Cultura
Los Picapiedra, una prehistoria en la que podemos reconocernos
Fue una serie animada en base a la que se hicieron dos películas. Su éxito resultó tan arrasador que sus ecos atravesaron más de 60 años.
En la década del 60, un grupo de dibujantes encabezado por William Hanna y Joseph Barbera se encargó de crear a la familia más popular de la televisión, (al menos hasta la llegada de Los Simpson). Quienes fueron sus televidentes suelen guardar en el cofre de su memoria el recuerdo de cada uno de estos personajes, cuyas imágenes siguen ilustrando remeras, fanzines y blogs . Para los fanáticos no se trata de homenajear a un fantasma del pasado, sino de reivindicar a un hito inolvidable de las series animadas: Los Picapiedra.
En total, llegarían a transmitirse más de 166 episodios, además de algunos especiales y películas. Está ambientada en la Edad de Piedra, el período más largo de la existencia del ser humano en la Tierra, cuyo bautismo proviene del uso de aquel material para la creación de diferentes utensilios. La sitcom narra la vida de Pedro y Vilma Picapiedra, una pareja asentada en los suburbios de la ciudad de Piedradura, junto a sus vecinos y fieles compañeros de aventuras Pablo y Betty Mármol.
Sin embargo, el horizonte de expectativas para sus creadores no era favorable. Durante la década de 1920, habían trabajado a la sombra de la Metro Goldwyn Mayoer como guionistas, muy mal pagos, para la serie Tom y Jerry. A comienzos de 1957, aparecieron sus primeros personajes, Ruff y Reddy, reunidos en la serie The Ruff & Reddy Show, favorecidos por la única productora vigente en aquel momento, la Columbia Pictures. “Pero nos lo rechazaron a pesar de tener unos costes mínimos (3.000 dólares por capítulo). Sin embargo, a alguien se le ocurrió pasarlos por la televisión y, en dos años, logramos una cifra récord de beneficios”, recordó William Hanna.
Aquel éxito les abrió las puertas para encauzarse en otros proyectos que tenían en mente. Así surgió, en primer lugar, la serie El Oso Yogui y, más tarde, Huckleberry Hound. Pero el punto más alto de su carrera llegó con Los Picapiedra: “Con ella batimos todos los índices de audiencia hasta esa fecha de la historia de la pequeña pantalla”, reconoció William Hanna. Imponiéndose por su creciente popularidad, pasarían a encarnar una época televisiva de escala universal.
A pesar de ser un dibujo animado inicialmente propuesto para un público infantil, nunca se privó de tratar temáticas propias de adultos: los problemas económicos de Pedro y Vilma Picapiedra; la maternidad; los conflictos familiares entre suegros y yernos (por ejemplo, el caso de Pedro con la madre de Vilma); la ludopatía de Pedro; el consumismo incontenible de Vilma y Betty; y un tema tabú en aquellos tiempos: la infertilidad de los Mármol, quienes ante las constantes frustraciones decidieron finalmente adoptar un huérfano: el travieso Bam- Bam.
Todo en la serie se hace metáfora y se retuerce: no es fácil andar por las calles en el troncomóvil (una especie de coche prehistórico construido con troncos y propulsado a pie). Se convive con dinosaurios y otras especies fósiles extintas mucho antes que el hombre existiera; el reciclador de basura era un animal prehistórico que comía los desechos resignadamente; el único teléfono disponible para comunicarse era el cuernófono. Sin embargo, los personajes se alegran de desarrollar su vida cotidiana en esas condiciones. Pedro Picapiedra se autorretrataba así: “¡Hola! Soy Pedro Picapiedra, vivo en la ciudad de Rocadura y trabajo en la cantera de Rajuela. Me paso el día esperando que suene el silbato que indica que, finalmente, puedo irme a casa. Y lo mejor del día: Vilma me espera con la cena: huevos de Brontosaurio! … ¡Yabba-dabba-doo!”.
A finales de 1962, Los Picapiedra marcarían otro hito: fue el primer dibujo animado en aparecer en colores por televisión. Luego, los episodios comenzaron a ser ininterrumpidamente emitidos a través de distintos ciclos en los que se incorporarán Los Supersónicos y Top Cat, entre otros. Aunque no encontremos una razón concluyente que explique semejante nivel de trascendencia, lo cierto es que en Los Picapiedra ha prevalecido el espíritu regocijado, irreverente, burlón, que los ha inmunizado para siempre contra la enfermedad del olvido.