Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle, pioneros del café concert

Gasalla y Perciavalle, una dupla actoral inolvidable.

Fue tal el éxito de sus espectáculos, que un sello grabador de la época —Trova—, dedicado esencialmente al jazz, los contrató para hacer un long play para que grabaran los números cómicos que hacían en La gallina embarazada y El gallo cojo, dos locales creados por el empresario y productor teatral Lino Patalano, que serían el epicentro de un fenómeno cultural novedoso que marcó época en la Buenos Aires de los años sesenta y setenta: los cafés concerts.

Antonio Gasalla nació el 9 de marzo de 1942, a las 5 de la tarde. Fue un niño callado, tranquilo. Siempre demostró gran inteligencia y una especial imaginación. Desarmaba moscas para ver cómo tenían colocadas las alitas. Hacía otras cosas: dibujar en las paredes, reventar frascos de tinta contra los muebles, construir casitas de barro en el living, y otras ocurrencias que exasperaban la paciencia de sus padres y de cualquiera que lo rodease. Cuando se recibió de perito mercantil, sus padres creyeron que había sentado cabeza y haría una promisoria carrera bancaria. Pero entró a estudiar en la Escuela Nacional de Arte Dramático, donde conoció a Carlos Perciavalle, y fue entonces que su vida cambió para siempre. Sus padres sintieron que la sangre volvía a fluir serena por sus venas cuando, perdidos entre la multitud, veían cómo lo aclamaba el público. Alguna vez, Antonio jugó a tener la voz de su madre y puso en boca de ella: “Será que la fama es así y que en el fondo tengo que estar contenta, como siempre lo estuve de sus dientes, que son como perlas que caen al mar…, de sus ojos intensos, que siempre fueron los más expresivos del teatro argentino… y cuando entre las ovaciones oigo que alguien dice: es genial, pienso que son pocos los elegidos, los que nacen con su destino, los iluminados que brillan con luz propia. Y por eso digo con orgullo que soy su madre y que esa lamparita que sigue encendida quizá tenga algunos voltios míos”.

Carlos Ernesto Perciavalle Bustamante nació en Montevideo, Uruguay, el 16 de mayo de 1941. A los 15 años, tuvo su debut teatral en Uruguay y, solo cuatro años después, se mudó a Buenos Aires. Quería tener una sólida formación actoral. Tenía 24 años cuando se fue de gira a Estados Unidos, con su compatriota China Zorrilla, para hacer un espectáculo de María Elena Walsh: Canciones para mirar. Tempranamente se sintió deslumbrado por las candilejas, las marquesinas, los aplausos de una noche de estreno, el oropel, la loca bohemia, el mundo fascinante de los artistas. Soñaba con ser un niño mimado del jet set internacional. Soñaba que las grandes compañías grabadoras del mundo se disputaran la gloria de registrar sus palabras, de eternizar su respiración, de prolongar el milagro de sus semitonos y silencios por los siglos de los siglos. Finalmente, pudo grabar ese disco, no revolucionó al mundo del arte ni mereció una larga secuela de reediciones, pero fue un gusto que se dio, junto a su gran amigo y compañero de funambulescas andanzas: Antonio Gasalla.

Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle compusieron una dupla que reflejó mejor que nadie el estado de ánimo de una sociedad reprimida por sucesivas dictaduras, que durante los años del general Ongañía buscó desamordazarse, riéndose de los mandatos sociales y políticos, y que alcanzaría su grito más lúcido y airado en el Cordobazo. Junto a Cipe Lincovsky, I Musicisti —etapa inicial de Les Luthiers— y Nacha Guevara, crearon un innovador ámbito de expresión cultural que fue todo un género de la época, los cafés concert. Su público era la clase media ilustrada, que levantaba como un emblema las historietas de Mafalda, los libros de Cortázar, el cine de Bergman y todas las corrientes estéticas y filosóficas recién llegadas al país. Su espectáculo más exitoso fue Yo no…¿y usted?. Allí dieron piedra libre al humor más cáustico, a los inolvidables monólogos que desnudaban el racismo social emboscados en las buenas maneras de las “almas bellas”. El público tampoco estaba a salvo de las saetas arrojadas desde el escenario. En un momento, Carlos Perciavalle, en medio del show, encarnando a una “señora bien”, detenía su andar sobre el escenario y se detenía para enrostrar a uno de los espectadores: “No se esfuerce, querido, se le nota el barrio, usted es pobre, ¿a qué vino acá?, miralo, se mueve y salpica tuco, Campanelli, Tupamaro, Frenteamplista, ¿a qué ha venido, a espiarnos?”.

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