cultura

Laura Ingalls, del cielo al infierno

Fue considerada la mejor piloto estadounidense de su época, pero pasó a ser considerada una réproba cuando se descubrió su fuerte vinculación con el nazismo.

¿Quién era esa mujer que, el 28 de febrero de 1934, aterrizó con su avión en el aeródromo Presidente Rivadavia de Morón, luego de volar 27.000 kilómetros, atravesando todo el continente americano, de punta a punta? Esta piloto estadounidense se llamaba Laura Houghtaling Ingalls, y figura en la historia de la aeronavegación como la única mujer que voló sola desde Nueva York a Buenos Aires.

Durante su estadía en Argentina se le tributó los máximos honores y anduvo de agasajo en agasajo. Este curioso personaje de 41 años, que andaba con un cuchillo de caza en la cintura, decía que “la suprema emoción de su vida era sentir el soplo helado de la muerte empujando u oponiéndose al avan­ce majestuoso de su avión”.

La travesía aérea que acababa de hacer no era la única que contaba en su haber. Ya había volado en un Lockheed Air Express, desde México a Chile y desde allí a Río de Janeiro –lo que marcó el primer vuelo de una mujer sobre los Andes–, para aterrizar finalmente en Cuba. Pero no solo fue una recordwoman por sus recorridos, sino también por las muy arriesgadas maniobras que era capaz de realizar con su avión. Cuando se inauguró el aeródromo de Hatbox-Muscogei, en Oklahoma, logró “rizar el rizo” –acrobacia aérea en trayectoria circular– 980 veces ­consecutivas.

Decía haber heredado el arrojo de su madre: “Mi madre, en parte debido a problemas de salud, era extremadamente emocional y carecía de la autodisciplina adecuada; la mimaban sus padres, quienes pensaban que era maravillosa y que podía hacer cualquier cosa. Brillante de alguna manera, tenía lo que encuentro más emocionante en el carácter estadounidense, a saber, la capacidad de superar las dificultades y lograr lo supuestamente imposible”.

Imaginó que su estadía en Argentina iba a ser de pocos días, pero se extendió por semanas. Le ofrecieron dar conferencias a lo largo y ancho de nuestro país, y el periodismo la asedió sin darle respiro. Esta mujer que sobrevoló las tres Américas decía que su peregrinaje tenía un sentido: ser una especie de paloma que comunicara la paz a los seres humanos. Por eso, algunos años después, los argentinos se restregarían los ojos una y otra vez, sin poder salir de su asombro, cuando se enteraron de que Laura Ingalls era, en realidad, una espía nazi.

En diciembre de 1941, Laura Houghtaling Ingalls fue arrestada por el FBI por considerársela “agente alemán remunerado”. La osadía de esta aviadora hizo que, en un principio, ejerciera sus ­actividades de manera desembozada: a finales de septiembre de 1939, sobrevoló Washington DC en un monoplano, lanzando panfletos anti-intervención. Fue arrestada por violar el espacio aéreo, pero fue soltada a las pocas horas, por considerarse el acto como una rareza más de esta mujer que tanta popularidad había alcanzado. A partir de allí, se volvió más ­sigilosa. Trabajó secretamente con Ulrich von Gienanth, el jefe de la Gestapo en los Estados Unidos, quien revestía como segundo secretario de la embajada de ­Alemania.

Nazi hasta las últimas consecuencias

Laura Ingalls imaginaba que Hitler iba a ganar la guerra. En abril de 1941, le escribió a un oficial alemán: “Algún día gritaré mi triunfo a un gran líder de un gran pueblo: ¡Heil Hitler!”. El 18 de diciembre de 1941 fue arrestada, acusada de violar la Ley de Registro de Agentes Extranjeros. En el juicio, el FBI testificó que la había mantenido bajo vigilancia durante meses. Fue declarada culpable y sentenciada a dos años de cárcel a cumplir en la prisión federal de mujeres en Alderson, Virginia Occidental. Pero fue puesta en libertad el 5 de octubre de 1942. Luego de 20 meses de encierro le concedieron libertad condicional. Si pensaron que iban a amansar a Laura Ingalls, estaban equivocados.

Menos de dos años después de salir de la cárcel bajo vigilancia, intentó cruzar a México con una maleta llena de información, incluyendo notas que había hecho sobre transmisiones de radio japonesas y alemanas. Murió el 10 de enero de 1967, en California, a los 73 años.

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