El dilema de la genuflexión

Falta poco más de un año para las elecciones primarias y 16 meses para los comicios generales que definirán el futuro de la Argentina, y el gobernador Daniel Scioli se enfrenta a una verdadera encrucijada: seguir acompañando el carro kirchnerista, que lo conduce al precipicio político, o emprender un cambio de rumbo.

El kirchnerismo está claramente en retirada. El último puesto obtenido por una lista respaldada por La Cámpora en los comicios del Colegio de Abogados de La Plata, el viernes pasado, fue una muestra contundente de que todo lo que huele K está destinado a ser castigado en las urnas. A esta altura, el kirchnerismo ni siquiera está en condiciones de ganar una elección en un club de barrio. El declive es total y uno de los pocos que parece no darse cuenta, o directamente no quiere percatarse de los tiempos de cambio que estamos viviendo, es Scioli.

Es cierto que desde el momento en que decidió incursionar en política de la mano de Carlos Menem, allá por la segunda mitad de los años ´90, al actual gobernador le sirvió como forma de posicionamiento en la opinión pública tener un carácter afable y una sonrisa fácil; pronunciar frases políticamente correctas y discursos plagados de positivismo. También es cierto que supo usufructuar, como ningún otro político, los picaditos con estrellas del deporte y de la farándula, y participar en recitales de Los Pimpinela, Cacho Castaña y Ricardo Montaner, artistas contratados para dar espectáculos que fueron pagados por su propio gobierno. Ahora bien, para llegar a conducir un país tan complejo como la Argentina, de poco sirve el mero artificio mediático. La ciudadanía no come vidrio.

En algún momento, la puesta en escena permanente, las frases clichés, chocan con la realidad concreta. Y cuando eso sucede es necesario que el gobernante saque a relucir las capacidades que constituyen el basamento de lo que realmente debe ser un estadista, es decir, saber tomar las decisiones que se creen que son las correctas, en el momento justo, rompiendo moldes y estructuras. Esto es, precisamente, la gran carencia que tiene Scioli.

Por el momento, el gobernador está lejos de ser un estadista. De lo contrario, no miraría para otro lado cuando, pocas semanas después de haber decretado la emergencia en materia de seguridad en su provincia, el jefe de gabinete de la Nación, Jorge Capitanich, públicamente les dice a los manifestantes que se movilizaron a Plaza de Mayo por la inseguridad que vengan a La Plata a protestar por este flagelo. Es decir, el jefe de gabinete le tiró directamente el fardo del problema de la ola delictiva al mandatario provincial. Y Scioli ni se inmutó, siendo el gobernador de 15 millones de bonaerenses que, en su gran mayoría, pide a gritos soluciones inmediatas para que se le ponga un freno a los crímenes.
El kirchnerismo ha optado por lavarse las manos y no asumir ninguna responsabilidad por el hecho concreto de que, diariamente, ciudadanos inocentes mueren por el accionar de la delincuencia. Lejos de recoger el guante y responder que la inseguridad es un flagelo que crece a la par de la miseria que generan la políticas económica y el infame clientelismo que emana desde la Casa Rosada, el sciolismo opta por quedarse callado. Ni siquiera se atreve a cuestionar las zancadillas que le hacen los kirchneristas en la Legislatura, modificando el proyecto de policía comunal, de forma tal que se torne inaceptable para los intendentes, provocando así que la iniciativa quede congelada. Es muy probable, incluso, que termine siendo cajoneada.

Hacer política mostrando como principal carta la continuidad de una forma de gobernar, que fue duramente castigada en las elecciones del año pasado, llevará indefectiblemente a que no sea solamente la presidenta Cristina Kirchner la que abandone el poder en 2015. Es muy probable que el propio Scioli siga por el mismo camino, si no modifica el rumbo. Claro que aún no está dicha la última palabra: tiene tiempo para pegar el volantazo, como lo solía hacer cuando corría en catamarán a finales de los años ´80.

Sería una injusticia plantear que el gobernador es el único que debería cambiar. Muchos de los que se dicen opositores, también incurren en viejas prácticas, que ya no tienen ningún tipo de consenso en la sociedad. Un caso testigo son los dirigentes gremiales Hugo Moyano y Luis Barrionevo que, en la semana que pasó, movilizaron a Plaza de Mayo, recurriendo para ello a los aparatos de sus propios sindicatos.

Este tipo de marchas, que en este caso fue convocada por un reclamo justo, como es el tema de la inseguridad, terminan resultando contraproducentes. Gran parte de la ciudadanía detesta y repudia todo lo que significa la movilización de aparatos, la militancia rentada, protestar a costa de coartar los derechos individuales a circular con libertad que tienen otras personas.
Los nuevos tiempos que corren también implican un desafío para un movimiento obrero que deberá aggiornarse. Ya no basta sólo con protestar. El reclamo legítimo debe estar acompañado de alternativas concretas. Nada y nadie impide a los dirigentes sindicales que se involucren en el debate de los grandes temas nacionales y elaboren propuestas superadoras.

En un sistema capitalista como en el que vivimos, se tornará muy difícil que sigan mejorando los salarios sin que antes se reactive la economía y se empiecen a generar los puestos laborales legítimos que necesita el país. Dar valor agregado, incentivar el aparato productivo y apostar por el desa-rrollo, es la única forma de salir del atraso. No existen soluciones mágicas, pero sí la necesidad de que haya planes estratégicos –con participación de la dirigencia política, la Iglesia, los sindicatos y las organizaciones de la comunidad- que sienten las bases de lo que queremos ser como país en las próximas décadas.

Juan Gossen
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