Contaminación y trabajo esclavo en el “desierto verde” de Misiones
Mientras la deforestación destruye la selva misionera, los trabajadores de la yerba y el tabaco sufren los efectos de los agrotóxicos.La mano de Monsanto y la complicidad del gobierno K. El dilema de la tierra
Pueblos trabajadores, infancias pobres, cinco siglos igual. En Misiones, la pobreza y la miseria son lo único que permanece inamovible en un paisaje mutilado por el hacha y la motosierra. Y mientras los gobiernos nacional y provincial persisten en su indiferencia, las grandes empresas de capitales trasnacionales avanzan sobre la naturaleza, degradando la tierra pero también enfermando a hombres, mujeres y niños.
El proceso comenzó de la mano de Monsanto durante los nefastos años 90, cuando la deforestación transformó a la selva virgen más grande del país en una interminable hilera de pinos uniformes, materia prima de las papeleras instaladas en la provincia. Pinos transgénicos en un “desierto verde”. La activista misionera Lilián Velásquez cuenta a Hoy que “con su implantación, los pinos necesitan muchos agrotóxicos para mantenerse sanos, por lo que se fumiga con glifosato desde que se prepara el suelo hasta que se procesa la pulpa de papel, además de las sales y minerales utilizados como fertilizantes”.
Pero la amenaza de Monsanto se ha agravado en la última década en la industria del tabaco y la yerba. “Los agrotoxicos son particularmente dañinos para los tabacaleros. Desde Estados Unidos e Inglaterra, las empresas de cigarrillos vienen a pedir la variedad burley, que es más suave y utiliza muchos más químicos. Entonces, como no hay control del gobierno, la gente que trabaja se enferma y ni siquiera sabe de qué o por qué. Son campesinos sin instrucción y muy pocos terminaron la primaria”, afirma Velásquez. Las condiciones son miserables: sin protección ni recursos, se trabaja a destajo. “Pueden estar catorce horas bajo el sol, o 20, y no se las pagan. Sólo se retribuye por producto cosechado”. Por eso, los campesinos migran al interior de la selva, a las zonas de producción, con sus familias, y allí trabajan todos: hombres, mujeres embarazadas y niños.
Así, el cáncer se ha constituido en un drama de los pequeños productores misioneros. “La contaminación con agrotoxicos es absorbida por las células de la sangre, eso va quedando en las adiposidades, en las gracitas naturales que tenemos en el cuerpo, y con el tiempo, como es acumulativo, deriva en cáncer”, dice Lilian. Los que más se enferman son los chicos, “y además ahora tenemos el fenómeno de los que nacen con problemas congénitos, acéfalos o sin intestinos”.
Sin tierra para vivir, obligados a migrar para vender sus brazos sudados bajo el calor misionero, los campesinos son retribuidos con vales de alimento. La injusticia es tal, que los mismos dueños de las tabacaleras que los explotan han puesto supermercados en los pueblos del interior, adonde sólo valen esos “vales de comida”. Este mecanismo se utilizaba en los tiempos de la colonia con los mineros de Potosí y el Alto Perú y sigue vigente hoy, en Misiones. Cinco siglos igual, de trabajo esclavo y depredación de nuestros recursos.
Lilian Velásquez aporta un dato más: “cuando un empleado se quiere ir del ala de su patrón, tiene la deuda de los alimentos, pues los vales funcionan como un banco de comida que tenés que seguir pagando eternamente. Y así viven, en la selva, sin nada y bajo carpas de lona. Si uno se accidenta, se puede morir tranquilo: allí el Estado no está”.
“El gobierno interviene sólo para desalojar”
La difícil situación de los trabajadores campesinos en Misiones es obviada por las autoridades. ¿Pero nadie hace nada? Claro que sí. “Hace 30 años venimos denunciando esto, incluso con estudios médicos que certifican lo que decimos, pero nadie, ni el sector privado, ni el gobierno de Maurice Closs ni el de Cristina, nos hace caso”, dice Lilian Velásquez, quien agrega que “el gobierno provincial sólo interviene para desalojar las tierras tomadas por los campesinos, despojados de toda posibilidad de trabajo y subsistencia”. En abril, decenas de familias fueron violentamente reprimidas a pedido de un empresario que reclamaba las tierras fiscales “para hacer muebles”. Hoy, “todavía están en la ruta, porque no tienen donde ir, los niños no pueden ir a la escuela y muchos de los adultos fueron torturados y golpeados por la policía”.
Durante el gobierno de Maurice Closs, lo mismo pasa con los tareferos de la yerba, que son ignorados y trabajan por fuera de toda ley, sin mínimas condiciones y al antojo de las grandes empresas yerbateras. “Trabajar como tareferos no es nada lindo, es trabajo esclavo”, apunta Lilian. Lo sabemos, aunque no podamos siquiera imaginarlo.
La mentira de la Ley de Tierras
Varias organizaciones de Misiones denuncian que Alto Paraná, la papelera más grande del país de capitales transnacionales, tiene el 40% de las tierras de la provincia, más las que no son reconocidas o las que posee mediante arrendamientos. Sin embargo, hace poco más de un mes Cristina anunció que el catastro de todo el territorio argentino estaba finalizado y que la posesión de estas en manos privadas no llegaba al 15%, límite impuesto por la Ley de Tierras.
“Las cifras del 15% que dio el gobierno nacional es una mentira. Nosotros sabemos bien que no es así, acá la mayoría de las tierras de misiones son de las empresas como Alto Paraná, que es dueña de casi todo, del 40% de las tierras de la provincia”, rechazó Lilian Velásquez.
Además, al activista confesó que “a la provincia ahora le decimos desierto verde, y es triste, porque ahora lo único que se ven son pinos, se ha destruido la selva autóctona por los grandes negociados y la ausencia del Estado. La gente no puede quedarse más en esas tierras, porque están rodeados de pinos, entonces los campesinos van a los pueblos y ciudades, y quedan aún más pobres. Es muy triste el paisaje”.