Victoria Ocampo recuerda a Gandhi

Desde que la escritora argentina escuchó por primera vez a Mahatma Gandhi, quedó prendada por su elocuencia y valentía moral.

En abril de 1942, Victoria Ocampo escuchó en el anfiteatro Luna Park, de París, al líder del movimiento independentista indio contra el colonialismo inglés y promotor de la desobediencia civil. Para entrar al acto tuvo que hacer una cola de media hora.

Ella sentía más curiosidad que entusiasmo, tenía el prejuicio de estar frente a un hombre bastante limitado y de un fanatismo estéril. Su estado de ánimo, entonces, no era propicio para dejarse arrebatar. Cuando subió al escenario, vio que su aspecto físico era poco adecuado para impresionar a nadie. La naturaleza parecía haberle rehusado todo: enclenque, una mirada borrada detrás de los anteojos, calvo, orejas grandes y separadas del cráneo redondo y pelado al rape, aproximadas nariz y boca por falta de dientes, un anciano de corta estatura, muy moreno, vestido con una especie de túnica de lino blanco, las piernas desnudas y los pies con sandalias en medio del invierno europeo.

Pero, en cuanto empezó a hablar, el tono de sinceridad, la fuerza y dulzura de ese hombre le resultaron irresistibles: “Sentimos que sus palabras son esa verdad para la cual está dispuesto a morir. Para la cual estaríamos quizá tentados de morir si lo escucháramos a menudo”.

Acosado con preguntas, Gandhi contestaba todas sin desconcertarse ni titubear, con una sinceridad y paciencia inalterables. La escritora se preguntaba: “¿Qué fuerza era la que actuaba a través de este frágil organismo humano ya gastado, y que conmovía lo mismo al más culto que al más ignorante?”.

El 31 de enero de 1948, Victoria Ocampo se enteró de que Gandhi había sido asesinado leyendo al día siguiente las pizarras de la rambla de Mar del Plata. Tras ese hecho, atravesada por el dolor, escribe: “Gandhi amaba a su prójimo como a sí mismo. Y uno no podía menos que sentirlo junto a él. Esta doctrina fue predicada en Galilea y luego en Jerusalén, nadie lo ignora. Nosotros los cristianos deberíamos conocerla mejor que nadie. Sin embargo, ninguno de nosotros la ha practicado en este siglo de manera comparable a la de ese oscuro abogadillo nacido en una oscura ciudad de la India colonial, bajo la dominación del más poderoso imperio contemporáneo”. Amor al prójimo que era uno solo con su amor a la verdad.

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