poética. Durante años escribí, pero pocos conocían mi trabajo, salvo los amigos, tal vez porque estaba yo mismo inseguro de mi escritura. Pero después de los 35 años me di cuenta que había muchas cosas que se me habían escapado, o desconocía. Entonces apareció algo que no creía que estuviera: mi mirada como lector, que es lo que me salvo del aburrimiento. De repente, después de sacar el Segundo Premio del Diario de Poesía, que hacía junto a la revista bahiense Vox, en 1999, caía en la cuenta de que, finalmente, había gente que le interesaba lo tuyo, y eso fue una inyección para seguir escribiendo, pero sobre todo para ver la literatura sin sacrificio ni mortificaciones.

—Dijo Cesare Pavese, en cuanto a sus temas: “Todo auténtico escritor es espléndidamente monótono”. ¿Hay temas en tu poesía que funcionen como obsesiones?

—No tengo dudas que esa “monotonía” es parte del paisaje temático de cualquier escritor. No sé si hablar de obsesiones, porque de alguna manera alimentaríamos la idea de que un escritor tiene una suerte de TOC del que no puede desembarazarse. En mi escritura siempre surgen paisajes extranjeros, cuestiones amorosas sin resolver, el ensayo como sistema de referencia, la actualidad y la historia política, la falta de aire, la negación de uno mismo, la idea de ser otro siendo a la vez parte de un todo que nunca se identifica, la relación con mi hija, y tal vez, ahora que lo pienso, presentar escenarios donde nada es lo que parece, incluso llevando una voz prestada, como traducida.

—¿Tenés una disciplina de trabajo o solo cuando te gana la idea de escribir un nuevo libro?

—Desde hace años encuentro cierta disciplina de trabajo. Al principio de mis primeros libros fue nocturna, pero últimamente es vespertina, sobre todo a horas de la mañana, o bien entrada la tarde. Trabajo mucho sobre algo que me interesa hacer en mis textos (a esta altura, ya me surge así) que es encontrar los desniveles discursivos, romperlos, desmentirlos, hacerlos huidizos, y muchas veces haciendo intervenir voces que provengan de universos y registros diferentes al mío, es decir, a mi cotidianidad. Y ese cierto rigor aparece cuando pienso en un libro, en su temática, o en su dirección primigenia, que siempre es saboteada.

—¿Podés nombrar películas donde encuentres mucha poesía?

—Sin duda, en cine, Blow Up, de Antonioni. Y no sólo por la estética swinging London, sino por la arquitectura de los suburbios londineses que son retratados en forma magnífica. También muchas películas de Woody Allen, o tal vez las películas clase B de Roger Corman, desde sus versiones de los relatos de Poe hasta la hippie The Trip, o Ángeles del infierno. Y también hay mucha poesía en aquel último filme de Orson Welles, llamado Al otro lado del viento, que me parece un mosaico fragmentario y vital.

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