Cultura

Los Supersónicos, un dibujo animado que predijo el teletrabajo

Al padre de esa familia, el jefe lo hacía trabajar desde su casa por una pantalla. Apenas un ejemplo que demuestra el carácter profético de esa serie animada.

No hay nada más maleable que el futuro e imaginarlo puede llegar a ser un juego de lo más gozoso. Al menos de eso estaban convencidos William Hanna y Joseph Barbera cuando presentaron por primera vez a Los Supersónicos. Eran los protagonistas de una serie de más de 40 capítulos que posteriormente se transformó en largometraje y que, sobre todas las cosas, tuvo la virtud de representar futuros tan audaces como anticipatorios de nuestra cotidianeidad actual.

La década de 1960 había desnudado las sordas e intensas mutaciones socioculturales que atravesaban los ámbitos familiares y sexuales, así como los sistemas de valores dominantes en general. En ese marco, la industria del entretenimiento televisivo dio origen a innumerables formatos, siendo el de series animadas el más seductor de todos, por la sencilla razón de que, a través de ellas, podía captarse más fácilmente la atención de telespectadores antes nunca contemplados: los niños.

El estudio de animación televisiva más importante de la época se creó en Los Ángeles a comienzos de 1957. Fue fundado por Hanna y Barbera, en asociación con el director de cine George Sidney, con quien se dedicaron inicialmente a la producción de comerciales de televisión. No obstante, pronto se volcarían de lleno a series infantiles como Scooby Doo, Los Pitufos y El show del Oso Yogi.

El 23 de septiembre de 1962 se estrenó Los Supersónicos, para muchos los primos futuristas de Los Picapiedras, que habían sido creados dos años antes por la misma productora. George Sónico es el personaje central de la familia; tiene 40 años y arrastra el estereotipo de hombre de oficina, pues trabaja en “Espacio-cohetes espaciales S.A.”, donde financia todo tipo de equipos de alta tecnología para su jefe, el señor Júpiter. Su mujer, Ultra Sónico, es una ama de casa que todos los días hace las compras en el centro comercial. Tienen dos hijos: Lucero y Cometín. El resto de la familia se compone de Robotina (la sirviente robótica) y Astro (la mascota de la casa).

Todas las edificaciones en altura daban cuenta de una ciudad que no poseía un medioambiente natural, como si alguna especie de catástrofe los hubiera obligado a tener que renunciar a una vida a ras del suelo. Asimismo, los hábitos de vida de la sociedad eran particularmente poco saludables: sin calcular distancias, la gente prefería desplazarse en todo momento a través de su auto nave. Quizás por esa razón los integrantes de la familia sólo vivían pendientes de sus problemáticas acotadas a un espectro de relaciones de orden familiar y laboral.

El entorno estrambótico de la familia Sónico incluía autos voladores; alimentación regida por inteligencia artificial; aplicaciones para hacer ejercicio desde la casa; videoconferencias; cámaras fotográficas con diversas funciones. La enumeración no es casual: muchos de estos elementos, más que imaginar cómo sería el futuro, nos confirman asombrosamente el escenario en que se desarrolla nuestra cotidianidad, sobre todo en la era pandémica; es decir, el auge de la comunicación interpersonal y el traslado de las actividades laborales al entorno del hogar.

Un reflejo oscuro

Aunque haya muchos puntos más luminosos y optimistas, en Los Supersónicos no hay el menor prurito en disimular los defectos y vicios inherentes a la condición humana; por el contrario, la razón de ser de algunos capítulos es describir al hombre esclavizado por sus obligaciones cotidianas. Solo el humor cumple en algunos casos la función atenuante de permitirnos reír de esas desgracias que terminarían siendo las nuestras. No es menos cierto que, en el afán de construir futuros posibles, se hayan deslizado pistas para descifrar con mayor certeza un presente que continuamente se nos escapa.

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