Sara Mamani recuerda al Cuchi Leguizamón
Hoy cumpliría 105 años el músico salteño autor de clásicos como Balderrama, La Pomeña y Maturana. Diario Hoy entrevistó a una artista que lo conoció profundamente
Sara Mamani es cantora, poeta y profesora de Filosofía. Nació en Salta, tiene seis discos grabados, y recientemente se hizo un documental sobre su vida bajo el título Sara Mamani, el nombre resiste. Fue muy amiga de Gustavo “Cuchi” Leguizamón, un artista portentoso que dejó un legado de canciones inolvidables que, sumadas, da un número cercano a 800, y que en 1945 se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la ciudad de La Plata.
—¿Cuándo lo conociste personalmente al Cuchi?
—Era muy chica cuando lo conocí. Yo escuchaba por entonces a Los Fronterizos, que incluía en su repertorio varias canciones del Cuchi. Participé en un concurso para integrar la delegación de la provincia de Salta en el festival de Cosquín, en 1970. El Cuchi me dijo que no iba a ser seleccionada, porque en ese momento no se permitía participar a menores de edad, y yo tenía 15 años. Le dijo a mi mamá que quería darme clases de canto. Así es que empecé a ir a su casa.
—¿Qué recordás de esas clases?
—Él tenía un perro que abría la puerta. Tenía que echar llave porque, si no, el perro abría la puerta y se iba a una plaza que estaba a media cuadra. Iba a su casa a eso de las cinco de la tarde. Tenía un modo muy personal de enfocar sus clases: vocalizar, mucha respiración, hacer gárgaras con bicarbonato. Me inculcó una disciplina, que me levantara temprano y practicara los acordes de guitarra. Cuando tuve que dedicarle más tiempo a la escuela, dejé de ir a lo del Cuchi. Fueron días de mucho asombro para mí.
—¿Qué músicas te hizo conocer?
—Cuando yo iba a las clases, ponía María Callas y otras músicas que si él no me hubiera hecho escuchar, seguramente hubiera conocido muy posteriormente. En un momento dado, yo llego a la casa y escucho El violín de Becho, una canción que me encantaba, pero con un arreglo vocal tremendo que yo no había escuchado nunca. Era el Dúo Salteño, que ya estaban trabajando con el Cuchi, y con quienes yo compartiría peñas en Salta.
—¿Cómo era el Cuchi?
—Muy histriónico, con una voz muy fuerte. Era generoso y al mismo tiempo ególatra, decía que solo los canallas son humildes. Era un hombre ante el que no era necesario hablar, alcanzaba con escuchar o hacerlo enojar a propósito para que él fundamentara muy fuertemente su manera de ver las cosas. Era un hombre muy vital y anárquico al que la música puso en otro lugar.
—¿Cuándo nació tu amistad con él?
—Cuando dejé de ir al colegio y volvimos a encontrarnos, porque le gustaba mucho reunirse con jóvenes. Empezamos a frecuentarnos, tanto que llegamos a festejarle cumpleaños –algunos de sorpresa–. Le gustaba cocinar para nosotros. Y cultivamos esa relación hasta que me vine a vivir a Buenos Aires. Estando yo acá, él comenzó con sus problemas de salud.