Cultura

Martin Luther King, un héroe negro de los derechos de todos

Fue uno de los mayores líderes de la no violencia, que luchó no solo contra el racismo, sino también a favor de una más justa distribución de la riqueza.

Aquel 5 de abril de 1968 las mulas arrastraban el viejo carro pintado de verde en el que se transportaba el ataúd de Martin Luther King, baleado cinco días antes. Trescientas mil personas habían pasado por el sepelio para despedir a este adalid de la igualdad de derechos de todos los seres humanos sin importar el color de la piel. Había ido a Memphis para apoyar a los 1.300 recolectores de basura negros que estaban en huelga por mejoras salariales y un trato no discriminatorio. El asesinato provocó una oleada de motines en 60 ciudades de los Estados Unidos.

La ciudad sureña de Memphis tenía por entonces 700.000 habitantes, de los cuales la mitad eran negros. Allí, la organización de terrorismo racista conocida como Ku Klux Klan tenía 16.000 miembros. No podía haber mejor escenario para el crimen. El 4 de abril de 1968, a las 18, uno de los líderes de esa banda extremista, James Earl Ray, disparó contra Martin Luther King Jr., quien estaba en el balcón del Lorraine Motel. La primera bala le perforó la espina dorsal a la altura del cuello. Fue imposible salvarlo. Las últimas palabras de King fueron dirigidas al músico Ben Branch, quien iba a actuar esa noche durante una reunión pública a la que asistiría: “Ben, prepárate para tocar Precious Lord, take my hand en la reunión de esta noche. Tócala de la manera más hermosa”. Tenía 39 años.

King estaba preparando para fines de abril una gigantesca ­demostración pacífica –la “marcha de los pobres”–, que terminaría en Washington. No quería repetir simplemente el enorme hecho de masas que fue la marcha antisegregacionista del 28 de agosto de 1963, la cual reunió a 200.000 personas ante la Casa Blanca y terminó con el célebre discurso encabezado por “I have a dream” (“Yo tengo un sueño”). La “marcha de los pobres” exigiría pacíficamente vivienda y trabajo digno para todos, y al decir “todos” implicaba no solo a los negros, que eran las principales víctimas de los ­ghettos norteamericanos, sino también a los numerosos blancos pobres desechados por el sistema.

Martin Luther King Jr. nació en Atlanta el 15 de enero de 1929, hijo de un pastor protestante, veterano militante en favor de los negros; recibió el mismo nombre de su padre. Tuvo una brusca iluminación en la adolescencia cuando conoció los libros de Henry David Thoreau, que preconizaba la desobediencia civil contra las órdenes injustas de los gobernantes, y cuyas ideas lo llevarían, de manera inevitable y ­definitiva, a hacer suyo el pensamiento de Gandhi.

Había nacido y vivido siempre en el Sur, donde imperaban las leyes Jim Crow, la siniestra práctica de linchar negros por cualquier sospecha. Era lógico que King concentrase su acción en ese Sur “profundo” imaginando que, si triunfaba allí, triunfaría sobre todo el racismo.

Poner el cuerpo

En 1959, siendo pastor de Montgomery, Alabama, y ya casado con la atractiva soprano Coretta, que le daría cuatro hijos, dirigió personalmente el boicot contra los ómnibus donde se aplicaba el segregacionismo. El boicot negro casi llevó a la ruina a la compañía y logró que se pusiera en práctica una ley federal que prohibía la discriminación en los transportes interestatales. Coretta fue mucho más que la esposa de King, fue una militante de enorme entereza, como lo demostró el mismo día del entierro de su marido, cuando ocupó el lugar de él en la marcha de los basureros de Memphis.

Martin Luther King afirmaba que la no violencia da una nueva dignidad y una fuerte autoestima a quienes la practican. Su lema era: “El odio daña tanto a quien lo siente como a quien lo padece”. No dejaba lugar a dudas: la “no violencia” era todo lo contrario del “no te metas”, entrañaba el compromiso de poner el cuerpo en la defensa pacífica de las ideas; armado solo con sus convicciones, salir a la calle a exponerse a los palos, las injurias, las mordeduras de los perros y las descargas de las mismas picanas eléctricas que se usaban con el ganado. Su empecinamiento fue una bandera a cuya sombra marcharon las mayorías negras de los Estados Unidos.

La noche más larga

En 1964 obtuvo el premio Nobel de la Paz. Pero John F. Kennedy ya había sido asesinado, apenas tres meses después de haberse convertido en el primer presidente de los Estados Unidos que habló por televisión a todo su pueblo en pro de los derechos de los negros. El crimen de Dallas preanunció el crimen de Memphis.

Cuando el pastor y activista fue asesinado, ­Stokely Carmichael, uno de los líderes de Poder Negro, afirmó: “Matando a Luther King, los Estados Unidos blancos acaban de declarar la guerra a los Estados Unidos negros. Con King murió la última esperanza del hombre blanco. Ya no hay que luchar con leyes, sino en la calle, y con balas”.

James Meredith, el primer negro que se graduó en una universidad blanca de Misisipi, el mismo que el año anterior hacía una marcha solitaria por los derechos civiles en el Sur, con los pies ensangrentados y una Biblia como única arma, después de la muerte de King exclamó: “Los puentes que existían entre blancos y negros están cortados. Compraré un revólver para que mi hijo de ocho años aprenda a usarlo”.

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