Secta Kirchnerista = secta macrista: Nosostros en el medio

Cuadernos, denuncias, empresarios, respetables hombres hundidos en el lodo de la corrupción, funcionarios inescrupulosos, bolsos y bóvedas con millones de dólares que robaron de nuestros bolsillos, miseria, salarios licuados por la devaluación, tarifazos, PyMes asfixiadas, tasas siderales, promiscuidad, droga y un largo etcétera. 

Esa realidad, lamentable y corriente, a la que asistimos azorados parece ocurrir en otro país, a juzgar por lo que diariamente repiten los canales de televisión, los medios adictos al régimen macrista que apenas se detienen en retazos de la coyuntura para dedicar largas horas al vergonzoso y explotado escándalo de las coimas.     

Pero otros males, urgentes ocurren aquí, en esta caja de Pandora que es la Argentina mientras la mayoría de la opinión pública se deja llevar como hoja en el viento por lo que dicen las encuestas: porcentajes más, porcentajes menos, los analistas dan un un 32% de imagen positiva a Mauricio Macri y un 30% promedio a la expresidenta, Cristina Kirchner.

La conclusión no puede invitar más que a la congoja y el dolor. Pues, cuesta comprender que haya gente a la que no le interesa lo que hizo Cristina, impasibles capaz de volver a elegir a quien se puso el país de sombrero y nos condenó a ser un país enano en momentos en que tuvimos todo para crecer a tasas chinas.

Fueron aquellos -y así lo denunciamos oportunamente- años corruptos. Como lo son estos: ahí tenemos a nuestro Presidente, intentando cubrirse con el velo de la transparencia, pero tan corrupto como su antecesora, hijo pródigo de Socma, integrante del selecto grupo de los magnates, dueños de empresas monopólicas como Iecsa, el Correo Argentino, Techint, que crecieron durante la dictadura, se hicieron fuertes con la Patria contratista de la democracia y ahora buscan trocar arrepentimiento por impunidad. Claman por un privilegio que rescate el brillo de su reputación manchada, como lo hubiese el padre de Macri, don Franco, si no fuese porque la demencia lo postró en una cama. El poderoso empresario es ahora un hombre senil, débil, indefenso. 

Entonces, en este polarizado escenario, reduciendo todo a Macri o Cristina, no hay bien y mal, ni mal menor. Ambos son males que se pagan caros. Y si todavía hay grupos de argentinos que se inclinan por ellos es porque son sectas, los mueve el fanatismo, cierran sus mentes al pensamiento crítico, a la capacidad de la reflexión, todo aquello que, en tanto humanos, nos diferencia de otras especies y nos permite elegir libremente. 

Quienes integran estas sectas, ven pero prefieren cerrar los ojos para no dudar ni cuestionar o condenar lo que aparece ante ellos. 

Del lado de Cristina: el clientelismo, la vida que parecía más fácil, un mundo de fantasía sin garantías de futuro. Del lado de Macri: el impiadoso que decidió que la única forma de encaminar el país era que sobreviviera el 15% de la población, con un 85% cayendo del sistema.

Mientras, los que no estamos en ninguno de esos bandos, los que vemos, sufrimos y nos duele nuestra Argentina que unirnos con otros -académicos, poetas, empresarios, jueces y políticos honestos, fuerzas de seguridad, sacerdotes, comerciantes, profesionales de todas las disciplinas- con ganas de dar el gran debate nacional, trazar el plan estratégico que hace falta, reconstruir sobre las ruinas de la Argentina deshecha. 

Todos, salvo el fanático atrapado en su secta, para rehabilitar esta Patria vasta, de climas, suelos y riquezas como para alimentar a todos sus compatriotas y más allá.

Todos, unidos y comprometidos desde el lugar que nos toque, con la sensibilidad alerta como para no tolerar más que un solo argentino muera de hambre, o deba recurrir a un comedor para no hacerlo; o se le quiten el dinero, la esperanza, el futuro a jóvenes que comienzan a imaginar sus vidas en otro país porque piensan que este no tiene arreglo y lo mejor que pueden hacer es abandonarlo; o que familias enteras caminen sin trabajo, a la deriva, a la intemperie, sin posibilidades de pertenencia; o que la clase media, que supo ser motor del país, comience a desarmarse como la arena que va al mar. 

Porque si no paramos esto, todo seguirá igual. Porque hubo un camino y hay que rehacerlo andando, con pequeños pasos que nos lleven hasta el período electivo que comenzará en once meses. Porque es la hora de pensarnos de nuevo: con inteligencia; eligiendo entre líderes nuevos que, de seguro, emergerán de esta crisis; utilizando las armas que nos da la Constitución. Depositando, nuevamente y pese a todo, nuestra esperanza en la virtuosa alternancia de la democracia.