cultura
El maestro de la brevedad
Augusto Monterroso es un escritor centroamericano al que se le adjudica el texto más breve del mundo, más allá de eso, su talento y su sentido del humor siguen siendo recordados.
Hay escritores a los que les alcanza un texto para apuntar su nombre en la historia de la literatura. Augusto Monterroso dio a conocer El dinosaurio dentro de su primera compilación de cuentos, Obras completas, publicada en 1959. Nacido el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, Honduras, creció manteniéndose alejado de la patria donde nació y se instaló junto a sus padres en Guatemala. Durante su adolescencia, se enfrentó a los estragos que la Segunda Guerra Mundial y la dictadura de Jorge Ubico provocaron en el país centroamericano, dificultando el crecimiento de su sociedad pero orillándolo a interesarse en las problemáticas políticas que golpeaban a la nación.
Era muy bajito: “Desde pequeño fui pequeño”, escribió en su autobiografía. Y más pequeños en tamaño fueron sus textos, que sin embargo resplandecían de grandeza literaria. Augusto Monterroso incluyó El dinosaurio en el primero de sus libros titulado, anticipatoriamente, Obras completas. El texto completo dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, un crítico le dijo con desdén: “¡Eso no es un cuento!” El le contestó que tenía razón: en sentido estricto, era una novela. Años después, cuando el texto amenazaba hacerse legendario sin que la persona de su autor recibiera ni el diez por ciento de aquella notoriedad, Monterroso coincidió en una cena con una dama que dijo admirarlo sin sonar muy convincente. “¿Ha leído tal vez mi cuento El Dinosaurio?”, le preguntó él, resignado. “¡Ay, es lo que más me gusta de todo lo que ha escrito! Y eso que aún voy por la mitad”, contestó la dama con una mano en el corazón.
Monterroso se instaló definitivamente en el DF mexicano y por primera vez empezó a dimensionar la verdadera proyección de su obra: “Desde que vivo en esta casa, no hay semana que no se presente en la puerta de mi casa algún niño conducido por sus padres, con el propósito de confesarse y pedirme perdón porque en un concurso escolar ganaron el primer premio plagiando un cuento mío y desde entonces no han podido dormir, enfermos de culpa y arrepentimiento”.
Entremedio hizo un librito de fábulas llamado La oveja negra, en cuya presentación dijo: “Soy un hombre de frases breves y paréntesis largos”. Y también: “A todo escritor debería prohibírsele por decreto publicar un segundo libro hasta que él mismo logre demostrar que su primer libro era lo suficientemente malo como para merecer una segunda oportunidad”.
Monterroso definía su oficio con la sencillez implacable de su razonamiento: “Todos los escritores son ladrones, unos más finos que otros”. Una vez una señorita le preguntó si en lo que escribía había algún mensaje. Monterroso le contestó que sí, que en todo lo que escribía hacía llamados a la rebelión y a la revolución, pero desgraciadamente era una forma tan sutil que por lo general sus lectores se volvían reaccionarios.
Autor que siempre se mantuvo al margen del “boom” latinoamericano, durante muchos años fue un perfecto desconocido en Argentina. Según García Márquez, con Monterroso “hay que leer manos arriba porque su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y en la belleza mortífera de la falta de seriedad”. Tal vez, como escribió el crítico Noé Jitrik, lo que deja Monterroso es un modo de hacer literatura “con el aire distraído de estar haciendo chistes”.
“Tito era posiblemente el hombre de mayor ingenio que he conocido. Era un guatematelco completamente mexicano. Soy su amiga desde hace 40 o 50 años. Era un hombre muy querido, con una especial ecuanimidad, todo lo resolvía con base en la ironía y el humor.”, subrayó la escritora y periodista Elena Poniatowska. “El mejor homenaje para él es leerlo, enseñarlo, conocerlo, creo que la única manera de honrar a un escritor es leerlo y divulgar su obra”, añadió la escritora.