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Natalia Garayalde revisa una tragedia argentina

Periodista, docente, ahora realizadora, la talentosa mujer se abre camino en la dirección con una historia familiar que revela el costado más duro de un dramático hecho aún impune.

oCn estreno a partir de hoy en la sala del Malba, de la Ciudad de Buenos Aires, y desde el jueves 9 en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, Córdoba, Esquirlas, de Natalia Garayalde, expone, revisitando materiales de archivo familiares y públicos, un hecho que nunca tuvo justicia, la voladura de la fábrica militar de Río Tercero. Con ella hablamos para conocer más detalles de su película.

—¿Qué fue lo primero que se te cruzó por la cabeza cuando te encontraste con los materiales familiares?

—Yo empecé primero a hacer la película sobre las explosiones y mucho tiempo después encontré los casetes. Había empezado con la historia del operario que había sido señalado como supuesto responsable del accidente. Tenía mucho material recopilado sobre años de investigación y participación en movimientos sociales por pedido de justicia e investigación de la causa y los casetes los encuentro en una pausa del rodaje, al enfermarse él, y eso me obliga a vivir el duelo familiar por mi hermana y padre. Los encontré buscando recuerdos familiares, sin saber que había tantas horas filmadas de las explosiones y cuando logré digitalizarlos me impactó ver a mi hermano y a mí registrando la casa destruida, pensando que la cámara era como un escudo protector. Eso me impactó mucho, y también el cambio de nuestras miradas a partir de ese hecho, porque los primeros videos eran muy lúdicos, explorando las posibilidades de la cámara, y después imitábamos el lenguaje adulto, periodístico.

—La explosión les interrumpió la inocencia…

—Sí, y sobre todo lo vi después de las segundas explosiones, si bien sabíamos que algo trágico estaba sucediendo, y estábamos impactados, vivíamos todo como algo extraordinario, por salir en la tele, nos entrevistaban, había cierto entusiasmo, pero después de las segundas explosiones, me di cuenta que dejé de registrar, entendiendo que la amenaza era constante.

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