¿Qué es la inteligencia?: la respuesta de Jean Piaget
El biólogo suizo es considerado el padre de la Epistemología Genética y uno de los científicos que más aportó para el conocimiento de la infancia.
A los 10 años publicó un artículo sobre la golondrina albina que asombró a los especialistas. Antes de cumplir 15 años, sus artículos sobre moluscos eran conocidos en toda Europa.
La obra de Jean Piaget –muerto en 1980-, es conocida en el mundo entero, comenzando por la trilogía formada por: El nacimiento de la inteligencia, La construcción de lo real y La formación del símbolo, seguido por un abrumador reguero de libros, conferencias y su tarea docente fundamental en La Sorbona y la Facultad de Ciencias de Ginebra.
Decía que la misión de la escuela era la de formar creadores, innovadores, y no individuos que repitieran lo que aprendieron las generaciones precedentes. Admiraba la sabiduría de Edouard Claparède cuando decía: “Habría que darles a todos los futuros maestros de escuela —y también a los padres— cursos de psicología animal con trabajos prácticos, investigación, adiestramiento, etc. Porque cuando el entrenamiento de un animal fracasa, el entrenador piensa siempre que es por su culpa; en cambio, cuando la educación de un niño fracasa, es siempre culpa del chico”.
Para este biólogo suizo, la inteligencia es la capacidad de adaptación a situaciones nuevas. Es, ante todo, comprender e inventar. El desarrollo de la inteligencia supone que el individuo tenga intereses y curiosidades. Si el medio social es rico en incitaciones, si el chico vive en una familia donde se plantean ideas y problemas, habrá un avance en el desarrollo; si el medio social es extraño a esta ejercitación, habrá forzosamente un retardo.
Al referirse a los estadios de desarrollo de la inteligencia, señalaba: “Antes del lenguaje existe una inteligencia sensorio-motriz. Es una inteligencia práctica que comprende las conductas instrumentales: apropiarse de un objeto apoyado sobre una alfombra tirando la alfombra hacia uno, utilizar un palo para aproximar un objeto. Después, hacia los dos años, aparece con el lenguaje la función semiótica, es decir una inteligencia representativa pero que no se convierte aún en operaciones en el sentido limitado con que se define este término: a la manera de la suma y la resta, que son la inversa una de la otra y, sobre todo, como la coordinación de estructuras de conjunto, al modo de los grupos en matemáticas, la clasificación, etc.”
Cuando se le preguntó acerca del papel jugado por la afectividad en el desarrollo de la inteligencia, señaló: “Pienso que la afectividad es fundamental para animar, es el motor. Hay que interesarse en una cosa para ocuparse de ella. Hace falta una carga afectiva, pero no creo que modifique las estructuras de la inteligencia”.
Una gran pregunta es la que apunta al nacimiento de la moralidad en los niños: ¿cómo surge? Al respecto postuló: “La moral de los pequeños es, ante todo, una moral de sumisión. El bien es lo que está conforme con las normas impuestas por el adulto; el mal es lo que transgrede la norma, y a menudo se lo entiende del modo más literal. Es decir, que una mentira es juzgada más reprobable cuanto más se aleja de la realidad, cuanto más increíble resulta. Desde los siete años, como promedio, aparece en cambio una moral de reciprocidad entre los chicos, que habitualmente se ejerce a expensas del adulto y que genera, en particular, la idea de justicia, frente a una injusticia sufrida; se trata, pues, de una moral de autonomía, en correlación estricta con el desenvolvimiento intelectual del chico”.
Su legado es de inmenso valor para la pedagogía, ya que demostró que el niño va construyendo el conocimiento a partir de su interacción o actividad en su ecosistema; y el aprendizaje ocurre como resultado de la experiencia, tanto física como lógica, con los objetos mismos, en un descubrimiento activo. Producir, en lugar de repetir; inventar en lugar de replicar.