25 años de Alta suciedad, aquella obra cumbre

Hacia 1997, Andrés Calamaro entraba al podio de los grandes solistas del rock argentino. Paladar de cromatismo pop y melodioso para un puñado de canciones que conquistaron las masas años antes del fin de siglo.

Ha de ser muy poderoso reverberar con una, dos, tres, diez canciones en las cabezas y los corazones de miles y miles de personas.

Andrés Calamaro tenía 36 años al momento de grabar Alta suciedad y ya contaba a esa altura con un prontuario más que interesante. Había tocado con todos, había formado parte de Los Abuelos de la Nada y parido unos primeros hits al lado de Miguel Abuelo, ya tenía un par de buenos discos solistas, había protagonizado los ecos de la movida madrileña a fines de los ochenta y fundado Los Rodríguez, aquel buque insignia del rock español de los noventa. Pero hacia 1997 esa banda no existía más y él se reinventaba a caballo de un disco que es más que eso: un clásico instantáneo, la gran obra de canción de autor de fines de la maldita década de los 90 que llegó a vender medio millón de copias.

Tenía plata, tenía tiempo, tenía ganas y tenía, sobre todo, buenas, muy buenas canciones que le quemaban entre manos. Lo que se dice: un compositor en estado de gracia. Allí está el resultado: Alta suciedad, la consagración definitiva de Calamaro como eso que es, uno de los mejores en lo que a la canción de rock en castellano se refiere. Vale un repaso de algunas de aquellas canciones: Alta suciedad, Todo lo demás también, Flaca, Media Verónica, Crímenes perfectos, Me arde. “Señor banquero, devuélvame el dinero”, canta en la homónima que abre el disco y su aire profético apenas unos años antes del corralito del 2001 es pavoroso. Claro que, si hay canciones que son parte de la memoria popular, también hay aquellas de culto, que encantan y son del gusto del paladar fino de los más conocedores, como ¿Quién asó la manteca? o Comida china. El propio compositor dijo, por ejemplo, sobre Crímenes perfectos: “Es un experimento, no es una simple canción. Todo el tiempo roza cierta vulgaridad genérica, parece mal escrita desde el primer verso: Sentiste alguna vez lo que es... Tiene algo de frase mal redactada, algo disonante. No termino de entender cómo llegó a ser terriblemente popular. Tampoco es que esté buscando la explicación. La quinta es la generación. Es una medida de tiempo, de origen. Otra letra escrita en el idioma de los aeropuertos. Puedo llegar a un lupanar o a un palacio y encontrarme personas cantando esta canción”.

Alta suciedad es un disco de pop rock clásico. Un hightech rock que tuvo al laureado Joe Blaney (legendario técnico de Charly García desde Clics modernos, y con quien Andrés ya había trabajado en el último disco de Los Rodríguez, Palabras más, palabras menos) en las consolas y en la producción y a un grupo de sesionistas tope de gama a disposición: Steve Jordan, (batería), Charley Drayton (batería y bajo), Chuck Rainey (bajo), Hugh McCracken (guitarra), Eddie Martínez (guitarra) y Marc Ribot (guitarra). Los antecedentes de algunos de ellos tenían nombres como Keith Richards, Steely Dan, Tom Waits. En la edición de noviembre de 1998 de la revista Rolling Stone, en una histórica entrevista Alfredo Rosso decía sobre el disco: “Mostraba un refinamiento radical del Calamaro compositor. A su habitual oído sensible para construir melodías ­instantáneamente reconocibles, Andrés añadió una facilidad inédita en el manejo de las palabras, tanto en el plano argumental –el relato de una historia, una reflexión personal, la descripción en tiempo y lugar– como en lo relativo al tinte musical se las sílabas que hace a la redondez de las grandes canciones, desde Mr. Tambourine Man de Dylan hasta Sympathy for the devil de los Stones”. Grandes canciones. Exactamente eso es lo que define a este disco. En algún momento se barajaron otros posibles nombres para el disco: “El otro lado del novio del olvido” y “Decidí contarlo” fueron algunas de las posibilidades.

Si Páez había puesto las canciones en los walkmans, Calamaro lo hizo en los discmans. Clásico instantáneo, es la gran obra de canción de autor de fines de la maldita década de los 90. Letra, música, melodía; al corazón de todo ello fue el músico en aquel disco.

Faltaría apenas unos años para que Calamaro volviera a trazar y a ampliar los puntos desde el cual hay que medir y entender su obra. Lo haría con el doble y tremendo Honestidad brutal, aquel donde estampa su propio Blood on the tracks y también su dolorido, resacoso, pero también esperado regreso al país. Sobrevendrían períodos de excesos y de composiciones compulsivas, frenéticos, incontenibles. Su último trabajo en solitario había sido en 1989 con Nadie sale vivo de aquí. Luego de eso, carreteó casi toda la década del 90 con Los Rodríguez, pero terminaría saliendo vivo de aquella aventura y despidiendo el siglo con este disco que lo plantó para siempre en el Olimpo de los popes solistas del rock argentino: Nebbia, Spinetta, García, Páez.

Más y más canciones

Alta suciedad fue su primer disco solista de aquella década. Ese que lo reinventó para siempre. Pero apenas unos años antes habían visto la luz dos discos de inéditos, dos lados B de un músico que ya daba señales de un ritmo prolífico de composiciones, una suerte de anticipación de la incontinencia propia que marcó la época de El salmón.

Esos discos fueron Grabaciones encontradas Vol. I (1993) y Vol. II (1995). Tomas descartadas, versiones, caprichos, experimentos, búsquedas, pequeñas joyas, improvisaciones jazzeras. Ese es el material que hace a esta suerte de cintas perdidas.

Por ejemplo, en el Vol. II se encuentra la versión de Años de Pablo Milanés, registrado junto a Luca Prodan y con introducción de Tom Lupo. Aquella versión, a la distancia, se descubre como una joya: es juguetona, es celebratoria, es fresca. “El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos”, cantaban ambos, cómplices.

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