Juez Kreplak: No sea burro, las ideas no se matan

POR MYRIAM RENÉE CHÁVEZ VDA. DE BALCEDO

POR MYRIAM RENÉE CHÁVEZ VDA. DE BALCEDO

Hace casi 25 años, con mi esposo Antonio -en la mitad de nuestras vidas, nuestros hijos ya recibidos, un buen pasar económico y el respeto ganado dentro de la comunidad- decidimos hacer un esfuerzo supremo: fundar el diario Hoy, hipotecando todo lo que teníamos.

Hoy, este medio corre riesgo de desaparecer, pese a mi esfuerzo y al de las 300 familias que, aún sin cobrar sus salarios, han decidido seguir sacándolo.

¿Pero por qué y quiénes pretenden dar muerte al diario Hoy? La Justicia, y en particular el juez Ernesto Kreplak, que parece moverse según el reloj cronometrado por el Gobierno actual, que asumió levantando, entre otras, las banderas de la libertad de expresión que, como tantas, hoy arría.

Ayer, el Dr. Kreplak me procesó con prisión preventiva y me trabó un embargo millonario, por el solo hecho de compartir el apellido de mi hijo, quien, de comprobarse los ilícitos de los que se lo acusan, deberá ser juzgado.

¿Qué tengo qué ver yo? ¿Qué culpa tiene usted, juez Kreplak, de ser hermano de un corrupto como el exviceministro de Salud kirchnerista, Nicolás Kreplak, responsable del escándalo Qunita que puso en riesgo la vida de millones de bebés?

No le cabe responsabilidad a usted por eso, como tampoco me cabe a mí por las supuestas fechorías de mi hijo.

Sucede que este atropello no es hacia mí. Sería torpe y ególatra creerlo así. Yo, en tanto directora del diario, soy apenas el puente para el objetivo final: matar a un medio que, desde su fundación, se abrió paso para denunciar a quienes entregaban el país a costa del pueblo.

Nuestras raíces peronistas no nos impidieron posicionarnos en la vereda opuesta de Carlos Menem, primero, y de los Kirchner después, toda vez que tuvimos que proteger a la comunidad de la corrupción, la miseria y la ignominia generalizadas.

Fundamos este diario poniendo en riesgo nuestro patrimonio, defendiendo lo que nadie defendía y condenando lo que nadie condenaba. Creíamos -y todavía lo creo- que valía la pena.

Siempre nos propusimos ser una voz en el medio del desierto, gritar cuando todos callaban. Lo hicimos antes y lo seguimos haciendo ahora, cuando, pese a los discursos y las promesas de campaña, la corrupción continúa campeante.

Debe comprender el lector que eso es lo que verdaderamente molesta, y por eso este juez, acatando órdenes directas del poder central, trata de ponerle punto final a un medio que nunca fue ni será genuflexo.

Por eso, ahora intentan lo que no se pudo lograr cuando, a los pocos meses de la fundación del diario, tuvimos que enfrentar las primeras persecuciones de la Afip o que los canillitas de los puestos amarillos directamente fueran obligados a tirar nuestros ejemplares por la presión que ejercía el monopolio de un matutino que durante décadas informó en soledad a la ciudad de La Plata.

Por eso, por las tapas que el lector encontrará nada más que en este diario y que molestan a muchos, el poder de turno pretende lo que ni siquiera pudieron las mafias de los Kirchner. Lo que no pudo el extitular de la Afip, Ricardo Echegaray, al que denunciamos en decenas de oportunidades con investigaciones que nos significaron múltiples represalias, pero que, pese al poder que ostentaba, nunca pudo hallarme delito alguno. Por la sencilla razón de que no existía ni existe.

Por la prolijidad de mis casi 79 años, porque en los libros de IVA y donde sea puedo comprobar fehacientemente que todo lo que tengo lo compré con la honradez de mi trabajo, porque no tengo otra convicción que la del esfuerzo y la defensa de las causas que creo justas.

Y es esa lucha en la que, equivocadamente o no, nos embarcamos con Antonio: primero, en los años de plomo del país, cuando fogueados en la política tuvimos que escondernos en un departamento de 39 metros, cerca del mar, con nuestros hijos adolescentes, para que no nos mataran ni las guerrillas, ni las tres A; después, ya en democracia, cuando asumimos la riesgosa empresa de fundar el diario que ahora buscan desaparecer.

Con ese objetivo, al cabo de mi vida se me presenta como una delincuente común, se me busca encerrar en una celda como una persona de mal vivir, haciéndome responsable de las supuestas infracciones de mi hijo, de problemas que son de él, que no defenderé y por los que él sabrá responder.

Por mi parte, y aunque debiera limitarme a hablar en los fueros judiciales, me veo en la obligación de defender mi nombre y el de Antonio, que demuestran una absoluta línea recta en la conducta moral y ética para manejar un medio.

Porque el que calla, otorga.

Porque yo, a diferencia de la Gobernadora, el Presidente, no soy corrupta.

Porque a mi edad, cuando la vida se aleja y la muerte ronda como una presencia cercana, nada me asusta: ni siquiera el oprobio de la cárcel, que no conozco y al que usted, señor juez, pretende llevarme.

Porque no puedo quedarme en silencio mientras se quiere arrastrar mi nombre por el fango. Ni ser indiferente al fin último de todo esto: matar al diario Hoy, que ya no me pertenece, porque pertenece a la comunidad, a todos los platenses que cada mañana, desde hace un cuarto de siglo, buscan leer en estas páginas lo que otros no quieren que se sepa.