CULTURA

Revelaciones de la hija del Che Guevara

Aleida Guevara guarda recuerdos que ayudan a conocer en profundidad a uno de los hombres más emblemáticos del siglo XX.

Es la primera de los cuatro hijos que Ernesto Guevara tuvo con su segunda esposa, la cubana Aleida March. El recorrido histórico del Che a partir de la Revolución Cubana y hasta su asesinato en Bolivia, siguiendo la utopía de la liberación del continente latinoamericano, ya ha sido narrada en numerosos libros, películas y documentales televisivos.

El semblante guerrillero del Che en Santa Clara lo vaticinaba batiéndose en la inhóspita jungla boliviana. Estadista brillante, economista y sombrío profeta, era un intelectual refinado que leía a Pablo Neruda y León Felipe en la Sierra Maestra y que hablaba con admiración de las novelas de Alejo Carpentier. Confirmó así que la cualidad distintiva de la Revolución Cubana residió en el hecho de que no fue liderada por un solo caudillo, sino por un grupo de intelectuales. Fidel Castro se había formado en la escuela de los hermanos cristianos y jesuitas; y el Che era hijo de un ingeniero argentino que había sido secretario general de Yacimientos Petrolíferos Fiscales.

Aleida Guevara, nacida en La Habana el 24 de noviembre de 1960, y que en la actualidad ejerce la medicina en la especialidad pediatría, permite asomarnos a otras zonas de la vida de su padre, dándonos una semblanza más completa de él. Ella está convencida de que su padre es el mejor ejemplo de hombre nuevo: capaz de renacer con valores distintos a los impuestos. No obstante, el haber tenido un padre erigido como un símbolo de rectitud moral pero que le fue quitado desde niña le hizo atravesar una infancia muy difícil. A los veinte años, se preguntó por primera vez por qué nunca había sentido suyo a su padre aun teniéndolo cerca. Fue entonces que miró hacia atrás y empezó a considerar quién había sido, todo lo que su madre le había dicho, todo lo que sus amigos le habían contado y, sobre todo, lo que el pueblo cubano custodiaba de él.

Nunca pudo gozar la presencia física, esos juegos sostenidos a lo largo de la infancia, las risas que no se olvidan, los desafíos que los padres atraviesan junto a sus hijos durante la infancia. Con los años, Aleida supo que ésa había sido la pequeña contribución que ellos, sus hijos, podían hacerle: “Mi padre le dejó a la humanidad un ejemplo de honor, coraje y de voluntad ante el cual nosotros siempre intentamos cumplir con nuestro deber”. Afirma que ser hija del Che Guevara no es más que un “accidente genético”, pero que explica que, sin haberse entregado a la política, recorra ciudades hablando de las feroces consecuencias que provocan impuestos desde hace más de sesenta años a su país, y de la dignidad que muestra la resistencia del pueblo cubano.

A raíz de su trabajo, Aleida vivió durante un tiempo en Nicaragua en los años de la revolución sandinista cuando, debido a la guerra, no había posibilidad de concentrarse en la economía y, por lo tanto, mejorar la salud y la educación. De ese modo vivió la guerra muy de cerca y experimentó lo que significaba para un pueblo latinoamericano no tener totalmente el control del poder.

En esa oportunidad, por ejemplo, vio a muchos niños que padecían enfermedades que en Cuba no estaba acostumbrada a conocer: “En Cuba, un niño es prácticamente sagrado”. También colaboró muy activamente con el proceso bolivariano de transformación social intentado en Venezuela, experiencia que la llevó a escribir el libro Chávez, Venezuela y la nueva América Latina.

Alguna vez, su padre les escribió una carta antes de partir a África, para ayudar al movimiento de liberación del Congo; un acto de amor, una despedida para el caso de que no pudiera volver: “Queridos hijos, Aleida, Camilo, Celia y Ernesto. Si un día tienen que leer esta carta, será porque yo no estaré más con ustedes. Su padre fue uno de esos hombres que actúa como piensan y que seguro fue coherente con sus convicciones. Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder controlar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Pero, sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo de ustedes mismos cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier lugar del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”.

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