entrevista
Franco Torchia: “No veo que abunde el humor político”
Es una de las mentes más lúcidas e inteligentes del país y traerá el café concert una vez más a Buenos Aires.
Como nunca… ¡Otra vez!, dirigido por Alejandro Tantanian, con libro de Liliana Viola, tiene a Franco Torchia como un capocómico que devuelve el humor político y el desenfado al teatro. Acompañado por la primera vedette hombre de Argentina, Juampi Mirabelli, la obra llegará el próximo 1 de noviembre a las 23:59 en el teatro Picadero (CABA). Para saber más del proyecto, que se verá todos los viernes de noviembre, hablamos con Torchia.
—¿Cómo surgió la idea del espectáculo? Vos ya lo presentaste, pero ¿a quién fue el que se le ocurrió esta locura?
—Juan Pablo, en el 2017, un día me dice: Mi sueño es hacer un espectáculo de revista, en el que yo sea la primera vedette hombre del país. Porque nunca hubo una vedette hombre, como bien sabés. Por supuesto hubo muchos actores transformistas, por supuesto muchas mujeres trans en el género revista, pero nunca una vedette hombre. Parecía que el rol estaba como casi, diría yo, inmortalmente asignado a una mujer, a una mujer cis, o a mujeres trans, pero nunca a un hombre, y me dice, para mí vos serías perfecto en ese momento, 2017, como capocómico. Y yo, no hace falta que lo aclare, pero por las dudas te lo vuelvo a contar, yo no soy actor, no busco ser actor, no me dedico a la actuación, si la paso bien con mis amigos. Entonces dije, bueno, probemos a hacerlo, y para sintetizarte, lo hicimos. Llamamos a un amigo nuestro, director en ese momento, y lo hicimos. Hicimos una serie de funciones en un espacio en Palermo, en un bar gay que se acababa de abrir, y nos fue bien, y nos gustó, pero quedó ahí la experiencia. Nunca fue una revista, sino más bien un espectáculo tipo café concert. Pero no lo volvimos a hacer, pasaron muchos años, y en el año pasado, de casualidad, un día estábamos en un evento, Juampi, Liliana, Alejandro, yo y otras personas, y Alejandro se enteró que habíamos hecho eso. Él no lo había visto, no lo sabía, y dijo: Pero ¿cómo no lo volvemos a hacer? Y todos nos miramos entre nosotros, y dijimos: Pero Tantanian, vos sos Alejandro Tantanian, ¿vos me estás hablando en serio? ¿Vos vas a querer hacer esto con nosotros, en teatro? Sí, ¿por qué no? Y porque vos sos Alejandro Tantanian, y nosotros, sin desmerecernos, hicimos algo que era superdigno, que la verdad estaba buenísimo, y bueno, por eso mismo, porque yo confío en que estaba buenísimo, es que digo que hay que volver a hacerlo.
—De ahí a la marcha, directo…
—Sí, yo además este año, una vez más, fui elegido como uno de los coconductores del acto central de la marcha, eso me tiene muy contento también. Y si bien no es un espectáculo destinado solamente al público LGBT, es un espectáculo repleto de muecas, a propósito de la diversidad, y te diría que a hoy, por hoy en sí, es un espectáculo cargado de humor político, con la estructura propia del café concert porteño. Es un café concert porteño como era antes, el público va a poder entrar al Picadero con un trago en la mano, esto en general no ocurre, pero va a poder ocurrir, porque es un espectáculo para ver tomando algo. Si es posible, y con musicales, y con sketches, y con monólogos, bueno, con el vestuario de Pablo Ramírez, que se sumó amablemente. También, sorprendentemente para nosotros, va a ser un vestuario puntual para un momento muy importante. Los textos de Liliana Viola, o sea, siento que somos un equipo fuerte para contrarrestar en este momento, o intentar contrarrestar una sensación que yo tengo, que es la de la aridez, pareciera que hay aridez simbólica en todos lados. Que nada vinculado exactamente a la producción artística o a la producción simbólica en general puede florecer, tengo esa sensación. Por supuesto está todo muy apagado y muy combatido, como bien sabés, entonces, bueno, creo que acá hay un foco. De lo que estoy seguro es que esto es un foco, que vamos a protagonizar un foco, un foco ígneo, que hay algo de fuego en lo que estamos haciendo, y bueno, ojalá eso le pase a todo el mundo, que vaya a verlo.
—¿Qué te pasa cuando te subís al escenario?
—Yo no soy actor, pero me pasa algo ahí, hace muchos años hice un curso de actuación con María Onetto, y lo cuento porque la recuerdo por supuesto siempre. Yo no soy actor, y de verdad no quiero serlo, y nunca quise serlo; pero a mí hay algo que me pasa ahí, que me resulta sanador y recomendable, recomendable para cualquiera, que es que me olvido mucho de mí mismo, y eso es invaluable. Eso la verdad que no tiene precio. O sea, hay algo mecánico que ocurre cuando tenés que reproducir un texto de memoria que me cuesta horrores aprender, me cuesta muchísimo. Hay un despojamiento, una despersonalización que obviamente actores y actrices profesionales la conocen de memoria, pero que para mí no es frecuente. Porque yo trabajo de parecerme a mí mismo, trabajo un poco de, no diría de ser yo, sino de ser como una versión lo más parecida posible a lo que se supone que yo soy, y eso no tiene nada que ver con la actuación. Además trabajo de pensar y de comunicar, que te obliga todo el tiempo a volver a una especie de eje propio. Y lo que tiene el escenario para mí, repito, sin querer dedicarme a esto, pero asumiendo este juego con muchas ganas, es que me olvido, me olvido de mí mismo, y eso, te repito, es fascinante, el tiempo que dura es fascinante.
—¿Y es difícil volver a vos después de eso?
—Sí, muy, de hecho. Es que quedo activadísimo, como hasta las 5 de la mañana. O sea, es muy difícil, es una experiencia corporal, hasta medio como de trance, te diría, es un trance, es un trance la escena. Yo no lo sabía, ni tenía por qué saberlo, pero sí, es una especie de trance, y para mí de verdad es terapéutico, me hace superbién. Después vuelvo a mí, más tarde o más temprano, vuelvo a mí.