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El escritor que murió literalmente de risa

Thomas Urquhart fue un autor y traductor que perteneció a la nobleza escocesa y a quien un ataque de hilaridad irreprimible llevó a la muerte.

La inquietud incesante formaba parte del carácter de este escocés extraordinario. La vida entendida como un juego era el secreto de Thomas Urquhart. Nacido en 1611, figuró en la historia por motivos muy diversos. Egresado con honores de la Universidad de Aberdeen, lo intentaron persuadir de que, a causa de todos sus méritos y privilegios, debería sentirse más feliz que cualquier otra persona. Pero esa idea no solo fue la principal fuente de tedio para el joven, sino también causa de su carácter extrovertido.

Fue el primer y más distinguido traductor al inglés de las obras de François Rabelais. Este escritor y humanista francés había sido, junto a Pierre de Ronsard y Michel de Montaigne, una de las figuras más importantes del Renacimiento francés. Pero nun­ca había llegado a tener semejante nivel de repercusión hasta que Urquhart comenzó a divulgarlo, sobre todo a raíz de la publicación de su obra monumental La vida inestimable de Gargantúa, escrita en 1535. Luego la obra de Rabelais sería retomada por Molière, quien reconocería que este escritor supo describir como nadie, a menudo de manera exacerbada y paródica, la Francia de su tiempo.

Urquhart también fue poeta y publicó una antología con sus versos. Sus intereses culturales fueron de lo más diversos, escribió un célebre tratado de trigonometría, titulado The Trissotetras: or a most exquisite table for resolving all manner of triangles, y dos extensos ensayos sobre un idioma universal inexistente. Fue hombre de acendradas convicciones monárquicas, nombrado caballero por el rey Carlos I de Inglaterra en 1641. No obstante, la falta de compromiso de este rey, quien gozaba de poder absoluto y derecho divino a gobernar, junto al Parlamento condujo a las feroces guerras civiles inglesas, en las que Urquhart tomó decidido partido por los realistas. Carlos I había decidido prescindir de esta institución y luego se vio obligado a convocarlo para recaudar dinero para sus campañas contra un ejército escocés que había ocupado el norte de Inglaterra y para contener una rebelión desatada en Irlanda, ambas alimentadas por diferencias religiosas y la política prepotente del rey.

Cuando Carlos I fue derrocado y luego decapitado, Urquhart quedó lanzado a la desgracia política, a la cárcel, al exilio y a integrar el ejército de quien después sería Carlos II. Este ya era rey de Escocia desde la muerte de su padre, pero en 1660 sería también coronado rey de Inglaterra e Irlanda, reuniendo nuevamente a los diversos reinos bajo su mando. Incluso tomó nota de las actitudes que habían llevado a su padre al fracaso y abolió sus reformas más polémicas, dando su total apoyo a la Iglesia de Inglaterra.

Una noticia inesperada

Todo lo que había ocurrido con Carlos I afligió seriamente a Urquhart durante más de una década, mientras en las islas británicas pujaba cada vez con mayor fuerza el gobierno de la Commonwealth o República, el período durante el que Oliver Cromwell fue figura esencial, quien intervino en las batallas de Marston Moor y Naseby contra los realistas. Estas acciones militares provocaron la catastrófica derrota de los defensores de la monarquía absoluta.

Mientras Urquhart estaba en el exilio, algunos historiadores presumen que en Francia un criado le comunicó que los ingleses habían cambiado de idea y que Carlos II ascendía al trono, sustituyendo a su padre y restaurando la monarquía. La noticia provocó la hilaridad de Urquhart, quien comenzó a reírse con tanta exageración que cayó muerto. Así pasó a la historia como el hombre que realmente se murió de risa, sin un ápice de metáfora.

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