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Una mujer histórica que protagonizó muchas novelas

Leonor de Aquitania fue reina de Inglaterra y de Francia, marchó a la par de los ejércitos en las Cruzadas y fue condenada al encierro en un monasterio.

Hija y heredera de Guillermo X, duque de Aquitania, en 1137 -a la muerte de su padre- los barones la casaron a los 15 años con el hijo del rey de Francia, quien unos meses después habría de ser Luis VII. El rey amó infinitamente a su mujer, pero su unión naufragó irreparablemente. Ella era meridional, refinada y coqueta; él era zafio y de una piedad monacal. Casi no existen documentos escritos por ella. Más allá de sus cartas y hazañas no sabemos demasiado de esta mujer. Sin embargo, Leonor de Aquitania es protagonista de muchas novelas porque dejó su estela de mujer longeva, inteligente, intrépida, culta e insumisa en la historia de las monarquías europeas.

Durante la Segunda Cruzada, el rey llevó consigo a Leonor, donde las imprudencias que causó con su tío Ramón de Aquitania generaron un escándalo sin precedentes. La ruptura, que ya estuvo a punto de producirse en Antioquía, fue consumada por el concilio de Beaugency. Finalmente, el matrimonio quedó anulado por consanguinidad, pero la causa probable- aun al margen de las alegaciones de la mala conducta, fue que Leonor sólo dio, en 15 años, dos hijos a la corona. Seis semanas después del divorcio, se supo con sorpresa que la reina contraía matrimonio con Enrique Plantagenet, duque de Normandía. Luis VII intentó conservar Aquitania para sus hijas; condenó a Enrique, vasallo suyo, por no haber solicitado autorización para el matrimonio, según exigía el derecho feudal. Pero nada pudo impedir la transferencia de la dote de Leonor, aproximadamente una cuarta parte de la Francia actual, al Plantagenet, que finalmente se erigiría como rey de Inglaterra.

Así se formó, a raíz de una desavenencia conyugal, un Estado anglo-angevino que se extendía desde Escocia hasta los Pirineos, rico en recursos y sometido a la mejor administración de la época. Los pasillos de Luis VII venían a ser un pasadizo entre aquel poderoso Estado y el Imperio. Era inevitable, en consecuencia, una guerra sin tregua que, con encuentros de creciente gravedad, había de durar 300 años.

La fortuna sonreía tanto a Enrique que enseguida tuvo un hijo de Leonor, y luego otros cuatro. No obstante, aquella unión entre dos esposos de naturaleza veleidosa no terminó felizmente. Leonor apoyó la lucha de sus hijos Ricardo y Juan en la lucha que ambos sostuvieron contra su padre, quien harto ya, en 1173 encerró en un convento a su esposa. Parece difícil que, desde su celda, Leonor pudiera envenenar a la favorita del rey, Rosamunda Clifford, como afirma la tradición. El hecho de que los reyes tuvieran amantes era sabido y habitual. No obstante, otras razones políticas dan más sentido a esta subversión: con el tiempo Enrique se volvió un déspota cruel e intransigente; no quería ceder del todo a sus hijos los poderes de sus territorios; además, sus desacuerdos políticos con Tomas Becket, y su sangriento asesinato pudieron también ser una razón de peso.

Fue liberada 16 años después, al producirse la muerte de Enrique. A partir de entonces, desempeñó un papel política relevante, aspecto en el cual se mostró bastante perseverante y juiciosa, lo que no dejó de ser sorprendente. Administró el reino durante la cruzada de Ricardo corazón de León y defendió el trono contra las intrigas de Juan sin Tierra. En sus dos reinados llevó a la corte la elegancia y sofisticación de la suntuosa Poitiers, la ciudad de su infancia. El refinamiento de Leonor es resultado de su conocimiento de las artes y de una vida rodeada de intelectuales de primer orden. De hecho, y siempre bajo el auspicio de los reyes, Leonor fue mecenas de muchos artistas, y se llevaba a los trovadores, músicos y poetas allá donde fuera.

La vida de Leonor Aquitania revela la fortaleza de una personalidad que traspuso los límites impuestos a las mujeres en la sociedad medieval, pasó del espacio doméstico a ser cabeza de dos reinos. A sus 80 años, llevó a cabo su postrera acción política más importante, que consistió en su viaje a España para prometer a su nieta, Blanca de Castilla, con el nieto de su primer marido, el futuro rey de Francia. Después se retiró a la abadía de Fontevrault, donde fue sepultada al lado de Enrique II.

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