cultura

Una feminista de la Edad Media

Christine de Pizan fue una de las primeras escritoras profesionales de la historia y una de las más entusiastas defensoras de la igual de oportunidades entre los géneros.

De origen italiano –nacida en Venecia en 1364-, tras haberse trasladado con su padre a Francia y pasar la primera juventud en la corte, Christine de Pizan se casó a los quince años, enviudó a los veintidós, y tuvo que subvenir solitariamente a las necesidades de sus tres hijos. Atrapada en la pobreza, empezó a componer rondós y baladas en los que cantaba su sufrimiento con discreción. Asimismo, ensalzó en sus poemas a la mujer, especialmente en su Libro de las tres virtudes, como reacción contra la corriente antifeminista de su tiempo.

La escritora francesa Simone de Beauvoir aseguraba que la primera vez que vio a una mujer tomar su pluma en defensa de su sexo fue en la poesía de Christine de Pizan. Esa primera feminista de finales de la Edad Media era una erudita que defendía ideas tan "revolucionarias" como que la inferioridad femenina en realidad no era natural y que si las niñas tuvieran una educación igual a la de los niños "aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres".

Cuando su padre, Tomasso de Pizan, fue reclamado para formar parte de la corte del rey Carlos V, las cosas empezaron a cambiar en la familia. La niña Christine- cuenta Sandra Ferrer en Pioneras del feminismo-, inició entonces su formación en Humanidades. Tuvo que resistir a la tozudez de su madre, empeñada en que las lecciones diarias se mantuvieran limitadas a las de índole doméstica. Las “migajas” de conocimiento que su padre le dejaba, recuerda Charity Cannon Willard - traductora de Christine de Pizan al inglés-, enraizaron en la curiosidad de la poeta. La biblioteca del rey terminó de encauzar la educación de una de las primeras escritoras profesionales de la historia.

Sus principales intereses se centrarían sobre cuestiones tan fundamentales como la igualdad y la justicia. Al principio, sin embargo, la pluma fue solo un pasatiempo, luego, al descubrir que unas manos ocupadas liberan al cerebro, la escritura fue ocupando la centralidad de su vida. Su poesía procuraba lijar los vicios del amor cortés. Tras leer su primera recopilación, Cien baladas, la reina Isabel de Baviera se convirtió en su mecenas. Margarita y Felipe II de Borgoña, familiares de Carlos V, le encargaron también hagiografías y poemas largos. Christine de Pizan se consolidaba, entonces, como escritora de la corte francesa.

Cuando enviudó, pensó que había quedado definitivamente atrás cualquier forma de vida marito, o quizá no quiso volver a depender de nadie, lo cierto es que eligió el camino menos convencional: enfrentarse por sí misma a la situación y hacer todo lo posible para asegurar el bienestar económico de su familia. "Tuve que convertirme en un hombre", escribió sobre su obligación de mantener a sus hijos y a su madre. Así, al cabo de poco tiempo se hizo cargo de un taller de escritura, un scriptorium, en el que supervisaba la labor de los maestros calígrafos, encuadernadores y miniaturistas.

Por entonces - a principios de 1400-, Christine participó en uno de los debates más célebres de la historia literaria francesa: la llamada Querelle de la Rose. El centro de la polémica era un largo poema alegórico, el Roman de la Rose, escrito casi un siglo antes y que en algunos pasajes relegaba a la mujer a objeto de deseo que servía solo para complacer y satisfacer los instintos masculinos. Christine se convirtió en portavoz de las críticas a esta obra, lanzando así en la corte francesa un debate más vasto sobre la condición de la mujer y su igualdad con el hombre. En opinión de Christine, la inferioridad femenina en realidad no era natural, sino cultural. Si las mujeres quedaban relegadas a las cuatro paredes domésticas y no recibían educación, ¿cómo podían aspirar a los logros que conseguían los hombres?. Con su libro La ciudad de las damas, se consagró como la mayor defensora del feminismo del siglo XV.

A principios del siglo XV, Christine de Pizan hizo lo que se esperaba de ella a los 25: se retiró a un convento de Poissy. A los 66 años, murió a orillas del Sena.

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