CULTURA

Norka Méndez: el misterioso caso de la guerrillera y modelo

Hizo un curioso equilibrio entre la disciplina de cuartel y las pruebas en las sofisticadas casas de moda, llegándose a convertir en un cuadro revolucionario y, al mismo tiempo, en la modelo cubana más conocida de todos los tiempos.

En los años 60, Norka Méndez había logrado conciliar lo que parecía inconciliable: lucir con prestancia las creaciones del couturier Yorn y la casa Dior, y ser teniente del ejército revolucionario cubano. Natalia Magalí Méndez Ramírez era hija de ricos hacendados. Antes de la revolución, Norka estudiaba Filosofía en México. Pero la vida fácil de México no convencía a aquella muchacha temperamental que regresó a La Habana en medio de la lucha contra la dictadura de Batista. En aquellos años no solía pintarse los labios ni perder demasiado tiempo con el peinado, eran tiempos de ropa de fajina y fusil al hombro.

Alberto Díaz Gutiérrez nació en 1928 en el barrio de El Cerro, en La Habana, Cuba. Hijo de un operador telegráfico en el ferrocarril y de una ama de casa. Pasó su primera juventud como vendedor de máquinas de escribir y cajas registradoras para una firma estadounidense, mientras se formaba en lo que sería la gran pasión de su vida: la fotografía. Cuando se dedicó por entero a su verdadera vocación, adoptó el seudónimo de Alberto Korda. A los 32 años hizo la fotografía más importante de su vida: la que inmortaliza al Che Guevara en su expresión más característica. Pero antes había sacado otra foto que cambiaría su existencia. Una mañana, entró a su estudio una mujer de apenas 20 años, alta, espigada, de piernas interminables, hermosa como un perfume que se hubiera hecho visible. Era Norka Méndez. Hacía poco había ganado el título de reina en los carnavales de La Habana. La sesión de fotos era parte del premio. Alberto Korda se había divorciado hacía poco, y esa mañana supo que esa morena sería su nueva esposa. Acertó. Al poco tiempo se casaron.

Fidel Castro fue capaz de ver detrás de la apabullante belleza de esta cubana a una mujer muy perspicaz que había mostrado numerosas veces su lealtad a la revolución. Por eso, pensó que era muy apta para que su capacidad de seducción librara algunas batallas en el campo de la diplomacia. Entonces, se la vio pasear bajo los dorados techos del Kremlin, donde la recibió Nikita Kruschev, cuando era el jefe indiscutido de la URSS. También los enigmáticos chinos parpadearon incrédulos ante esa escultural camarada enviada por Castro para participar de las frías reuniones en el viejo Palacio Imperial de Pekín. Pero cuando fue enviada a una gestión diplomática en París, la vida de Norka dio un vuelco. Recibió en el hotel la visita de uno de los modistos parisinos top, Yorn, a quien le había bastado ver una fotografía de ella publicada en el diario para tener la certeza de que era la persona indicada para pasear en las pasarelas sus creaciones. Ella al principio relativizó con risas la propuesta, como si se tratara de un piropo callejero. Pero cuando el modisto concretó su propuesta económica, cayó en un silencio del que tardó bastante en salir, para decir sencillamente “sí”, asintiendo con la cabeza. Al mes siguiente, ya estaba en la tapa de la revista Paris Match.

Lo que el tiempo no pudo borrar

Alguna vez, Norka, había fantaseado con Hollywood. En 1958 participó en un pequeño papel en A hole in the head, una película dirigida por Frank Kapra, protagonizada por Frank Sinatra y Eleonor Parker. Sabía que el cine había sido sólo una veleidad, en cambio, la posibilidad de modelar era algo inquietante que oscuramente satisfacía su voluntad de mostrarse. Cuando se lo planteó a Fidel Castro, el comandante fijó sus ojos en ella y le dijo: “¿Por qué no chica? ¿Acaso no se puede ser bella y revolucionaria al mismo tiempo? Puedes pasear tus ropas por donde quieras y al mismo tiempo defender la revolución”. Y así fue, modeló en las pasarelas mejor cotizadas del mundo, sin dejar de cumplir misiones diplomáticas o abandonar su entrenamiento de miliciana.

Se quedó sin cumplir un sueño: hacer una comedia musical que expresara cabalmente el espíritu de la Revolución cubana. “Algún día quizá se haga”, dijo recientemente esta anciana cubana a la que el tiempo no pudo borrar la belleza de sus rasgos.

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