¡Basta!

Por Myriam Renée Chávez
Directora del diario Hoy

La ola de violencia extrema e inseguridad que se vive a lo largo y ancho del país, especialmente en la provincia de Buenos Aires, ya es insostenible. 

El gobierno K está llevando a una chavinización de la Argentina. Venezuela es un país donde, actualmente, se produce un asesinato cada dos horas, y el mismo proceso parece estar registrándose en nuestro territorio, más allá de las falaces estadísticas del gobierno con las cuales intentan mostrar una realidad que sólo podría tener lugar en la dimensión desconocida.

Las muertes de dos jóvenes en Villa Elisa y Junín, que tenían toda la vida por delante, ocurrida este fin de semana, nos lleva a decir ¡Basta!. No queremos que la Argentina vuelva a ser el país de la violencia extrema que tuvimos en los ´70, cuando por el simple hecho de ser joven y barbado, o por no tener las mismas ideas de lo que solían portar armas (ya se trate de guerrilleros o militares), cualquier persona podía ser secuestrada, asesinada o desaparecida. 

El desprecio por la vida humana, la ausencia total del estado a la hora de garantizar aunque sea un mínimo de seguridad a sus ciudadanos, es una de las principales razones para que, más temprano que tarde, vuelvan a sonar las cacerolas en la Argentina. Es el instrumento que tiene la gente decente, todos aquellos que se ganan la vida honradamente, para hacer oír su malestar y pedir a las autoridades de la nación, de las provincias y de los municipios, que es hora de empezar cambiar.  

En ese punto, de poco sirven las promesas o los proyectos: se requieren líneas de acción, hechos concretos que muestren, al menos, que existe la decisión política de proteger a la gente.

La gran mayoría de la ciudadanía está cansada de los gobernantes que se convierten en meros relatores de la realidad, que comentan los problemas en lugar de poner manos a la obra, y que recurren a insólitos argumentos y explicaciones, como las que suelen hacer los funcionarios de la administración kirchnerista cuando dicen que la inseguridad es "una sensación", un invento de los medios.

Con la actitud de no hablar sobre la inseguridad y la violencia, pareciera que los K quieren que los argentinos se terminen acostumbrando a convivir con la muerte. Muchos de los que detentan el poder pretenden que sea considerado un hecho natural -"cosas de la vida", dijo Cristina Kirchner sin ponerse colorada, al cumplirse el primer aniversario del siniestro de Once- que una chica sea asesinada por trabajar en un kiosco o que trabajadores puedan llegar a perder la vida al tomar un tren que termina estrellándose en una estación producto de los negociados que, durante años, tejieron polémicos personajes como Julio de Vido.

Peor aún resulta que los responsables políticos de la corrupción, por lo general, no reciben ningún tipo de castigo. Todo lo contrario: hasta resultan premiados con cargos y abultados presupuestos, y hasta se los ubica en la primera fila de aplaudidores que asienten cada palabra que dice la presidenta durante los actos oficiales. 

Un claro ejemplo es la inefable Hebe de Bonafini que, siendo la máxima responsable de la fundación donde ocurrió una gigantesca estafa con fondos públicos (pagados con los impuestos que se le saca a la ciudadanía),  ahora tenga el tupé de salir apretar, públicamente, a los integrantes del máximo tribunal del país, para pedirles que eliminen lo poco de independencia que le queda al Poder Judicial.

En ese contexto, no es causalidad que haya ciudadanos que, ante el atropello a las instituciones que hace el kirchnerismo, decidan hacer justicia por mano propia, atreviéndose a prender fuego patrulleros y una comisaría, como ayer ocurrió en Junín. Esto ocurrió en un lugar que, hasta no hace mucho tiempo, era una de tantas ciudades del interior bonaerense que se movían al ritmo de la actividad agropecuaria, donde predominaba la paz y la tranquilidad. Pero esas características, por la ola de inseguridad, pasaron a ser parte del pasado. 

En definitiva, este gobierno está haciendo realidad la letra del aquel recordado tango de Discépolo, realizado durante la década infame, que decía:

"Hoy resulta que es lo mismo  

ser derecho que traidor, 

ignorante, sabio o chorro, 

generoso o estafador... 

¡Todo es igual! 

¡Nada es mejor! 

Lo mismo un burro que un gran profesor". 

El enorme aparato de clientelismo político que montó el gobierno K, para mantenerse en el poder, implica castigar al que trabaja y al que produce, para mantener a un número cada mayor de personas que subsisten de las dádivas del Estado, que no hacen más que condenarlos a la pobreza y a la indigencia. Es más, el kirchnerismo se retroalimenta con la marginalidad, no le conviene que haya argentinos que puedan acceder a un trabajo genuino, a progresar en función de su propio esfuerzo y sacrificio. 

La posibilidad de tener un empleo digno, que garantice una vida medianamente confortable, implica darle la libertad a la persona que accede a ese trabajo para que pueda pensar por ella misma, sin la extorsión que significa exigir el voto a cambio de mantener un mísero plan social.         

Mantener a millones de compatriotas sumidos en la pobreza significa crear las condiciones para que se desarrolle la delincuencia y la violencia. Y eso, a su vez, es potenciado por el flagelo de narcotráfico. Drogas como el paco están aniquilando a una generación de pibes que, al tener las neuronas quemadas, pierden hasta la noción moral de lo que significa robar y matar

La clase dirigente, oficialismo y oposición, ya no pueden mirar para otro lado. Si no se ponen los pantalones largos, serán victimas de lo que solía decir el General Perón: "el pueblo marchará con los dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de los dirigentes".

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