Macri en La Plata: el otro yo del Presidente
El hermetismo con el que Macri llegó a La Plata, en secreto y aislado de la gente, es parte de una política oficial para evitar los reclamos que el soberano pueda llegar a manifestarle ante la crisis que atraviesa el país.
El gigantesco operativo policial, con patrulleros y vehículos pertenecientes a la Dirección de explosivos provincial, sorprendió en la mañana de ayer a los vecinos que habitan en cercanías al Estadio Único. Parecía que por fin el Estado se haría presente en esa zona de Tolosa, asediada, como el resto de La Plata, por la delincuencia y en la que las fuerzas de seguridad solo aparecen cuando algún espectáculo musical o deportivo lo ameritan.
Pero no. El impresionante despliegue duraría unos pocos minutos, los que el presidente Mauricio Macri tardara en descender de su helicóptero en el predio de 32 y 25, para luego subirse al auto blindado que lo trasladaría a escasas cuadras de allí, hasta una pizzería de 527 y 27 atendida por trabajadores con Síndrome de Down.
Excepto la numerosa custodia, algún que otro asesor y la vicepresidenta Gabriela Michetti, nadie más lo acompañó. La actividad tampoco se informó: en la Provincia y el Municipio, tanto los colaboradores de la Gobernadora como del Intendente, respectivamente, simularon ante este diario no conocer los pormenores de la visita. En Presidencia, apenas atinaron a decir, minutos antes del desembarco, que se trataba de un “mano a mano”. “¿Con quién? ¿Con quiénes? ¿Dónde?”, quiso saber este medio, y la respuesta fue otra vez el silencio.
Lejos de la gente
El hermetismo con el que Macri llegó a La Plata, en secreto y aislado de la gente, es parte de una política oficial para evitar los reclamos que el soberano pueda llegar a manifestarle ante la crisis que atraviesa el país. A veces, se anima y visita ciudades, en helicóptero, con auto blindado a disposición y rodeado de uniformados. Otras, como ocurrió en el acto por el Día de la Bandera en Rosario, directamente no va.
¿A qué le temerá el Presidente? ¿Creerá que los platenses somos delincuentes o caníbales que podríamos atentar contra él? ¿Cómo es que el mismo mandatario que ante los medios sostiene que el rumbo tomado, por equivocado que sea, es el correcto, no es capaz de mirar a la cara al hombre o la mujer que quizá lo votó y hoy se arrepiente y tal vez necesita ser escuchado? ¿Podrá dormir tranquilo gobernando divorciado de la realidad, sin estar en contacto con los argentinos y argentinas que no llegan a fin de mes, que cada día sufren por el peso de sus decisiones? ¿Pensará que la Argentina se agota en su círculo de custodios, aduladores y bufones que lo convencen de que todo está bien aunque todo vaya mal? ¿O que se puede ganar una elección simplemente beneficiando con los millones del Estado, que somos todos, a los poderosos grupos mediáticos para que difundan sus timbreos, sonrisas y promesas de felicidad mientras esperamos por un proyecto de país que nunca llega? ¿Olvidará la sentencia de Juan Domingo Perón, que dijo: “Gané con todos los medios en contra, perdí con todos los medios a favor”? ¿Habrá, alguna vez, respuesta a todas estas preguntas?
La hipocresía como bandera
“Hoy conocimos a Ramiro y a su mamá, Silvia. Los dos fundaron la primera pizzería de La Plata atendida por personas con Síndrome de Down”, escribió el Presidente en su perfil de Instagram, al pie de una foto tomada en medio de su actividad en la ciudad.
En ese alarde de sensibilidad se lo ve sonriente, a punto de almorzar pizza junto a la Vicepresidenta, a cargo de la Agencia Nacional de Discapacidad. Quienes los recibieron no sabían que tras la sonrisa, y bajo el saco, el jefe de Estado escondía las filosas tijeras del ajuste, con las que en los últimos dos años recortó 170.000 pensiones, de las cuales 70.000 eran por invalidez. Ahora, como parte del acuerdo con el FMI, prepara otra purga de $8.000 millones en el beneficio.
Nada de eso dijo y, tan rápido como había llegado, abandonó la ciudad a bordo del helicóptero que lo esperaba en el Único, allí donde más temprano había aterrizado con su otro yo. Para mostrarse, por unos minutos, como el que no es.
