A 30 años de la muerte de Camarón de la Isla, leyenda del flamenco

En 1992 y con apenas 41 años dejaba este mundo uno de los cantaores flamencos más importantes de la historia. Diario Hoy repasa parte de su carrera y de su vida.

Nació en 1950 en Cádiz bajo el nombre de José Monje Cruz y falleció en 1992 en Barcelona. Entre una punta y la otra, está estampada su obra y el nombre por el que todos lo conocen: Camarón de la Isla. Cuarenta y un años le bastaron para cambiar la historia de la música flamenca para siempre.

Se crió en un entorno familiar musical –su padre era cantaor- por lo que esa tradición la bebió de muy chico. Aquella casa familiar era frecuentada por grandes cantaores de la época, como Manolo Caracol y Antonio Mairena. Cuando su padre falleció a causa del asma, siendo aún muy joven, comenzó a cantar en distintas tabernas y tablados.

Más de una vez cantó: “Mi niñez era la fragua, yunque, clavo y alcayata”. Al tiempo que pulía sus modos, en 1966 ganó el primer premio en el Festival del Cante Jondo de Mairena del Alcor para luego trasladarse a la capital española. Allí fue número fijo durante muchos años en el tablao de Torres de Bermejas, un lugar de culto en la tradición flamenca. Y fue ahí, además, que conoció al guitarrista Paco de Lucía, con quien grabaría nueve discos y trabarían una fuerte amistad para siempre.

Su canto pasó de un estilo más clásico a uno totalmente personal y original, no exento de críticas e incomprensiones, dado que cada vez se alejaba más del canto tradicional. En 1976 se casó con Dolores Montoya, La Chispa, con la que tendría cuatro hijos (Luis, Gema, Rocío y José). En 1979 grabaría lo que al día de hoy se considera no sólo su mejor obra sino una de las más importantes de la historia de la música flamenca. La Leyenda del tiempo supone una auténtica revolución en el mundo del flamenco al incluir sonoridades propias del mundo del jazz y el rock.

Se grabó en Sevilla y tuvo sus parceros de peso: Tomatito, Kiko Veneno, Raimundo Amador, un percusionista brasilero que solía corretear desnudo, entre otros. Lo produjo Ricardo Pachón, hombre clave en la historia del flamenco.

Un trabajo sin parangón, puro magma que toma a la vez de lo gitano y del rock. Es un disco de música flamenca que se pasea por varios de los estilos del género pero que también presenta otra sonoridad: hay sintes, pianos, percusiones, baterías, guitarras eléctricas, sitar. Hay una recordada entrevista televisiva en la que, lacónico y fumando, dice: “Yo opino que los que lo han escuchado y no les gusta mucho, creo que tienen que escucharlo más porque está muy bien conseguido. Yo el flamenco puro lo llevo dentro, lo tengo dentro, entonces lo saco cuando quiero”.

Quemó las naves del flamenco y las dejó en llamas durante un buen tiempo. Sus últimos años tuvieron momentos erráticos: unos bolos fallidos demasiado estereotipados en el cine español, su paso por la cárcel, sus metejones y recaídas con la heroína. Era un fumador empedernido, murió de cáncer de pulmón. La tarde de su entierro fue tremenda. Una multitud llevó en andas el ataúd envuelto en la bandera gitana. Había un sol que partía esa tierra gaditana. Gritaban: de dolor, de alegría, de cante flamenco. Antes de su muerte había dejado un breve mensaje: “Dense cuenta que estamo viviendo una vida mundiana que no merese la pena vivir. Porque es mui bonita la vida y tu ties que fortalecerte y tener clonpleta fes en Dios y en ustedes mismo. Con simpatía y cariño. De este que lla es libre [sic]. Camarón”.

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