Tolosa, en la voz de sus vecinos

En un nuevo cumpleaños de la localidad, diario Hoy repasa su historia junto a la de habitantes que se criaron, crecieron y levantaron proyectos en la zona, cuando era casi desértica

Un 20 de diciembre de 1871, tras aprobarse los planos de su trazado, quedó fundada la localidad de Tolosa. El dueño de estas tierras, Martín Iraola, le puso ese nombre en homenaje a la pequeña localidad vasca donde había nacido su padre. A 146 años de sus inicios, esta zona tan representativa de La Plata conserva esa tranquilidad que hace que apenas cruzando calle 32 se sienta la parsimonia de un “pueblo”. 

En sus inicios, este aglomerado urbano, que tiene sus límites entre las calles 32 y 520, desde avenida 31 a 122, supo albergar a personas que llegaron a trabajar a los saladeros de Ensenada. Con el paso de las décadas y con el crecimiento demográfico, sus habitantes fueron apropiándose del espacio y reconvirtiendo el lugar. 

Tan es así que Hilda Croce, una mujer que reside allí hace 70 años y que desde hace medio siglo tiene una zapatería ubicada en calle 529 entre 2 y 2 bis, junto con otros comerciantes fue la encargada de gestionar la colocación del asfalto en el pequeño centro comercial ubicado en calle 2. “Esta localidad es magnífica. Cuando abrí mi zapatería esto era un desierto, no había nada. Con unos comerciantes nos fuimos organizando para hacer crecer de a poco este lugar que tanto amamos”, dijo Hilda con orgullo ante este medio. 

Esta mujer de 76 años recordó con nostalgia los momentos de encuentro en la plaza de calle 2 y 530, un lugar que en los últimos tiempos supo ser noticia por los reiterados ataques vandálicos. “Era un mundo de gente. Los vecinos éramos una gran familia. Con el tiempo la cosa cambió un poco, pero yo sigo amando Tolosa. Deseo que no cambie nada, que se quede como está, apenas que tenga un poquito más de seguridad”, dijo Hilda, que todavía hoy se junta a comer con amistades en el club Unión y Fuerza, de calle 531.   

El legado de don Felipe 

Don Felipe Villar, gasista y plomero de oficio, gracias a la colaboración de amigos y otros comerciantes, en el año 1967 consiguió el dinero suficiente para poder montar su negocio de venta de sanitarios en calle 2, entre 531 y 32. Aquellos comienzos en Tolosa fueron difíciles: junto con su familia debió mudarse al local y para poder ducharse con agua caliente el ingenioso comerciante tuvo que crear un calefón solar con un tambor de lavarropas. También se encargó de confeccionar cada uno de los estantes del local, realizó las instalaciones eléctricas e hizo las cortinas. Todo a pulmón y con sus propias manos. Con tan solo 11 y 9 años, sus hijos, Néstor y Jorge, ayudaban a su padre para que el negocio creciera. A 50 años de la primera vez que levantaron la persiana, esta empresa familiar sigue de pie, atendida por tolosanos de ley. 

Hoy devenido un hombre que peina canas, Néstor Villar recordó que “se hacían rifas para juntar dinero para mejorar las calles, poner alguna luminaria y comprar baldosas para la plaza. Antes del asfalto, la calle 2 tenía empedrado. Por allí pasaba el tranvía que iba al centro y volvía por 1”, recordó con nostalgia este tolosano de 62 años que completó sus estudios en la Escuela nº 79, en calle 115 bis entre 530 y 531. 

Recordando a sus antiguos vecinos y aquellas calles donde de niño jugaba a las escondidas y se paseaba con orgullo con su bicicleta, este hombre todavía evoca los tiempos en que “no existían las alarmas, cuando se dormía con las puertas abiertas. El vecino siempre estaba atento a lo que te pasaba. Éramos una familia. Si alguno estaba enfermo, le comprábamos los remedios, le hacíamos las compras”. 

Pero la modernidad también permeó en la localidad y Néstor percibe el cambio: “Hay otro tipo de construcciones y la vida es diferente. Hoy la gente vive corriendo por el bienestar. La sociedad de consumo te obliga a trabajar todo el día y no podemos detenernos a hablar con los vecinos o estar en la puerta haciendo sociales”. Sin embargo, en el 146º aniversario de Tolosa y en el trajín actual, Villar se detiene para rescatar “la esencia de pueblo, que todavía queda”. 

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