CULTURA

Rodolfo Braceli y El error de tener frío

El escritor y periodista mendocino acaba de publicar un libro que reúne crónicas, reportajes y entrevistas que devienen en poemas y ficciones.

Rodolfo Braceli es poeta, y esa ­condición la demuestra no solo cuando escribe poesía, sino también cuando hace periodismo. Sus notas y entrevistas tienen esa sensibilidad con las palabras y los seres, propia de quien sabe que lo importante de lo que vemos es lo que no vemos. Es autor de biografías de Mercedes Sosa y Julio Bocca, de un libro que analiza a fondo ese gran misterio nacional que es Jorge Luis Borges; se ha atrevido a indagar el mundo del fútbol desde la ficción en su libro de relatos Perfume de gol. García Márquez, Woody Allen, Ray Bradbury y Silvio Rodríguez están en su lista de entrevistados. Adolfo Bioy Casares confesó en una oportunidad que la mejor entrevista de su vida se la hizo Rodolfo Braceli. Diario Hoy lo hizo pasar de entrevistador a entrevistado.

—¿Cómo es Rodolfo Braceli en estado de entrevistador?

—Soy alguien que va a sus entrevistas muerto, mejor dicho, vivo de miedo. Esto del miedo me sucede desde siempre, sea quien fuere el personaje a entrevistar, sea un hachero o sea un Premio Nobel. Ya la noche anterior duermo desasosegado, el miedo empieza a agarrarme de las amígdalas. Eso no tiene cura, ni la tendrá.

—¿Y cómo es posible que tenga miedo alguien que ha realizado cientos y cientos de entrevistas a los personajes más diversos?

—Tengo miedo porque cada reportaje supone una exploración; esa exploración es una aventura. Lo desconocido me produce un julepe que tiene que ver con el cuco de lo misterioso. Pero al final de cuentas el miedo me viene bien, porque el entrevistado o la entrevistada lo huele, lo percibe. Y baja la guardia.

—¿Dónde dirías que está la verdad en una entrevista?

—La “verdad”, lo genuino, brota cuando el personaje se descontractura, cuando deja de estar a la defensiva y se abre y se entrega. Podríamos decir que en realidad en la entrevista la entrega del entrevistado se produce cuando el entrevistador también se entrega. Esa mutua entrega produce el estado de confesión. Ahí entramos en clima. El clima importa mucho más que las preguntas. Las preguntas son una excusa para atizar la conversada. Cuando el entrevistado se desliza hacia la confesión dice lo que nunca dijo, y dice más hondo. Esto vale para Borges, para García Márquez, vale para una modelo, vale para un obrero de la construcción.

—¿Hay alguna ganzúa universal que abra todas las puertas, o cada entrevistado tiene una cerradura distinta?

—Siento que cada ser humano es único y su cerradura también es única. No hay cerraduras inexpugnables. Si existe la cerradura, existe la llave. Claro, la cuestión es dar con la dichosa llave. Para esto hace falta paciencia, imaginación, humildad, arrojo.

—Hay mucha poesía en tus entrevistas...

—Si no hay poesía no hay semblante, no hay pulso. Pienso que la poesía puede estar en las crónicas, en los reportajes, en el teatro, en la música, en la pintura, en la crónica. Incluso la poesía puede llegar a estar hasta en algunos libros de poesía. Me estoy refiriendo al clima, a la tensión poética. No me refiero al simple vocabulario poeticudo. Quiero decir que, cuando no hay poesía, la entrevista o lo que fuere enseguida destiñe, se manca, se desmaya sin retorno. Insisto: entiendo por poesía no el simple vocabulario frecuentado por el género, sino el acto de arrojarse al inquietante vacío de lo desconocido sin arnés, sin casco, sin red.

—¿Pensás que si se enseñara más literatura en la facultad se haría mejor periodismo?

—La literatura no siempre garantiza un “mejor periodismo”. Mejor periodismo habrá si activamos la curiosidad. La curiosidad, pero no para explorar la alcahuetería. Hay periodistas estelares que no buscan “la verdad”, buscan el escándalo que podría producir la supuesta “verdad”. Vivimos confundiendo el ruido con el sonido, la chatura con el nivel del mar, la euforia con la alegría. Lo peor de todo es que licuamos todo acatando los eufemismos. Esta, la nuestra, es la era del eufemismo. Al compás del imperio del norte hemos llegado al colmo de denominar a la tortura con la elogiosa denominación de “interrogatorio exigente”. Pero prefiero no seguir con este asunto porque me estoy metiendo en mi próximo libro.

El placer de los argentinos

Cuando a Rodolfo Braceli se le consultó qué sentía el entrevistador, en este caso, al ser entrevistado, no vaciló en su respuesta: “En estos momentos siento placer, goce, como cualquier argentino que se precie”.

—Placer, goce… ¿Se puede saber por qué?

—Porque desde hace un buen rato no paro de hablar de mí mismo. Y ya sabemos que a los argentinos nada nos apetece más que hablar de noso­tros mismos.

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