EN FOCO

La Patria lastimada: los miserables

Es como un acto reflejo natural. Quienes vimos Los Miserables (el clásico de Víctor Hugo, tantas veces retratado en el cine) nos indignamos al mirar la huída perpetua del desdichado Jean Valjean, preso durante 19 años por haber robado un pedazo de pan e intentar fugarse una y otra vez. Busca el perdón, rehacer su vida, pero las autoridades lo condenan al sometimiento eterno.   

Resulta imposible ver el filme y no sublevarse ante las injusticias que se suceden en la trama. Entonces, si nos enojamos por las desigualdades que vemos en una pantalla, ¿cómo no hacerlo cuando ellas trascienden la ficción y se vuelven trágicamente reales?

¿Cuántos millones, en la Argentina actual, están presos de un sistema que los hunde en el fango, sin posibilidades de redención? ¿Cuántos que nacieron en la clase media, que conocieron otra realidad, otro país y hoy son empujados a la miseria?

Son preguntas urgentes en esta fecha tan especial, a 202 años de aquella declaración de la Independencia legada por el grupo de patriotas que soñó con nuestra libertad, soberanía y justicia. Aquellos que pusieron cuerpo y vida para que oyéramos el ruido de rotas cadenas. 

Hasta que a una seguidilla de políticos inescrupulosos les pareció demasiado y traicionaron aquellos ideales. La desigualdad se volvió costumbre, la pobreza aumentó y fracasaron en reducirla. 

Tampoco lo intentaron. Ni el Presidente, ni la Gobernadora ni sus pares en cada provincia, ni los intendentes se avergüenzan porque hoy cinco de cada diez chicos argentinos vivan en la marginalidad, sin posibilidades de futuro. De rodillas ante el FMI y los mercados que reclaman mayor devaluación, el Gobierno tampoco se alarma porque los padres de aquellos niños sobrevivan entre empleos informales o sin ningún trabajo, dependientes de las limosnas que da el Estado. 

Ya lo esclareció con síntesis impar la diputada de la alianza gobernante, Elisa Carrió, al reclamar a la clase media que “dé propinas” y “changas” para que los más vulnerables lo sean un poco menos. 

Cuando la brecha de la desigualdad se ensancha sin tregua y la recesión penetra también en las capas medias, el ilusorio efecto derrame se dilata cada vez más. 

El resultado es una Patria lastimada, con médicos, docentes y policías haciendo malabares para llegar a fin de mes, cobrando salarios que rozan la miseria; militares a los que se les ofrece aumentos de entre el 3% y el 8% y luego, cuando el malestar crece hasta decantar en este Día de la Independencia sin desfile, se les promete un irrisorio 15%, muy por debajo de las proyecciones de inflación. 

Mención aparte merecen los poco más de 1,1 millón de jubilados con 30 años de aportes y sin moratoria, que, al cabo de haber dedicado su vida al país, este mes recibirán un aumento de apenas $101, llevando el haber mínimo a $8.200, casi por debajo de la línea de indigencia. 

Dádivas del plan PROpina que, luego de dejar al margen del sistema a más de 100.000 platenses que hoy tienen problemas de empleo (según cifras del Indec), de despedir a un tendal en el Estado, ofrece, como toda alternativa, llevar el monto de los planes sociales de $4.700 a $6.000.

Para nosotros es un fracaso; para “los miserables” en el poder es el éxito del sometimiento clientelar que no integra ni crea empleo genuino para que la economía crezca, para que los pobres dejen de serlo, para evitar que más personas caigan en la marginalidad. Apenas se los mantiene a flote, para contener la explosión social y llegar a las urnas el año próximo. Objetivos chiquitos y mezquinos que se agotan en una elección. Tan alejados de los sueños de grandeza de 1816.

Un argentino muy conocido escribió, hace algunas décadas, que nadie es la Patria, pero todos lo somos. Y que, como tales, debemos ser dignos del antiguo juramento que prestaron aquellos hombres que declararon la Independencia. Quizá la refundación del país empiece por recuperar esa convicción, para darle lo que hace tanto anhelamos: un futuro.